La capacidad humana de hacer música se deriva de una habilidad que se desarrolla con el estudio, la técnica, la disciplina. Asimismo, entender la música e identificar el impacto, por ejemplo emocional, que tiene en nosotros, es algo que podemos aprender. Este aprendizaje forma parte de un proceso complicado que involucra a una maquinaria casi desconocida para la humanidad: el cerebro.
Siempre me ha parecido interesantísima la relación del cerebro con otras áreas de estudio, por ejemplo del lenguaje o la música. Años atrás tuve la fortuna de trabajar con una paciente con una lesión cerebral que le provocó una afasia (pérdida del lenguaje). Este estudio me permitió titularme de la licenciatura. Hoy en esta columna musical, quiero hablar de un caso sumamente interesante para la neurociencia, el del Maurice Ravel.
El compositor francés, Maurice Ravel, es considerado junto con Debussy, el representante de la escuela musical francesa moderna. Nació en Ciboure el 7 de marzo de 1875. Desde muy temprana edad, a los siete años, Ravel comenzó sus estudios musicales. Ingresó al Conservatorio de París en 1889, donde fue alumno de Gabriel Fauré. Para 1900 Ravel ya era reconocido, comenzó a ganar premios y a destacar por su obra de estilo impresionista.
Entre sus obras más reconocidas y la cual ha vivido en nuestro imaginario cultural está El Bolero, estrenada en 1928. Caracterizada por su perfección, por la importancia de las percusiones y el crescendo de la melodía. Cuando Ravel compuso esta obra, había comenzado a manifestar síntomas de una enfermedad neurológica degenerativa que lo incapacitó totalmente para componer a partir de 1932.
Esta lesión lo hizo afásico (pérdida del habla) y amúsico (daño en el procesamiento cerebral de la música). Asimismo, se vieron afectadas zonas del cerebro que dan cuenta de la motricidad, es decir tampoco podía tocar un instrumento. Se dice que era capaz de detectar errores de afinación, de armonía, de altura, sin embargo la lesión en el hemisferio izquierdo —donde primordialmente prevalece la capacidad lingüística, recordemos que la música también es un lenguaje— no le permitía escribir música.
“Ravel era incapaz de cantar, tocar el piano, escribir y leer música, pero a su vez podía reconocer melodías y emocionarse con ellas. Ravel no podía escribir la música que su cerebro creaba y su música permaneció encarcelada en su mente sin poder expresarla. Mientras asistía a un concierto de sus propias obras y ante tanta frustración dijo: «Et puis, j’avais encore tant de musique dans la tête» («¡Y todavía existe tanta música en mi cabeza!»”[1]
La famosa ópera Juana de Arco, por ejemplo, quedó incompleta, Ravel no tuvo la oportunidad de terminarla, aunque oyera interminablemente en su cabeza esta obra. A pesar de que el compositor francés se practicó una cirugía cerebral para intentar recuperar sus habilidades musicales, este intento fue fallido y desafortunadamente murió en 1937.
En mi experiencia, aprendí que la pérdida de una capacidad
cerebral, el lenguaje, en el caso de la paciente con la que trabajé, es
sumamente dolorosa. Por ello son importantes los acercamientos científicos,
humanísticos. Yo no imagino una vida sin poder volver a expresarme, no imagino
una vida en el silencio.
[1] N. García-Casares, et al. Modelo de cognición musical y amusia. elsevier.es/es-revista-neurologia-295-articulo-modelo-cognicion-musical-amusia-S0213485311001824