Existen obras que no pueden ser entendidas en momentos específicos de su historia. Podemos hablar de grandes pensadores incomprendidos: Galilelo Galilei, Einstein Sócrates, Nietzsche y aunque fueron juzgados por no embonar en su temporalidad, en el presente, grosso modo, logramos comprenderlos. Pero cómo es que podemos entenderlos después de tantos siglos. Hoy esta columna habita esa incógnita y reflexionaré acerca de uno de los compositores de la música clásica menos entendidos en su época: Debussy.
Claude Debussy nació el 22 de agosto de 1864 cerca de París, se dice que fue un niño retraído, sus padrinos fueron quienes lo acercaron a las artes, primero con la pintura y luego con la música, aprendiendo a tocar el piano. A los diez años entró al Conservatorio de París donde estudió por once años.
Fue un transgresor, nunca estuvo de acuerdo con sus maestros ni con la música académica, sin embargo en 1884, ganó el premio musical más prestigioso de Francia, el Premio de Roma, por su cantata L’enfant prodigue. Este incluía una estancia en la Villa Médici, sede de la Academia Francesa en Roma. Su personalidad no le permitió tener una estancia agradable, incluso sus compañeros lo conocían como el Príncipe de las tinieblas.
Aunque Debussy inauguró la música del siglo XX, fue mal juzgado respecto a su arte. Se le consideró un músico representante del Impresionismo, en aquella época a este término se le atribuía a algo sin forma y sin porvenir. Memoremos a los pintores impresionistas que en su inicio no fueron bien recibidos ni entendidos, tal como ocurría con la música del francés.
Recordemos su obra La siesta de un fauno de 1910, inspirada en el poema de Stéphane Mallarmé, escritor de gran influencia para Debussy. Este ballet fue aborrecido por el público, hoy me parece que se acerca a la música canónica, a esta que le llamamos “clásica”. Debussy se acerca más a la temporalidad actual que a la de ayer, incluso algunos dicen que fue el creador del jazz.
La pintura también fue un pilar importantísimo para él. Seguidor de Renoir y de Monet, lo cual nos hace hablar un poco del Impresionismo: el momento exacto, el reflejo de lo primero que ve el ojo, sobre todo en paisajes. Ahí está Mujer con sombrilla en un jardín de Renoir; precisa en su existencia por un instante, no conocemos su rostro pero podemos ver la luz y la oscuridad de su silueta. Hay también un campo que pinta Renoir con secretos oscuros pero dándonos las señal de la luz en las flores. Si las pinturas pudieran llevar música de fondo, la apropiada para Mujer con sombrilla en un jardín sería La siesta de un fauno de Debussy.
En estos círculos artísticos aprendió el gusto por lo indefinido y lo misterioso, por el retrato a la naturaleza. Sin duda la trayectoria musical de Debussy nos lleva por muchos caminos, no es lo mismo al piano Suite bergamasque (Suite bergamasca o mejor conocida como Claro de luna) que La Mer (El mar).
Aunque Debussy no es el único incomprendido de la música, porque hay otros nombres como Beethoven o Mozart. Todos ellos comparten algo: pocos los supieron entender en su momento histórico.
El compositor francés murió el 25 de marzo de 1918. Debussy, el hombre poco querido por su creación musical —sin dejar de lado su mal carácter—; de quien el mismo Chaikovski ser burló; considerado un pésimo director de orquesta y el contrincante de Wagner hoy es un pilar de la música clásica. Hemos adaptado su lenguaje, su intención a nuestras propias necesidades históricas, a lo que requerimos en la “modernidad” o al menos eso es lo que creemos actualmente cuando escuchamos a un genio como Debussy.