La música nos ha brindado preguntas y muchas de ellas se han respondido con las matemáticas y la física. Así, una cuestión antiquísima es si el universo ha creado su propia música.
Imaginemos que tenemos una cuerda que tensamos y que hacemos vibrar, esta producirá un sonido determinado; si esa cuerda la partimos a la mitad, la tensamos y la hacemos vibrar producirá otro sonido. Para Pitágoras la frecuencia del sonido era proporcional a la longitud de la cuerda; gracias a esta sucesión matemática tendremos las escalas musicales. En el orden matemático pitagórico, se dice que los planetas poseen las mismas distancias que existen entre los sonidos de la escala musical. A esta teoría se le llamó Música de las esferas.
Las teorías filosóficas y científicas con el tiempo desarrollaron nuevas ideas. Kepler, por ejemplo, aseguraba que el sonido de un planeta más cercano al sol sería más agudo puesto que su movimiento es más rápido. A finales del siglo XX la NASA logró grabar los sonidos del espacio, sin embargo se enfrentaron a una aseveración: “donde no hay aire no hay sonido”, es decir, la música de los planetas se traduce como silencio. “… En sus movimientos circulares estrictamente uniformes, emiten tonos que generan un sonido cósmico. No obstante es un sonido inaudible por el oído humano porque se genera ininterrumpidamente y sólo podríamos ser conscientes de él a través de su opuesto, el silencio”.
Aunque la teoría de la música del universo sigue siendo discutida, me resulta increíble observar cómo en realidad sí podemos acercarnos a ciertas respuestas con parámetros musicales. En realidad todo es música: el canto de un ave, el latir de un corazón, el movimiento de un planeta. Porque si lo pensamos en todos estos sonidos hay ritmo, tiempo y tono.
¿Y tú qué piensas?