Aquí han estado siempre, con o sin reconocimiento, escribiendo la historia, creando patria, construyendo sociedad, haciendo valer su voz, destruyendo conceptos obsoletos para mostrar que una sociedad que no es igualitaria nunca podrá ser una sociedad avanzada, ni justa. Las mujeres de México, las damas que comparten y construyen el país, han recuperado –a lenta velocidad, lamentablemente– espacios y derechos que nuestro pasado les ha escatimado, por llamarlo de una manera educada, ilógicamente.
Para recorrer nuestra historia con ellas y gracias a ellas, hicimos una selección de historias esplendorosas para, a través de sus vidas, aplaudir a millones que reclaman el reconocimiento de su participación en este país en formación. Seleccionamos a varias mujeres excepcionales de cada época, tratando de mostrar un abanico de actuaciones en estos dos siglos. Algunas historias te parecerán conocidas, otras no lo serán tanto, pero todas han aportado valor a lo que hoy somos. Las incluimos por su valor, no como esposas de un prócer o dependientes de un hombre, por eso llevan sólo su apellido. Partimos del inicio de la Independencia para abarcar el concepto del México que conocemos hoy. En otra ocasión tendremos que hablar de sus predecesoras, tanto indígenas como llegadas de España y mestizas, quienes también tienen mucho que contar.
No pretendemos decir que son las únicas ni las más importantes, es simplemente un muestrario interesante y diverso de las mujeres mexicanas. De antemano sabemos que quedarán fuera muchos más nombres de los mencionados, lo cual es una demostración de la enorme aportación y fuerza de las mujeres mexicanas.
Las primeras, de 1810 a 1849
Sería difícil comenzar esta historia con otro nombre que el de uno de nuestros grandes símbolos: Josefa Ortiz, una mujer terca, compleja, de ideales y valentía, sin duda alguna, adelantada a su época. Nació en 1768 en una cuna criolla y tuvo acceso a una educación privilegiada en comparación con las mujeres de su época. La historia de los Domínguez hospedando, desde 1808, a los conspiradores de Querétaro, es esencial. Las reseñas la muestran como una matrona ácida, intolerante a veces, más decidida que muchos de los varones que se reunían a tomar chocolate y a buscar opciones para la Colonia en conflicto. Su participación va mucho más allá de un simple mensaje enviado a Hidalgo y Allende, Josefa fue actriz fundamental en los preparativos de una historia que todos conocemos.
Leona Vicario fue otro personaje indispensable durante la Independencia, cuya historia es de leyenda. Además de patrocinar muchos de los gastos de los insurgentes, enviaba y recibía mensajes secretos, estuvo ligada al grupo de los Guadalupes –una red oculta que apoyaba a los independentistas– y tuvo una participación activa dentro del movimiento. Sus aventuras con su esposo, Andrés Quintana Roo, con quien vivió huyendo e inclusive dio a luz en una cueva, han hecho aún más memorable su actuación. Si no la conoces, te aseguramos que, al leer sobre sus andanzas, entenderás por qué es una de las grandes heroínas mexicanas.
Otras historias de lucha en ese decenio que nos conformó como país, son las de Juana Barragán, la “Barragana”, cuya participación en el sitio de Cuautla fue reconocida y cuya historia está perdida; Gertrudis Bocanegra, heroína de Pátzcuaro; María Tomasa Esteves; María Catalina Gómez; Altagracia Mercado –quien patrocinaba su propio ejército– o Rita Pérez, por nombrar sólo algunas.
Con el país libre, pero en dolorosa formación, destacan dos mujeres que vivieron en bandos antagónicos, ambas fundamentales, ambas involucradas en defender lo que consideraban correcto: Concepción Lombardo y Margarita Maza, ambas primeras damas de México y en quienes deberíamos fijar la vista más allá de verlas solo como consortes. Y no podemos olvidar a María Ignacia Rodríguez, la famosísima “güera”, quien inició en nuestro país las historias de amores tórridos que influían en la vida social.
En el nuevo país: la segunda mitad del XIX e inicios del XX
Fuera de los escenarios bélicos, las mujeres empezaron a brillar. Ángela Peralta, “el ruiseñor mexicano”, llevó con su voz el nombre de México por todo el mundo. Nacida el 6 de julio de 1845, Ángela se presento en los mejores escenarios internacionales como la Escala de Milán. En el México imperial, incluso, cantó para los emperadores Maximiliano y Carlota, lo cual le significó el cargo de Cantarina de Cámara del Imperio. Dos teatros llevan su nombre, uno en San Miguel de Allende y otro en Mazatlán. Siempre será recordada por sus majestuosas interpretaciones de Verdi y Donizetti.
En este periodo, las luchas femeninas se centran con importancia en la obtención de espacios para su actuación profesional. Las primeras en obtener puestos civiles u obtener una profesión son motivo de reconocimiento, como Margarita Chorné, reconocida como la primera odontóloga y primera en obtener un título profesional en América Latina; Matilde Montoya, a quien se le atribuye el ser la primera mujer médico titulada, o María Amparo Ruiz, precursora de la literatura chicana y una de las primeras en escribir en ambos idiomas.
Periodista, escritora y activista política, Dolores Jiménez y Muro fue una de las poquísimas mujeres que, antes de la llegada del siglo XX, realizó tareas de análisis y crítica política y luchó para que su voz fuera escuchada. Desde niña vio de cerca las intervenciones extranjeras, las guerras y la anarquía. Vivió su juventud en el ambiente liberal e intelectual de San Luis Potosí y se incorporó muy temprano al ámbito periodístico. En 1902, dirigió la Revista Potosina para, posteriormente, colaborar para los diarios La Patria, El diario del hogar y Juan Panadero, foros donde denunció las injusticias en México. Se integró al Club Político Femenil Amigas del Pueblo, en favor de la candidatura presidencial de Francisco I. Madero y, el 11 de septiembre de 1910, encabezó una protesta en la Ciudad de México, en la glorieta de Colón, contra el fraude en las elecciones, por lo que fue a prisión. Sin embargo, logró proclamar el Plan de Tacubaya que desconocía el gobierno de Díaz.
Debemos detenernos también en la gran lucha por su emancipación de Laura Mantecón, quien tuvo que enfrentar –y perdió– los abusos del poder, la impunidad y la violencia física por parte de su esposo, el presidente de la República Manuel González, quien llegó a extremos de modificar el Código Civil para perjudicarla; en la maestra y periodista Elisa Acuña de importante participación previa a la Revolución; en la historiadora Emilia Beltrán y Puga; en la pintora Eulalia Lucio; en los esfuerzos feministas de la escritora Laureana Wright y en la escritora y pedagoga Dolores Correa Zapata, quien luchó por liberarse de las imposiciones de género.
Un lugar especial asignamos a Juana Catalina Romero, mestiza de origen zapoteco conocida como “Juana Cata”, una de las primeras mujeres caciques, de quien se dijo que era amante de Porfirio Díaz pero, más allá de eso, inició en la mayor pobreza y con base en su empuje e inteligencia llegó a ser una impresionante empresaria que, a finales del siglo XIX, exportaba a Europa y Australia, además de influir en casi todas las decisiones políticas del Istmo de Tehuantepec. Fue promotora de alfabetización en la zona, construyó albergues, hospitales y escuelas, y es reconocida como una de los mayores benefactoras de la zona. Su historia también merecería un libro completo.
De la Revolución a 1929
Mientras México volvía a buscar su camino envuelto en una guerra civil, las mujeres mostraban su valor, envueltas además en sus propias batallas. Muchas de ellas como anónimas soldaderas, acompañantes de los regimientos, apoyo durante las batallas, y otras en actividades humanitarias, intelectuales y como promotoras de la igualdad.
En esa época apareció Dolores del Río, nacida el 3 de agosto de 1904. A los 17 se casó con Jaime Martínez del Río. Cuando la pareja volvió de su viaje de bodas, su hogar se convirtió en el centro de reuniones a las que asistían grandes personajes como Edwin Carewe, director de cine, quien los llevó a probar suerte en California en 1925. Su primer papel en el cine fue ese mismo año en Joanna. Llegó a Hollywood como una muchacha provinciana y logró convertirse en una diva del cine. Realizaría un sinfín de películas, al lado de los actores y actrices más reconocidos a nivel mundial. En 1930, Dolores contrajo segundas nupcias con Cedric Gibbons, director artístico y creador de la estatuilla del Oscar. La unión matrimonial la alejó de la “mexicanidad” que defendió durante la primera etapa de su carrera. La cálida Lola se transformó en una elegante y sofisticada Dolores que se codeaba con la alta sociedad. Después volvería a México para iniciar una nueva etapa en su carrera, convirtiéndose en soberana de la Época de Oro del cine mexicano. Murió a los 89 años y sus restos fueron trasladados a la Rotonda de las Personas Ilustres en la Ciudad de México.
El Teatro de la Ciudad de México lleva el nombre de “La Reina de la Opereta”, Esperanza Iris, quien nació en Villahermosa en 1881 y desde muy pequeña entró al mundo del teatro. Formó parte de una compañía infantil con la que hizo giras por América y Europa. De joven adquirió primero el Teatro Ideal y después el Teatro Xicoténcatl (hoy Esperanza Iris) donde debutara Ana Pavlova. Además, fundó la Compañía de Operetas Vienesas. En algunas de sus actuaciones, Esperanza sacaba una bandera de México y gritaba: “Mexicanos, ¡viva la Virgen de Guadalupe!”.
De esa época también es el mayor referente femenino mexicano en la actualidad, Frida Kahlo –en muchos lugares del mundo un sinónimo de México por doliente, creativa, incomprensible, salvaje, auténtica– quien no sólo abrió espacios con su pintura sino que nos dio un rostro diferente, temerario, valiente. Su amor descompuesto, intenso, oceánico con Diego Rivera ha llenado las páginas de diarios, libros y reseñas desde entonces.
No podemos olvidar a Fanny Anitúa, contralto de fama mundial; Clementina Batalle, educadora; Elvia Carrillo Puerto, lideresa feminista; la actriz María Conesa; la revolucionaria Clara de la Rocha, quien luchó junto a su padre en la Toma de Culiacán; Refugio Esteves Reyes, enfermera pionera durante la Revolución; la maestra y promotora del voto femenino Hermila Galindo; Luz González Cosío, benefactora y fundadora de la Cruz Roja; la compositora María Grever; la periodista Juana Belén Gutiérrez; la gran pintora jalisciense María Izquierdo; la impetuosa Antonieta Rivas Mercado, de conocido suicidio en Notre Dame de Paris; Carmen Serdán y su compromiso con la Revolución en Puebla; y la explosiva actriz Lupe Vélez.
De 1930 a 1969
La “Sabia de los hongos” es uno de los grandes íconos mexicanos a nivel internacional. La indígena mazateca María Sabina fue reconocida en todo el mundo por su sabiduría espiritual. Pasó toda su vida en Huautla de Jiménez, Oaxaca, donde se volvió chamán, curadora con hongos alucinógenos o teonanácatl. Las oraciones del Libro del Lenguaje y de los Seres Principales que acompañan las curaciones de María Sabina son verdaderas poesías, producto del sincretismo cultural de las costumbres indígenas. Su legado, la sabiduría de la cultura mazateca, ha sido plasmado en un sinnúmero de libros, películas, grabaciones, documentales y artículos que dan fe de ese México profundo en el que vivió.
Con la llegada del cine y la televisión, importantes mujeres emergieron para consolidarse como referentes nacionales en la actuación y el canto. Nombres como la abuelita del cine mexicano, Sara García, Lola Beltrán, Chavela Vargas o Consuelito Velázquez, y por supuesto, otra de las mujeres prototipo, “la Doña”, “María Bonita”, “Doña Bárbara”, poseedora de una personalidad impresionante que reinó en el escenario artístico, cultural e inclusive político del país por más de cincuenta años: la sonorense María Félix.
Y siguen apareciendo nombres que no quisiéramos olvidar. A cinco personajes podríamos dedicarle varias páginas, pues irrumpieron con fuerza en la sociedad machista y aportaron misterio con vidas que podrían ser igualmente novelas negras o aventuras inolvidables: Pita Amor, Nellie Campobello, Nahui Olin (Carmen Mondragón), Tina Modotti y Elena Garro, de quien se dice llegó a ser espía y es, para muchos, la mejor escritora mexicana. Extrañas, intensas, inexplicables, son cinco mujeres mito, cinco referentes de la complejidad de las grandes mujeres del siglo XX mexicano.
Para cerrar las menciones de este periodo, debemos incluir a la gran botánica Helia Bravo; la empresaria teatral Virginia Fábregas; la primera mujer en formar parte de un gabinete presidencial y gran impulsora del proyecto para obtener el voto femenino, Amalia González Caballero; la también promotora de los derechos políticos de las mujeres, Adelina Zendejas; María Lavalle Urbina, primera mujer en presidir el Senado y la promotora cultural Dolores Olmedo.
De 1970 a la fecha
En una sociedad diversa y más abierta, han surgido mujeres enormes cuyas historias podrían llenar varios libros. Desde los logros deportivos de Ana Gabriela Guevara, Lorena Ochoa, Doramitzi González o Paola Espinosa, hasta trabajos excepcionales en la investigación y la ciencia, como Nora Volkow (directora del National Institute on Drug Abuse, en Estados Unidos), Ana María López Colomé (bioquímica, ganadora del Premio Lóreal-Unesco para mujeres de ciencia en 2002), o Julieta Fierro, nuestra gran astrónoma, hay muchas de dónde seleccionar.
La interrelación entre la mujer, la muerte y la vida es el tema principal de una de las grandes fotógrafas contemporáneas: Graciela Iturbide, nacida en 1942 en la Ciudad de México, formada como cineasta pero apasionada de la fotografía, que comenzó a exponer desde los setenta en México y Nueva York, llegando incluso a exhibir individualmente en el Centro Georges Pompidou, de París. Una mujer cosmopolita que se ha inspirado en el desierto de Sonora con los indios seri, en Estados Unidos, Centroamérica, la India o Mozambique, donde ha trabajado diferentes géneros: paisaje, retrato, autorretrato, desnudo, abstracción, naturaleza muerta, moda y documental. Su fotografía, honesta, lúdica, poética, melancólica, es un encuentro entre lo íntimo y lo desconocido, con un profundo interés en la vida cotidiana, en lo particular de rituales de diversas sociedades.
En el arte hay otros cientos de personajes destacados. Cabría recordar a Sonia Amelio, bailarina y la mejor crotalista del mundo, o Amalia Hernández, cuyo nombre es hoy sinónimo de ballet folklórico; artistas plásticas como Leonora Carrington, Helen Escobedo o Remedios Varo; escritoras de la talla de Rosario Castellanos, Ángeles Mastretta, Elena Poniatowska o Sabina Berman. En otros campos de actividad, reconocemos a la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), dependiente de Naciones Unidas, Alicia Bárcena, quien ha logrado uno de los puestos más altos en este organismo mundial; a Griselda Álvarez Ponce de León, escritora y la primera gobernadora mexicana (de Colima); o a Ifigenia Martínez, economista y una reconocida voz de oposición política.
Tampoco podemos hacer a un lado a las mujeres que se han comprometido con proyectos sociales desde su óptica personal, como la Comandanta Ramona y su lucha encapuchada con el EZLN; la purépecha María Guadalupe Hernández Dimas, educadora, promotora social y miembro de la Academia de la Lengua P’urhépecha o la religiosa dedicada al trabajo voluntario por los más necesitados, Carmen Alma Muriel de la Torre. Cinco mujeres han sido candidatas a la Presidencia del país: Rosario Ibarra, Cecilia Soto, Marcela Lombardo, Patricia Mercado y Josefina Vázquez Mota, cada una de diferente postura pero semejante combatividad. Y una más que trató de llegar por la vía independiente en 2018, pero desafortunadamente no lo logró: María de Jesús Patricio Martínez, mejor conocida como «Marichuy», médica tradicional y defensora de los derechos de los indígenas que fue elegida vocera del Congreso Nacional Indígena.
Y lo que viene…
Desde Natalia Lafourcade hasta Paola Longoria, una de las mejores racquetbolistas de todos los tiempos, las mujeres del siglo XXI aún enfrentan barreras ilógicas para tener espacios. Seguimos encontrando casos ejemplares contra medidas machistas que insisten en considerarlas “de segunda”. Por eso es reconfortante encontrar grandes ejecutivas como María Asunción Aramburuzabala o Gabriela Hernández Cardoso; periodistas como Lydia Cacho o Cristina Pacheco; luchadoras sociales como María Elena Morera; artistas como Salma Hayek, Elisa Carrillo (bailarina solista de ballet de la Ópera del Estado de Berlín) o Lila Downs; deportistas como Aída Román; chefs como Mónica Patiño, Patricia Quintana o Paulina Abascal; trabajadoras sociales como Julia Narváez Solís con la Fundación León XIII; las religiosas anónimas que trabajan en el Hospital San Carlos de Altamirano, Chiapas, o Dulce Mátuz Soto, inmigrante a quien la revista Time llamó “una de las 100 personalidades más influyentes del mundo” en 2012 y que Mexicanísimo destacó como una de “Los 10 de México” de ese año.
¿Y tú, a quién incluirías? Sobran nombres valiosos, lo que falta es comprender que, en este siglo, no debería haber ya lugar para heroísmos de género pues es tiempo de que todos asumamos que la igualdad debe ser una realidad consumada. Esos logros se deben, en mucho, a estas grandes personalidades gracias a las cuales nos podemos reconciliar con México.