En la calle Belisario Domínguez, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, a unos cuantos pasos del Eje Central Lázaro Cárdenas, se encuentra un tesoro arquitectónico un tanto desconocido pero que desborda historia. Se trata del Templo de la Inmaculada Concepción, la iglesia a la que José Vasconcelos acudía devotamente a escuchar misa durante su juventud.
En tiempos prehispánicos, toda la zona perteneció a uno de los barrios más pobres de la ciudad de México-Tenochtitlan, pues era habitado por humildes macehuales. El barrio no perdió la esencia, pues durante el virreinato el área de la actual Plaza de Garibaldi (muy cercana al lugar) fue sinónimo de cinturón de pobreza.
Cuando la conquista de la urbe se consolidó y el trabajo de evangelización iba en aumento, el primer obispo de la diócesis de México, Juan de Zumárraga, dispuso que se levantara precisamente ahí un imponente e impenetrable convento que sirviera como escuela y hogar al mismo tiempo.
De este modo, el enorme convento fue fundado en 1540. La idea era simple, aunque no sencilla: educar niñas indígenas, convertirlas en monjas y enviarlas a diversas partes del país a iniciar comunidades de vida religiosa. De hecho, este lugar es considerado el primer convento de monjas de la Nueva España. Tan importante fue que allí estudiaron dos nietas del huey tlatoani Moctezuma II: Isabel y Catalina, hijas de Isabel Moctezuma (Tecuichpotzin) y de don Juan Cano de Saavedra. El matrimonio tuvo cinco hijos en total. Juan Cano, por cierto, fue el quinto marido de Isabel Moctezuma. De estos cinco matrimonios, tres fueron con hombres españoles. No extraña, pues, que muy pronto los descendientes del gran Moctezuma comenzaron a ser rubios y de ojos azules, como los que aún presumen su linaje y viven casi todos en España.
Pues bien, en sus tiempos de esplendor, el convento presumía un gran tamaño. Su construcción llegaba hasta la actual calle de Cuba. Tras las Leyes de Reforma, sin embargo, todo el conjunto fue expropiado, saqueado, fragmentado, vendido y algunas partes demolidas sin misericordia.
La calle de Belisario Domínguez –hoy exclusiva del Metrobús y autos que se dirigen a alguno de los estacionamientos públicos– no existía. El terreno que hoy cruza era parte del atrio arbolado. Un atrio amplio que presumía justo al centro una hermosísima construcción que hoy todavía sobrevive, aunque en medio del abandono: la capilla de la Concepción Cuepopan, también conocida como La Conchita o Capilla de los muertos, construida en el siglo XVIII.
Tras la expropiación y la fragmentación del predio, parte del atrio se convirtió en la actual Plaza de la Concepción. Un lugar un tanto escondido que pronto fue ocupado por personas sin hogar y no siempre con la mejor reputación. En sus alrededores se levantaron casas humildes que cercaron al pequeño recinto.
Aunque el exterior de la capilla es hermoso, por dentro carece de prácticamente todos los elementos que en un principio la adornaban, pues precisamente a raíz de las leyes anticlericales del siglo XIX, fue completamente saqueada. Tan austero es su interior que, durante el gobierno de Plutarco Elías Calles, fungió como una fallida biblioteca.
Para el gobierno, la modesta plaza no representaba ninguna utilidad, así que las autoridades de la ciudad decidieron ponerla en venta. Aunque resistió por un tiempo, al final fue vendida con todo y capilla por tres mil pesos. Pasó de mano en mano por cuatro propietarios, hasta que la ciudad la volvió a adquirir, ahora por seis mil pesos, para convertirla en el depósito de cadáveres de los pordioseros (de ahí que se le conozca también como Capilla de los Muertos), aunque no se tiene la seguridad de que en realidad haya servido para este fin.
El corredor donde se ubica la capilla se llama Callejón del 57, pero antes fue conocido como “Calle de las Rejas de la Concepción”, debido a que, en el lado del convento que daba a esa calle, las monjas mandaron construir sus locutorios (la gente los llamaba «rejas» a secas); es decir, una sala separada precisamente por una reja, donde las religiosas recibían a sus visitas.
Durante la Nueva España, esta zona se llamó Santa María Cuepopan, que quiere decir «Sobre la calzada».
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Foto principal: Centro de Información Sobre el Patrimonio de la CDMX