Con persistencia envidiable, la luna se asoma, a veces con el rostro pleno, a veces sólo sonriendo en blanco, a mirarnos, dándonos una nueva oportunidad de acercarnos a la belleza.
Para este país, que con desusada frecuencia se pierde en la añoranza, en sueños románticos, en lamentos o en simples pérdidas de tiempo, el astro de la noche se ha vuelto inspiración continua y socia clandestina de amores y desamores. ¿Qué le vemos a la luna? Esa luna que se asoma en Chapala, como dice Pepe Guízar; la que parece desaparecer cuando se va la persona amada (“pues, desde que te fuiste, no he tenido luz de luna”, Álvaro Carrillo); ésa que nos exhibe burlona, como lo menciona Botellita de Jerez (“luna espejo, y un conejo que se ríe de mí”).
“De las lunas, la de octubre es más hermosa…» Pedro Infante
Quizá nos gusta que siempre esté allí, dispuesta a acompañarnos sin recriminar nada, o tal vez cómplice de nuestros desvaríos, cuando parece que andamos allá lejos, en su superficie, ya sea por distracción o por nostalgia, por andar en la fiesta o por ir de serenata. Si no, imagínense la escena, capaz de revivir a Pedro Infante, mientras elegimos la mejor de las lunas, la de octubre:
“De las lunas, la de octubre es más hermosa,
porque en ella se refleja la quietud,
de dos almas que han querido ser dichosas
al arrullo de su plena juventud”.
Luna que, al menos para mexicanas y mexicanos, es mucho más que un objeto dando vueltas. Mágica, mítica, cósmica, cómica, trabaja de psicoanalista (“Luna, ven a decirme más, ya no alcanzo la razón de mi confusión”, Zurdok) o de fiel compañera (“Luna, no me abandones más”, Zoé); la luna tan mexicana que se vuelve mensajera en canciones como la de Ana Gabriel: “Luna, tú que lo ves, dile cuanto le amo”; esa que, según Los Panchos, vela tu ventana; o aquella “Luna tallada de hueso colgada sobre mis noches” a la que le canta Jeisél Torres. Democrática y justa, religiosa y atea, hay luna para todo y para todos. Y podemos encontrarla desde Vicente Fernández, interpretando también a Los Panchos: “Como un rayito de luna entre la selva dormida”, hasta en las baladas infantiles de Cri Cri:
“La luna garapiñada
quitando estrellas salió a brillar,
solita redonda y bella,
con luz de nácar pa’regalar”.
Pero la luna no sólo aparece con la música. Se asoma en las recetas antiguas que sugieren agua reposada bajo la luna para ciertos males, y en las leyendas de terror de nuestros antepasados. Los chamanes buscan en su rostro una señal de que vienen las lluvias y hasta Moctezuma se asomaba a verla, buscando hombres barbados.
Como buenos mexicanos, nuestros poetas también se le han colgado. Ahí está Octavio Paz:
“Sombra, trémula sombra de las voces.
Estatuas derribadas en la luna”.
O Amado Nervo:
“¿Quién es esa sirena de la voz tan doliente,
de las carnes tan blancas, de la trenza tan bruna?
-Es un rayo de luna que se baña en la fuente,
es un rayo de luna…”
Jaime Sabines se torna simpático:
“Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y las clínicas”.
¿Qué sería de los poetas sin la luna? ¿Qué sería de la luna sin los poetas? Pero, temperamental como es, o como queremos verla en sus ciclos, también llega en los albures “quema mucho el sol, pero quema más la luna”. También se asoma en nuestros populares refranes: “No se crea que la luna es de queso porque la mira redonda”. No hay como pasiones tormentosas y declaraciones de amor bajo su protección clandestina, ni un amanecer donde aún se asoma para acurrucarnos al final de una fogata. La luna, de que es chira, es chira.
“Sombra, trémula sombra de las voces.
Estatuas derribadas en la luna”. Octavio Paz
Y nos faltan muchas otras de sus grandes facetas: porque se asoma en la cocina, en forma de medias lunas de nuez con vainilla, y hasta en dietas mágicas para reducir todo aquello que ingerimos en pachangas bajo su brillo. O sea que puede ser metiche, curiosa, entrometida, sabrosa, hasta parece tía mexicana que hace pócimas para atraer la suerte en noches de luna llena. Por eso hay que disfrutarla y, a ratos, cuando es de día, criticarla durante su ausencia.
Así pues, por el momento, vamos un rato a la luna, para descubrir que somos muy parecidos cuando de romanticismo se habla, cuando nos encantan las tertulias, cuando nos da por soñar despiertos. Voy a la luna un rato… más tarde vuelvo.