Estuve horas frente al monitor pensando de qué trataría esta columna, por mi mente pasó que podría escribir un poco de la maldición aquella de las novenas sinfonías o de Dvorak, que me gusta tanto, y sabes, no logré escribir algo que de verdad estuviera a la altura, es por eso que mejor decidí hablarte desde las vísceras, supongo que tengo esta libertad al ser ésta una columna.
Todos estamos pasando por momentos complicados, estamos distanciados y los proyectos culturales, como esta revista, buscamos llevarles buenos contenidos, se lo merecen, querido público. Pero saben, a veces es difícil ser sesudos. Te cuento que la iniciativa de tener una columna de música clásica nació de mí por un gran amor a este tipo de arte y como ya lo habrás notado, si he tenido la fortuna de que me leas alguna vez, no pretendo ser complicada ni difícil para hablarte de algunos temas, mejor dicho quiero compartirte esta pasión.
Y aquí van unas de las razones: cuando estoy sumamente distraída escucho la Quinta sinfonía de Beethoven; cuando necesito algo de alegría escucho las Danzas del Ballet de Ginastera. Las veces que requiero algo de esperanza oigo la Novena de Dvorak. Cuando escribo algo muy complicado escucho la Sinfonía número 5 de Shostakovich. Para mí la música representa un sentimiento, una calma, volver a encontrarme en el camino.
Quizá estos párrafos no son los más brillantes que he escrito, pero sí, los más sinceros. Todos debemos tener un lugar para encontrarnos en este mundo. Yo vuelvo a mí cuando oigo música, gracias por dejarme volver, contándote esto hoy.
En la imagen, una foto de mi autoría de la Sala Nezahualcóyotl.