La concepción y edificación del mausoleo que celebra la Independencia nacional fue un proceso que llevó casi un siglo, persiguiéndose la idea desde 1821 hasta 1900, en que se erigió lo que conocemos como el Ángel de la Independencia. La Plaza de Armas de la Ciudad de México fue el sitio originalmente destinado a recibir el monumento, no obstante, la primera columna fue levantada por el gobierno de Iturbide, en 1823, en Celaya, Guanajuato, obra del arquitecto Francisco Eduardo Tres Guerras, rematada con un capitel corintio que sostenía el ícono de la victoria en aquel tiempo, el del águila con las alas abiertas, propia del escudo nacional.
Los primeros proyectos
En la Ciudad de México, los cambios definitorios del país impidieron su construcción en varias ocasiones, como el intento del presidente Antonio López de Santa Anna quien, por encima de la decisión del jurado de la Academia de San Carlos, en el certamen convocado para ello en 1843, ejerció su santa voluntad, avalando el diseño del arquitecto Lorenzo de la Hidalga, quien había obtenido el segundo lugar.
La columna coronada por un personaje alado, que pretendía representar a la República, vestía tres bajorrelieves, en uno de los cuales Santa Anna era enaltecido en la batalla de 1829. El espíritu republicano no aplaudió dicha idea puesto que, pese a que se iniciaron los trabajos de cimentación y construcción del monumento, la falta de fondos públicos y el cambio de gobierno dejó únicamente en pie el zócalo, mismo que desde entonces da su nombre a la Plaza de Armas de la ciudad.
En 1865, durante el Segundo Imperio, el arquitecto Ramón Rodríguez Arangoity tampoco pudo llevar a cabo su labor, pese a que la mismísima emperatriz Carlota colocara la primera piedra, que también fue la única, ya que la caída del Imperio impidió la consumación de la obra.
Tras el restablecimiento de la República, los esfuerzos se centraron en abrir al pueblo el Paseo del Emperador con el nombre de Paseo de (Santos) Degollado, en honor al héroe de la Guerra de Reforma. El gobierno de Porfirio Díaz se encargó de configurar los alrededores con una serie de vistosos desarrollos inmobiliarios en las colonias de la Tabacalera y la Americana (hoy Juárez), al tiempo que embelleció el paseo, haciendo desfilar a los héroes, desde Cuauhtémoc hasta los caudillos de la Reforma, en notables obras escultóricas que contribuyeron a dar identidad a la nación, proyectando sus sueños de progreso y gloria.
Durante el Porfiriato, tres obsesiones encaminaron los afanes del Estado y, con ello, la promoción de obras artísticas: la Independencia, la consolidación del Estado y la exaltación del caudillo. La asimilación de los héroes de la Reforma con los fundadores de la patria cobró forma visual mediante la pintura y la escultura, de manera, incluso, que el calendario cívico que conmemora a los héroes fundacionales reemplazó a la imaginería religiosa que por siglos había regido el paso del tiempo en la cultura del país. No es así gratuito encontrar que interpretamos como un “ángel” lo que fue la personificación secular de una victoria alada. Todo ello entre banquetas adoquinadas y un recorrido arbolado cuya corona mayor sería la conclusión final del sueño tan cortejado: la columna de Independencia.
Los cimientos de la columna
En 1900, la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas, a cargo del general Francisco Mena, nombró al destacado arquitecto de origen nayarita, ingeniero y restaurador, autor del Teatro Juárez de Guanajuato, Antonio Rivas Mercado (1853-1927), como director del proyecto de construcción del monumento; al escultor italiano Enrique Alciati para la realización de las esculturas y bajorrelieves; y al ingeniero Roberto Gayol como encargado de la dirección de la obra civil.
La cimentación se inició en 1902. Porfirio Díaz colocó dentro de ella un cofre dorado con el Acta de Independencia y una serie de monedas de la época. El largo proceso parecía llegar a término cuando, en 1906, el notorio hundimiento del monumento obligó a la demolición de lo avanzado. Los ingenieros Guillermo Beltrán y Puga, Manuel Marroquín y Rivera y el arquitecto Manuel Gorozpe recibieron la comisión de realizar una nueva cimentación, que inició en 1907, y para la que fue necesario el uso de un método novedoso de pilotes de concreto con punta, hincados mediante un martinete de vapor que enterraba los pilotes con un émbolo de una tonelada de peso.
La victoria alada
El 16 de septiembre de 1910, en los festejos del Centenario de la Independencia, el “Ángel” tomó posesión de la cuarta glorieta de la Avenida Reforma. Rivas Mercado se inspiró en columnas conmemorativas como las de Trajano, en Roma, para alzar el esbelto fuste, eje cósmico que por su simbolismo se convirtió en el emblema de la patria liberada y moderna.
El diseño supone el zócalo circular sobre el que se apoya una base cúbica en cuyos vértices descansan las estatuas de la Paz, la Justicia, la Ley y la Guerra. En el oriente del pedestal se ubica el grupo escultórico llamado Apoteosis del Padre de la Patria, compuesto por la figura de Hidalgo, blandiendo la bandera mexicana, y las efigies de las ninfas de la Historia y de la Patria, ofreciéndole una corona de laurel. En el pedestal de base cuadrada, cuatro esculturas representativas de Morelos, Mina, Bravo y Guerrero, flanquean la figura de Hidalgo. Bajo ellas se hallan dos rosetones decorados con hojas de encino y laurel, alusivas a la fuerza y la victoria.
La base contiene, además, la escultura de un león laureado que guía un niño, símbolo, en palabras de Rivas Mercado, “del pueblo, fuerte en la guerra y dócil en la paz”. Este acervo sostiene la columna de 36 metros de altura, alcanzando todo el conjunto 45 metros. Estructurada en acero y recubierta por piezas labradas en cantera de Chiluca, la columna está decorada con palmas, guirnaldas y dos anillos grabados con los nombres de ocho héroes independentistas.
En su capitel, cuatro águilas con las alas desplegadas dan sostén a la escultura hueca de 6.7 metros de altura: un ángel femenino que no es tal, esculpido en bronce con recubrimiento de hoja de oro, representación de Niké, la diosa griega de la victoria, que se dice tuvo por modelo a una modesta costurera, Ernesta Robles. El Ángel ostenta, en la mano derecha, una corona de laurel y, en la otra, sostiene una cadena rota de tres eslabones, emblema del término del dominio español. Rivas Mercado, padre de la célebre Antonieta, no la incluye en la imaginería del monumento, dada la brevedad de su edad, pero coloca un bajorrelieve con otra presencia femenina en la entrada al monumento: el rostro de su otra hija, llamada Alicia.
La columna es, en la tradición mítica ancestral, una suerte de árbol cósmico, eje de la unidad esencial de la vida y del conocimiento. En este caso, funciona además como mausoleo, dado que alberga tres nichos que contienen las urnas con los restos de 12 de los héroes de la Independencia, que fueron trasladados ahí en 1925, por disposición de Plutarco Elías Calles, desde la Catedral Metropolitana y algunos otros puntos del país.
Curiosamente, el interior de la columna resguarda, también, la escultura de un revolucionario irlandés, Guillén de Lampart (Lombardo de Guzmán) que llegó a México en 1640, con el propósito de independizar a la Nueva España de la metrópoli, razón por la que fue quemado vivo en 1659, tras 17 años en la cárcel de la Santa Inquisición de la Plaza de Santo Domingo. México lo acuna como parte de su tradición liberal.
Entre todos los avatares narrados, fue significativa, en el año de 1957, la caída del Ángel a causa de un terremoto. Por ello, se reforzó el interior de la columna, se remplazó la escalera de piedra del interior por una metálica, y un grupo de técnicos, encabezado por el escultor José María Fernández Urbina, construyó una nueva victoria alada. Del antiguo Ángel, sólo la cabeza está expuesta al público en la entrada del Archivo Histórico de la Ciudad de México, custodiada por la Casa de los Condes de Heras y Soto, uno de los firmantes del Acta de Independencia, en 1821.
En 1929, el presidente Portes Gil mandó construir un nicho para una lámpara votiva que todavía permanece encendida en la tradición apasionada del pueblo de México, como testigo y parte de su historia.
Fotos: Yahel Leguel.