Esta es una historia de amor que surgió de la nada, en tierras donde un campesino llamado Dionisio Pulido pasaba la vida cultivando maíz. Hombre tranquilo y dedicado a lo suyo, sin esperar conflictos con nadie, que tenía algunos bueyes y un par de caballos flacos, pero correosos, y para quien todos los días eran casi iguales, tan iguales que los lunes no se diferenciaban de los jueves y no encontraba razón para llamar martes al martes. Solo la misa dominical marcaba la semana, castigando su rutinaria rutina. Sin embargo, un día de esa aburrida calma, el planeta se le puso bravo. Hacía unos días que la tierra regurgitaba, pero el 20 de febrero de 1943, hace 75 años, la cosa se volvió más seria y Dionisio, después de rezar a su Señor bendecido de los Milagros, avisó a las autoridades que algo grave se asomaba. Y se asomó, con un primer rugido que se volvió cenizas y polvo y fuego pétreo. De tan novedoso, ese monte hasta acta de nacimiento tiene, parido por sí mismo.
El volcán creció y su huella se fue extendiendo, tragándose los pueblos cercanos, afortunadamente sin costo de vidas, pero desplazando a muchos pobladores, además de la familia de Dionisio, quienes se vieron forzados a crear, años más tarde, Nuevo San Juan Parangaricutiro, un poblado donde aún hoy se cuentan historias y se inventan recuerdos sobre 1943, el año que les cambió el paisaje.
Durante un poco más de nueve años, ríos espesos, con tonalidades rojo sucio, con la dureza de su poder ardiente, caminaron hasta hacerle una costra a una extensión enorme. Así como unos huyeron, otros llegaron, algunos por curiosidad y otros con interés científico o artístico. Entre los más destacados, un tapatío también volcánico, de vida apasionante, llamado Gerardo Murillo y quien ya para entonces tenía 68 años, decidió cruzarse en el camino de las piedras humeantes. Había estudiado filosofía en Italia y derecho en Francia, había soñado una ciudad para personajes superdotados y había sido escritor, explorador, filósofo, amante intenso y tormentoso de Nahui Ollin, político, combatiente, viajero, caricaturista, promotor de movimientos obreros, periodista, vulcanólogo y siempre artista. Atraído por el fuego, el “Doctor Agua” (Atl, en náhuatl) llegó a Michoacán para vivir un amor intenso con el paisaje eruptivo que había estado buscando.
La atracción fue instantánea. Gerardo lo rodeó, se le acercó temerariamente, le habló durante meses, lo describió en palabras y lienzos, trató inútilmente de hacerlo suyo, de domarlo. Lo respiró a tal grado que se enfermó de volcán, el monte adolescente le cobró factura por su amor intenso y en un accidente le robó una pierna. Pero Murillo no se dobló y, aunque impedido en su capacidad exploradora, buscó explicarlo de otra manera, creando la técnica de aeropaisaje para describirlo desde el cielo, como no se había hecho antes, para lo que pudo conseguir un helicóptero. También descubrió la capacidad del Paricutín para endurecer su flujo e influido en eso creó los atl-colors, una pasta dura compuesta de cera, resina y petróleo con los que se podía pintar papel, tela o inclusive roca.
De aquel amor irremediable quedaron muchas huellas y no todas de lava. Murillo escribió Cómo nace y crece un volcán. El Paricutín, editado en México en 1950 (y reproducido espléndidamente por El Colegio Nacional hace unas semanas); también desarrolló estudios técnicos sobre las explosiones y el derrame de lava; y, principalmente, retrató su fuerza en obras pictóricas novedosas, en arte que agradeció el país, honrándolo con la Medalla Belisario Domínguez y el Premio Nacional de Bellas Artes. Pese a no ser un personaje cómodo, el ambiente cultural reconoció a ese hombre de barba enorme y desarreglada que se mantuvo al margen del movimiento nacional que había tomado por asalto las paredes para volverlas mural; el Doctor Atl encontró, como lo hizo cuando tenía dos piernas y cuando le quedó sólo una, un camino propio. Era un hombre tórrido, poco afecto a romances pacíficos, lo que reflejó en su pintura, que parece estar en erupción continua. Por eso hoy son casi sinónimos aquel cono michoacano que celebra su cumpleaños número 75 y el hombre irreverente y confrontador, fallecido en 1964, que decidió nunca parecerse a nadie.
Foto:
- «Paricutin 30 613» por R.E. Wilcox, U.S. Geological Survey.
- «Paricutin 30 612» por K. Segerstrom, U.S. Geological Survey.