Esta es una leyenda que, sin que nadie haya querido darse cuenta, se volvió realidad.
Nuestra historia es, como se dice popularmente, “como jarrito de Tlaquepaque”: quebradiza y frágil, por eso pocos la cuestionan a fondo, con bases y de manera inteligente, buscando reescribirla. A causa de eso, nuestros niños siguen aprendiendo anécdotas inverosímiles, muchas veces falsas, sobre sucesos pretéritos convertidos, por obra y gracia de la repetición en libros de texto gratuito, en verdades inamovibles y, sobre todo, irrefutables.
Un buen día, el presidente en turno decidía que una osamenta pertenecía a un prócer, o que en un pueblo determinado se había consumado una epopeya nacional, y el aparato oficialista movía (tal vez lo sigue haciendo) los hilos para convertir la leyenda en verdad histórica. Al paso de los años y por la limitada protesta o el mínimo cuestionamiento, era cierto para todos que los huesos de Cuauhtémoc habían sido encontrados en Ixcateopan, o que los niños héroes habían sido solo seis, y mil etcéteras de ficción que hoy tenemos grabados en el USB mental.
El primer México que se nos incorpora a la memoria proviene de un mensaje estatista, unificador, que ha mostrado una realidad parcial, de buenos, buenos, buenos, contra malos, malos, malos, como si fuera un guion de las peores telenovelas. En este discurso aparecieron (tal vez siguen apareciendo) algunas decenas de próceres y no muchos más, bendecidos por la cultura oficial, a quienes se atribuye el cielo, las estrellas y el destino nacional. A ellos (mayormente) y ellas (de manera excepcional y limitada) pertenece el pasado, siempre glorioso, siempre incuestionable.
Con las libertades ganadas, al paso de las generaciones surgió un movimiento pendular que ahora quiere bajar del nicho todo aquello que no les acomoda. Formado por especialistas de buró, preparados al vapor, que basados en ideas actuales cuestionan comportamientos pasados, que niegan todo aquello que no se ajusta a su campo de visión y que deciden que el sol puede salir por el norte y ocultarse por el sur solo porque ellos están girados en esa dirección. Los nuevos propietarios de nuestro pasado surgen de la bruma en plan revanchista, más que científico. Contenidos por años de verdades institucionales, estos grupos ahora suponen tener la libertad de crear una “deshistoria” con verdades igualmente estrambóticas y conclusiones sacadas de fascículos y no de fuentes fidedignas. Surgen ahora los historiadores alternativos que apuntan en direcciones contrarias, igualmente sesgadas que aquellas que los provocaron.
Muchos de estos “expertos” que nunca han estudiado, publican leyendas antagónicas que convierten en santos a los demonios oficiales y viceversa, con reacciones estomacales a principios estomacales, haciendo de nuestro pasado un revoltijo. La misma insensatez, con otro vestido.
Aceptando la existencia de la ficción literaria y cinematográfica, que son eso, claramente ficciones, el rigor histórico debería prevalecer cuando se trata de buscar respuestas en el pasado y asentarlas en algo más que una película. Se pueden inferir pensamientos, se pueden establecer ciertas hipótesis, pero no crear una historia nacional basada en mercadotecnia o en lograr más ventas, como inaceptable era establecerla basada en mentiras y antojos presidenciales. Una primera vejación no justifica una violación tumultuaria.
Conviene revisar los mitos, pero en ambas direcciones. Ni el Porfirio Díaz asesino a ultranza, causante de todas nuestras desgracias, ni el “San Porfis Bendito”, a quien hay que acomodar en la Basílica de Guadalupe. Y, como este ejemplo, miles. Sería luminoso, para nosotros, reconocer al verdadero Hidalgo, con luces y sombras; los sucesos reales tras la pérdida de medio país; el Benito Juárez luminoso y a la vez contradictorio; el Francisco Villa que no era mitad guerrillero, mitad prócer y mitad mártir porque no se puede ser tres mitades. No devalúa a Madero el hecho de haber sido un presidente débil que provocó en parte su propio debacle y la del país. ¿Qué sería de Frida, sin Frida, la de locuras arrebatadas y vida dispersa que alimentó su arte?; no afecta a nuestra conformación actual que el Cura de Dolores haya sido un gran y profuso amante; ayuda el entender, de manera seria, los grandes aciertos y los grandes errores de Lázaro Cárdenas; la romántica historia de Leona Vicario tiene también difíciles verdades… los logros tienen también grietas.
Querer a México parte de entenderlo, ver sus soles y sus lunas, sus pantanos y sus montañas, así se vuelve más cercano, más entrañable, más humano, lo que permite gozar su presente, pero, también aprender de su pasado, su real pasado, para no repetir sus enormes sinrazones que también existen.