Han pasado ya 46 años desde que se celebró la XIX edición de los Juegos Olímpicos en México, un evento que a pesar de haber durado tan sólo unas cuantas semanas, hoy día quedan recuerdos de aquel magno evento, como algunos de los recintos deportivos que se construyeron ex profeso para la ocasión, y que permanecen vivos entre los altos rascacielos y calles atestadas de automóviles. Quizá para la estética arquitectónica de nuestros días, aquellos edificios resultan vestigios de una era ya olvidada; sin embargo, representan el afán modernizador y cosmopolita que imperaba en los años sesenta en México y el mundo.
Tiempos convulsos fueron aquéllos: Estados Unidos y la Unión Soviética mantenían una guerra tecnológica e ideológica, mejor conocida como la Guerra Fría, en la cual ambos países querían imponer su sistema ideológico, político y económico, resultado de ello fue el inicio de la construcción del muro de Berlín, quedando Alemania dividida entre capitalista y comunista; la llegada de Neil Armstrong a la luna, primer hombre en lograrlo y, en México, la víspera de los Juegos Olímpicos. Suceso que, por una parte, supuso un gran logro para el país, provocando un orgullo generalizado, pero por otra, una profunda contradicción, pues días antes de la inauguración de los Juegos, la mayor de las masacres de nuestro país tuvo lugar en la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, en la Ciudad de México.
El 2 de octubre cientos de alumnos universitarios se dieron cita en un mitin en la plaza de Tlatelolco, como parte de una serie de protestas y marchas en contra de la represión militar y policiaca, ordenada por el gobierno, hacia los estudiantes. Ante el temor del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz de que esto impidiera la concreción de los Juegos y fuera una mancha para la imagen de México en el mundo, Tlatelolco fue el escenario de un enfrentamiento a fuego cruzado: un grupo infiltrado de francotiradores, que pretendía sabotear el mitin, pretendiendo ser estudiantes, para incitar la reacción violenta de militares y policías, causando un tiroteo de cinco horas. Esa tarde, la Ciudad de México se tiñó de rojo por los cientos de estudiantes muertos y desparecidos. Los días previos a la inauguración de la décimo novena edición de las Olimpiadas, estuvieron envueltos de un desasosiego generalizado.
No obstante, diez días después, el 12 de octubre de 1968, el Estadio de Ciudad Universitaria, lugar de apertura y clausura de los Juegos, lucía un lleno total. Entre ovaciones, gritos y jolgorio, Enriqueta Basilio, mejor conocida como Queta, se convierte en la primera mujer y además mexicana en prender el pebetero olímpico, quedando oficialmente inaugurados los Juegos Olímpicos en un país latinoamericano.
A pesar del agitado panorama político que se vivía en todo el mundo, hubo un importante número de deportistas que participaron en estas Olimpiadas; en total asistieron 5,516 atletas, de los cuales 781 eran mujeres y 4,735 hombres provenientes de 112 países. La delegación mexicana estuvo conformada por 266 varones y 46 mujeres, esta última cifra fue la mayor, hasta ese momento registrada de participación femenina en un evento deportivo de este tipo.
Aunque en México se vivían días de dolor y tristeza por lo acontecido en Tlatelolco, los deportistas de la delegación azteca, levantaban los ánimos y ponían el nombre de nuestro país muy en alto. Entre los medallistas mexicanos ganadores del oro estuvieron el muy recordado y ovacionado Felipe Muñoz, nadador que ganó la primer medalla de oro para México en los 200 metros estilo pecho; Ricardo Delgado junto con Antonio Roldán, ganaron la segunda presea de oro en box en categorías de 48 a 58 y 54 a 57 kilogramos respectivamente.
Las preseas de plata fueron para Pilar Roldán de Giffening, en la prueba de florete y Álvaro Gaxiola en clavados de 10 metros; mientras que el bronce se lo llevaron María Teresa Ramírez en los 800 metros de nado libre y Joaquín Rocha, quien obtuvo la medalla en box, en peso superior a 81 kilogramos.
El 27 de octubre se dio por concluida la XIX edición de las Olimpiadas, que tuvo por lema “ofrecemos y deseamos la amistad con todos los pueblos de la tierra”, frase que resumía muy bien los valores que se necesitaban cultivar en esos años, tanto en México como en el mundo, valores que si bien no fomentaban los gobiernos de ese entonces, sí lo hicieron los muchos atletas mexicanos y extranjeros que a pesar de todas las adversidades, demostraron que el deporte hermana y concilia a las naciones.