En el estado de Veracruz, cerca de las ciudades de Córdoba y Orizaba, se encuentra uno de los secretos mejores guardados de la historia. Se trata de un lugar fundado por la rebelión, la sangre y los anhelos de libertad: Yanga, el primer pueblo libre de todo el continente americano.
Para comprender la relevancia de este sitio es necesario regresar en el tiempo. Cuando los primeros españoles pisaron este lado del mundo, no venían solos. Prácticamente desde el primer viaje traían consigo a un puñado de africanos. Al principio, los negros no fueron utilizados como esclavos, sino como sirvientes. Incluso, algunos de ellos fungieron como crueles capataces, cuya función era mantener dóciles, a punta de látigo, a los nativos americanos, quienes sí fueron sometidos a la esclavitud desde el inicio.
Poseer sirvientes negros representaba una especie de estatus para los conquistadores españoles. Aunque no eran tratados con tanto rigor por sus amos, evidentemente no estaban aquí de manera voluntaria. Eran capturados por los portugueses, principalmente en las costas del oeste africano.
No obstante, su suerte cambió en 1542. Ese año se expidieron las Leyes Nuevas, las cuales pretendían mejorar las condiciones de vida de los indígenas de América. Paradójicamente, al mismo tiempo que mejoró en cierto sentido la situación de los nativos, el destino de los africanos empeoró de tajo. Los negros, de un momento a otro, pasaron de ser capataces, mayordomos o simples sirvientes, a esclavos sin ningún tipo de compasión.
Como la población indígena disminuía a causa de las nuevas enfermedades, la aristocracia novohispana demandó mayor cantidad de esclavos negros. Se calcula que, entre 1521 y 1810, ingresaron a estos territorios muchos más negros que europeos. A tal grado llegó la barbarie en contra de los esclavos, que un anuncio de la época sentenciaba: “No le vendo más que un bulto con cabeza, alma en boca y huesos en costal”.
Pues bien, entre los esclavos venía un hombre llamado Gaspar Yanga, originario de Gabón, quien se decía miembro de la familia real de aquel lejano y pequeño país. Acostumbrado al respeto, pero sobre todo a la libertad, Yanga se convirtió con rapidez en un cimarrón, es decir, en un esclavo fugitivo que llevó una vida en libertad, siempre a la cabeza de otros tantos cimarrones que se asentaron en las montañas de Orizaba. Juntos, fundaron un poblado al que bautizaron como San Lorenzo de los Negros.
Durante más de 30 años, este grupo sobrevivió al margen del Virreinato. Vivían de la caza, de la siembra y de la cría de aves de corral, además se abastecían de otros recursos mediante el saqueo a las caravanas que se dirigían o venían del puerto de Veracruz. Gracias a las armas que confiscaban pero, sobre todo, a su voluntad, jamás pudieron ser sometidos. Los cimarrones tenían dos ventajas por encima de los soldados: conocían el terreno y no pretendían volver a ser esclavos jamás.
Treinta años duró su lucha, hasta que el virrey Rodrigo Pacheco y Osorio se convenció de que no lograrían derrotarlos. Para entonces, Yanga ya era un anciano, pero pudo disfrutar de su gran triunfo: el establecimiento oficial –firmado de puño y letra por el propio virrey– del primer pueblo enteramente libre del continente. Era 1630 y otros muchos hombres y mujeres seguirían su ejemplo.