Hace unas semanas hablaba de una de las esculturas, ubicada al sur de la Ciudad de México, de Enrique Carbajal González, mejor conocido como Sebastián y aludía a una de sus más famosas: Cabeza de Caballo en Reforma. Así, platiquemos un poco de este ícono de la ciudad.
¿Por qué un monumento se vuelve icónico? Alguna vez en una clase de pintura mi maestra reflexionaba acerca de las construcciones de las ciudades modernas y decía que las urbes son muy grises. Es verdad, aunque los edificios sean enormes no poseen color, pocos son los elementos que le permiten ver a nuestros ojos algo que sobresalga. Eso ocurre con Cabeza de caballo de Sebastián, se encuentra en medio de una avenida en la que sobresalen grandes edificios incoloros. La escultura pintada de esmalte acrílico amarillo le da una especie de vida a este cruce de caminos.
Cabeza de Caballo ocupó el lugar que alguna vez tuvo El Caballito de Manuel Tolsá y que hoy se ubica afuera del MUNAL, frente al Palacio de Minería. Después de haber sido removida la escultura de Tolsá, Paseo de la Reforma muchos años no tuvo alguna escultura. Fue hasta los noventas que Cabeza de caballo se construyó como chimenea para el escape de los gases del drenaje profundo.
Algunas de las críticas a esta escultura radican en que Sebastián osó imitar al caballo de Tolsá, sin embargo, no me parece así. Quizá se trató de darle frescura a la ciudad, aludiendo al pasado en forma de homenaje, pero eso solamente lo sabe el artista.
Esta escultura abstracta de acero mide 28 metros de alto y pesa 80 toneladas. Fue inaugurada el 15 de enero de 1992 mientras presidía Carlos Salinas y hoy es parte esencial de una de las avenidas de la ciudad. Sebastián ha sido uno de los artistas de Iberoamérica más importantes y aunque algunos no entiendan de qué va su obra, me parece que sus piezas ya son parte fundamental de esta ciudad de color pavimento.