Antes de que termine octubre, y con él toda la efervescencia que los 50 años del 2 de octubre nos dejó, es importante rescatar por qué esta fecha no se olvida. Ya lo leíamos en el artículo “México 68: El sueño revolucionario, la acción colectiva, la memoria liberada”, escrito por Eunice Hernández, de Mexicanísimo:
“Se trata, como sostiene Ángel Octavio Álvarez, de una memoria sintomática que concibe a la Matanza de Tlatelolco como una continuidad intermitente, como ‘un símbolo de promesas incumplidas de la incipiente democracia mexicana’, como ‘la indiferencia patológica del Estado mexicano’, como ‘la imposibilidad de fundar una sociedad justa'».
Y de eso vamos a hablar con mayor profundidad, de las injusticias que, a 50 años, si bien no son exactamente las mismas que se denunciaban en aquel entonces, sí continúan y bien vale la pena alzar la voz contra ellas.
Primera parada: los estudiantes o, lo que es lo mismo, “una bola de revoltosos”
Este 2018 no solo se cumplen 50 años del movimiento estudiantil que terminó en tragedia; en este 2018, también tendríamos 43 nuevos maestros que, en el 2014, siendo estudiantes de la Normal de Ayotzinapa en busca de mejores condiciones, desaparecieron de manera misteriosa y tiempo después fueron declarados asesinados por “meterse con las personas inadecuadas”; en este 2018, perdimos a tres estudiantes de cine que fueron “levantados” mientras grababan un proyecto, todo por “estar en el lugar equivocado”.
A 50 años, vemos que la culpa sigue siendo de las víctimas y no de los verdaderos responsables; que Mara fue asesinada por “haber salido de noche”, que si hay un secuestrado es porque “en algo andaba” y si después lo encuentran muerto es porque “algo debía”. A 50 años, las muertes de los jóvenes siguen siendo justificadas por su imprudencia y por sublevarse, mientras que los culpables son constantemente victimizados, como en su momento lo fueron los responsables de la masacre en Tlatelolco.
Segunda parada: la represión o, lo que es lo mismo, “matar la verdad matando periodistas”
Sabemos por crónicas como la de La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, que periodistas que fueron a cubrir la manifestación del 2 de octubre resultaron heridos en su labor; que cuando aclaraban que eran reporteros, a los soldados les daba igual. También sabemos que muchos de los medios de ese entonces tenían que seguir la versión oficial, porque era la única información que tenían o porque así lo dictaba el gobierno; que durante años, y aún ahora, el número de muertos de aquella fatídica noche sigue siendo desconocido.
Hoy en día, las cosas no han cambiado mucho, México sigue siendo uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo y nombres como los de Javier Valdez o Miroslava Breach siguen encabezando una lista que crece cada vez más y que nos llena de tristeza.
Tercera parada: los males generales o, lo que es lo mismo, “el pan de cada día”
Los medios nos los pintan todos los días y a veces no con la suficiente justicia. Cada día vemos que la violencia no es únicamente para los estudiantes o periodistas, hay comerciantes, profesores, líderes religiosos o de opinión, niños, ancianos, migrantes, y la lista puede continuar, que han resultado muertos como víctimas colaterales de un problema mayor: la ambición y la intolerancia.
Así, como “pan de todos los días”, todos hemos perdido de manera violenta a un ser querido, a un familiar, a un amigo. “A todo el mundo le ha pasado” que lo amenacen, que lo asalten o que lo acosen y, mientras tanto, otros problemas nos siguen rodeando: la pobreza, la desigualdad y la ignorancia.
Esos eran los motivos por los que los jóvenes salieron y tomaron las calles hace 50 años y deberían ser las razones para hablar en la actualidad en memoria suya. Que sus ganas de justicia se sigan escuchando como un eco y aunque “fuerte es el silencio” por cuestiones ajenas a nosotros, como dice Poniatowska, no podemos quedarnos de brazos cruzados ante todo lo que pasa, porque eso es lo que no se olvida.
Foto: Karen Sofía Franco.