El olvido está lleno de memoria.
Somos nuestra memoria,
somos ese quimérico museo de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos.
Es momento de detener el tiempo: quitar el péndulo a los relojes de la casa. Quizá así logremos conjurar la catástrofe. Si tan solo pudiéramos recordar nuestra muerte. Habitar esa premonición de estatua de sal que nos obliga a volver los ojos al pasado, a una historia de la que somos protagonistas y en la que, sin embargo, no podemos reconocernos.
Me lleno de polvo en los estantes de esta, de muchas las bibliotecas. Hace tanto que las yemas de sus dedos no tocan mis páginas manchadas de tinta y lágrimas, que no siento su aliento en mi lomo. Las horas se volvieron días; los días, años. Mi papel se amarilla con el paso del tiempo, se me agrietan los párrafos, mis oraciones cargadas de poesía se desdibujan. La polilla me invade como los gusanos a otros cuerpos. Me dan ganas de gritar con la voz de otro, la de Rulfo, “el olvido en que nos tuvo, cóbraselo caro”. Porque mis palabras fueron cubiertas por el velo de ignominia. Pudo más la calumnia que la justicia.
¿Será que la pluma de la Garro era profética? ¿Será que no solo comparte el pasado sino también el porvenir con la hija ingrata de Ixtepec en Los recuerdos del porvenir, la repudiada Isabel Moncada? ¿Será que no se puede callar a las mujeres que denuncian con los ojos? En su libro, El asesinato de Elena Garro, Patricia Rosas Lopátegui sostiene que la turbulenta relación de la escritora con su exmarido, Octavio Paz, y cuestionable actuación en torno al movimiento estudiantil de 1968 derivaron no solo en un autoexilio que se prolongó veinte años sino en su descrédito y olvido como autora literaria.
¿Sabías que…
…Helena Paz Garro rescató Los recuerdos del porvenir cuando su madre se disponía a quemar la novela? Te recomendamos el documental La cuarta casa, un retrato de Elena Garro de José Antonio Cordero. Lo puedes ver en www.youtube.com
Por su parte, Christopher Domínguez Michael en Letras Libres criticó fuertemente el libro de Rosas Lopátegui por falta de rigor periodístico y apunta a que la errática actuación de Elena Garro a lo largo de su vida obedeció a un delirio paranoide y a una prolífica imaginación que rayaba en la locura. Como con tantos otros capítulos negros de nuestra historia, quizá nunca conoceremos la verdad completa ni a la Elena Garro de carne y hueso que no tendría por qué ser más verdadera que la de luz y sombra que se atisba en su literatura. Y si a locos vamos, me viene a la memoria otro de sus personajes, Juan Cariño que, armado de sus diccionarios, recorría las calles recogiendo insultos y groserías y, a cambio, pronunciaba palabras de aliento, paz y libertad para, en vano, evitar la desgracia. Se me ocurre que quizá ese fue el propósito literario de Garro, el porqué de su escritura.
Más allá del vodevil político de nuestro sector intelectual, habría que seguir el ejemplo de Juan Cariño y rescatar las palabras de una de nuestras más brillantes escritoras, sobre todo en vísperas del centenario de su nacimiento. Recuperar la memoria del olvido.
En su primera y más aclamada novela, Elena Garro apunta a que tenemos dos memorias y que solo la muerte las reconcilia. “Él sabía que el porvenir era un retroceder veloz hacia la muerte y la muerte el estado perfecto, el momento precioso en que el hombre recupera plenamente su otra memoria”. Una es la memoria de los hechos verificables, la del pasado que con frecuencia se oculta, como el de Julia, tras negras pestañas y lánguidos atardeceres. La otra es la memoria de los sueños y la ilusión, la memoria de un futuro inventado; los recuerdos del porvenir.
¿Sabías que…
…Elena Garro estuvo con Octavio Paz de 1937 a 1959. También tuvo una relación con el escritor argentino, Adolfo Bioy Casares
Cuando el forastero Felipe Hurtado llega a Ixtepec, el pueblo —que, por cierto, lleva la voz narrativa de la novela— presiente que nada volverá a ser igual, que ha llegado el agente de cambio. “Lo que falta aquí es la ilusión”, sentenció y sus palabras quedaron grabadas para siempre en su memoria. Para corregir la situación, esa monotonía y tristeza añeja, el joven recluta a los hermanos Moncada para hacer teatro y trastoca para siempre las vidas de Isabel, Juan y Nicolás y, como ocurre con los actores en un escenario, su futuro se escinde entre el real y el ilusorio.
Esa obra de teatro queda inconclusa. Cuando, en un acto de prestidigitación, Hurtado abandona el pueblo, se lleva con él el misterio de Julia, pero deja plantada la semilla de la ilusión entre sus habitantes. Tras el cierre de su iglesia, los personajes más disímbolos —el cura, el sacristán, la beata, pero también, el loco del pueblo, los jóvenes y las prostitutas— organizan la conspiración cristera y “escenifican”, no se puede usar otra palabra, un elaborado plan de imposturas, mascaradas, parlamentos y apariencias. Con ello, Elena Garro parece hacerle eco al dramaturgo Rodolfo Usigli cuando dijo, “un pueblo sin teatro es un pueblo sin verdad”.
La comedia de los Moncada se torna en tragedia para dar paso a la consabida catarsis. La purificación que descorre finalmente el telón de los regímenes posrevolucionarios y su corrupción rampante. “Aquí la ilusión se paga con la vida,” dirá un personaje y la sentencia nos persigue a través de las décadas como el tic tac de los relojes.
Un hógar sólido
Elena Garro es considerada una de las precursoras del realismo mágico. Su obra de teatro Un hogar sólido estrenó en 1957 como parte del cuarto programa de teatro experimental Poesía en voz alta y fue dirigida por Héctor Mendoza. En 1967 formó parte de la Antología de literatura fantástica editada por Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. En ella, todos los personajes están muertos y en una cripta familiar esperando la llegada de su fallecido más reciente, desde ahí exponen la interesante visión de Garro sobre la muerte.
Siguiendo en el universo mítico-mágico de Elena Garro pero esta vez con referencia a su obra de teatro Un hogar sólido, la muerte de los héroes no solo reconcilia su otra memoria y le da cuerpo a la ilusión, sino que les permite regresar al todo, formar parte de cada cosa, de sabor de un caramelo que se disuelve en la boca de un niño, de las piedras de una casa, de los ojos de los gatos que vagan en la noche y del estremecimiento que me provoca la mirada de los lectores sobre estas páginas.
Hay, en la obra de Elena Garro, una profunda melancolía, una sonrisa que oculta presagios, una tristeza sin amargura, más bien dulce como la que provoca un llanto sin sobresaltos sostenido por muchos años, muchas eras, muchos pasados. Y es que quizá, el cantante español, Joaquín Sabina estuviera pensando algo muy parecido a la escritora mexicana cuando dijo: “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.”
Artículo que apareció en el número 102 de la revista Mexicanísimo.