Por José Gil Olmos
A las cuatro y media de la tarde del 7 de enero comenzó el cortejo fúnebre en el Panteón Francés. No había homenajes como los que acostumbran aquellos que siempre han deseado el poder. Detrás del féretro de caoba pulida y barnizada, atrás de la carroza negra, iba un puñado de personas, la familia de sangre y un poco más atrás la familia de oficio, los reporteros de la revista Proceso.
Era la despedida en una tibia tarde de invierno del que ha sido considerado el periodista mexicano más importante del último medio siglo, Julio Scherer García.
En vida nunca le gustaron los homenajes, las entrevistas ni los premios. Y cuando se los dieron, los aceptó con una modestia que molestaba a sus críticos que lo atacaban a la menor oportunidad.
Eso no lo sabía en 2001, cuando le pedí una entrevista para mi tesis sobre el papel protagónico de los reporteros en el conflicto de Chiapas de 1994.
“Lo invito a desayunar”, contestó cuando le pedí platicar. En el desayuno del restaurante Konditori me dijo: “Mire Pepe, yo no doy entrevistas, no me gusta ser protagonista, el reportero ya es protagonista con su trabajo, mejor vamos a platicar de la vida”.
Fueron tres horas de escucharlo platicar sobre su vida íntima, de su amor por su esposa y sus hijas e hijos, del trabajo enajenantemente apasionado de reportero que lo alejó de su familia y de su otra familia, la de tinta y papel, que hizo en el periódico Excélsior y sobre todo en Proceso; de su paso frustrado en las aulas de la UNAM, de su relación con los hombres y mujeres que viven para y por el poder, y de los reporteros que no tienen amigos en el poder como fue la suya con Carlos Hank González, quien le regaló una chamarra con dinero en los bolsillo y una camioneta que luego una de sus hijas chocaría para dejarla inservible.
Después del desayuno convertido en almuerzo, don Julio se despidió dejándome una enseñanza que después apreciaría. La mañana del 3 de abril de 2010 los reporteros de la revista Proceso nos reunimos en la redacción y lo felicitamos por su testimonio del encuentro con Ismael “el Mayo” Zambada, ese día comprendí la verdadera lección: que el reportero no es el protagonista de la historia, es el narrador de la misma y como tal no necesita ser la nota.
Al mediodía de ese 3 de abril, don Julio entró a la redacción de Proceso donde ya lo esperábamos varios reporteros para preguntarle del encuentro con “el Mayo”. Hubo aplausos, abrazos y felicitaciones por la nota que testimoniaba el encuentro con uno de los jefes del cártel de Sinaloa en algún lugar del vasto territorio nacional.
“Gracias, gracias”, repetía don Julio con modestia, aunque en la sonrisa se le veía complacido por las felicitaciones de los reporteros que lo rodeábamos. “Soy reportero como ustedes”, dijo en algún momento en el que le reconocimos su trabajo, las dificultades y los peligros que enfrentó para tener dicho encuentro.
No sé si lo dijo en ese momento o creí escuchar lo que escribió en el testimonial de la reunión con uno de los jefes del cártel de Sinaloa: “si el Diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos…”.
Ese era Julio Scherer García para los reporteros que estamos en la casa que él fundó. Don Julio, como le decíamos con respeto, siempre fue reportero, siempre buscó la noticia, siempre cuestionó al poder e indagó los acontecimientos diarios y, como tal, vivía.
En los últimos años, cuando se presentaron una serie de amenazas contra algunos reporteros de Proceso, don Julio siempre estuvo presente y defendió la integridad de cada uno de nosotros. “Lo que más me preocupa son los reporteros”, solía decir, reconociendo que los tiempos violentos que ahora se viven son diferentes a los que enfrentó en los años setenta cuando creó la revista Proceso.
El 2 de diciembre de 2010, Televisa presentó las declaraciones en video de “El Grande”, grabadas el 4 de noviembre de ese mismo año, en las que acusaba al reportero Ricardo Ravelo y a Proceso de haber recibido 50,000 dólares a cambio de dejar de publicar reportajes del narcotraficante Sergio Villarreal Barragán.
Minutos después de que acabara el noticiero de la noche, don Julio ya estaba en la redacción para organizar la defensa contra la campaña orquestada desde el poder presidencial contra Proceso. “Es el peor golpe que nos han querido dar, pero los vamos a defender como sabemos, con información. Los vamos a desenmascarar”, nos dijo a un grupo de reporteros que acudimos a la revista casi a la medianoche para reunirnos con el director Rafael Rodríguez Castañeda. Y así fue, con base en una investigación periodística se supo que el expediente era falso y que se había usado a un testigo protegido para golpear a la revista.
Pero don Julio se equivocó, ese no era el peor golpe contra la revista, dos años más tarde se daría el ataque más brutal. El 28 de abril de 2012 asesinaron a Regina Martínez, corresponsal del semanario en Veracruz. Esa vez don Julio y el actual director de Proceso, Rodríguez Castañeda, enfrentaron al gobernador Javier Duarte a quien le dijeron “no le creemos”, cuando se excusó de cualquier responsabilidad sobre el homicidio de la reportera.
Esa sería su última lucha contra el poder. Aquella noche aciaga nos convocó a cuidarnos, a ser más cautelosos con lo que escribíamos. “Hay que romperles su madrecita pero con cuidado”, solía decir.
Artículo apareció en el número 83 de la revista Mexicanísimo.
José Gil Olmos. Es reportero de la revista Proceso y autor de los libros Los brujos del poder (Grijalbo, 2012), La Santa Muerte (Debolsillo, 2012), entre otros.