Escritura universal que instruye sobre la poesía simbolista, la historia de México o la cultura grecorromana, la obra de Alfonso Reyes ha sido decisiva para las mentes más brillantes de nuestro idioma. Carlos Fuentes, Octavio Paz, Mario Vargas Llosa y Jorge Luis Borges, entre otros, han manifestado su profunda admiración por este ensayista, poeta y narrador, cuyo nombre es sinónimo de erudición, inteligencia y destreza literaria.
Alfonso Reyes –quien según la poetisa Gabriela Mistral debió de ser premio Nobel de Literatura– nació el 18 de mayo de 1889, en Monterrey. Hijo del general Bernando Reyes, hombre cercano a don Porfirio y gobernador de Nuevo León, llevó a cabo sus primeros años de estudio en este estado para luego trasladarse a la Ciudad de México a estudiar en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, antecesora de la Facultad de Derecho.
En 1909, Alfonso Reyes, junto a José Vasconcelos y Antonio Caso, fundó el Ateneo de la Juventud, agrupación de jóvenes intelectuales autodidactas interesados en cultivar los estudios que el positivismo porfiriano había asfixiado. De este modo, los integrantes del Ateneo realizaban tertulias y círculos literarios para discutir la obra de diversos autores, entre ellos, Platón, Kant, Schopenhauer, Bergson y Nietzsche.
Al estallar la Revolución Mexicana y tras la muerte de su padre, Alfonso Reyes emigró como diplomático primero a Francia y luego a España, donde inició su labor periodística como colaborador en la Revista de Filología Española, la Revista de Occidente y la Revue Hispanique.
Hacia 1924 fue trasladado a diversos países, entre ellos, Argentina y Brasil. Su estancia en el extranjero le permitió entablar amistad y compartir opiniones con grandes hombres de letras como José Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, Leopoldo Lugones, Jorge Luis Borges y Bioy Casares. Asimismo, siendo el exilio uno de sus periodos más fecundos, publicó numerosos ensayos, tales como Cuestiones estéticas, Visión de Anáhuac, El Suicida, Cuestiones gongorinas y Simpatías y diferencias; obras donde perfeccionó su estilo literario, rico en vocablos, giros expresivos y arcaísmos que armonizan con el ritmo y la cadencia de su prosa.
A su regreso a México en 1939, construyó una extensa biblioteca con miles de libros –hoy conocida como la Capilla Alfonsina–, presidió la Casa de España en México, que más tarde se convertiría en El Colegio de México y publicó importantes obras como La antigua retórica, Última Tule, Tentativas y orientaciones, El deslinde, Norte y Sur, La crítica en la edad ateniense y Junta de sombras.
Dentro de su obra poética sobresalen el poema dramático Ifigenia cruel, Pausa, 5 casi sonetos, Otra voz y Cantata en la tumba de Federico García Lorca. También fue un importante traductor de La iliada de Homero y de la obra de Laurence Sterne, G.K Chesterton y Antón Chéjov.
Miembro y director de la Academia Mexicana de la Lengua desde 1957 hasta su muerte, en 1959 –fecha declarada como día de luto nacional por el presidente Adolfo López Mateos–, Alfonso Reyes dejó para la posteridad una de las prosas más lúcidas de nuestra lengua: una fiesta del lenguaje que combina sabiduría, belleza y musicalidad.
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