Entre nuestros orgullos que reconoce el mundo, tenemos uno que fue reconocido en 2015 como Patrimonio de la Humanidad, algo que no es poca cosa, y cuya historia de vida es maravillosa porque es tal vez una de las mayores obras del virreinato novohispano. El Acueducto del Padre Tembleque –que es más que solo eso, es un sistema hidráulico completo–, ubicado en Hidalgo, es un elegante ejemplo de obra civil que combina estética con funcionalidad.
Pero habrá que saber algunas cosas más: Tembleque es un poblado mínimo que apenas supera los 2,000 habitantes, ubicado a 90 kilómetros de Madrid. Entre sus personajes ilustres, cuenta con un obispo de Milán, un confesor real y un portero del Atlético de Madrid que llegó a ser compañero de Hugo Sánchez. De ese sitio partió a la Nueva España un fraile cuyo nombre real no registra la historia, porque Francisco, con el que es conocido, es probable que lo haya adquirido posteriormente por la costumbre de algunas órdenes de cambiarse el nombre (no sé si era para confundir al Facebook de entonces, o a los recaudadores de impuestos).
Este padrecito, según indica el excelente artículo de Carlos González Lobo publicado por la UNAM y que les recomiendo (http://www.revistas.unam.mx/index.php/bitacora/article/view/26346), era muy persistente y tenía una capacidad de convencimiento envidiable, pues convenció a los pobladores en los alrededores de Otumba (famosa en la actualidad por su Fiesta del Burro, el 1 de mayo) de ofrecer trabajo comunitario (conocido como tequio) para lograr esta maravilla. Claro que por entonces a nadie se le ocurría que existiría la Unesco, sino que todos tenían sed porque, si van por ahí, notarán que el paisaje es francamente desértico, así que apoyaron la obra y aportaron también técnicas de construcción locales.
De acuerdo con el mencionado artículo, el proyecto tardó cerca de dos décadas en realizarse y les quedó digno de muchos premios, ya que el desnivel no es mucho y se debieron hacer muchas estimaciones, con los recursos de esa época, sobre la pendiente necesaria para que el agua no se fuera en reversa. Hacer, en esa época, arcos de esa belleza y esa altura es también meritorio, pues se rellenaba la parte interior y, una vez terminado, se incendiaban los materiales que detenían la obra derruyéndose algunas trabes para dejarlo esbelto y francamente hermoso.
Francisco de Tembleque poseía pocos conocimientos, pero tenía sentido común y escuchaba a los habitantes. Poseía una frase maravillosa que aplica de maravilla: “A evangelizar, por el agua, ya que solo un pueblo saludable puede comprender y amar a Dios”. El resultado es un emblema del mestizaje porque se combinaron principios europeos con el uso de técnicas y materiales locales, como el bruñido, que es un adherente en que se combinan cal, agua, baba de nopal y miel de abeja. El acueducto muestra cómo varios grupos humanos pueden resolver sus problemas, pues en la construcción participaron 40 comunidades indígenas y los recursos económicos se obtuvieron gracias a la venta de tejidos y deshilados hechos por las manos de las mujeres que habitaban los pueblos por los que pasa. El proyecto incluye 42.3 kilómetros de camino hidráulico, sobre la Barranca de Papalote.
Visitarlo es fundamental, como a los otros 32 Patrimonios de la Humanidad que duermen en nuestro país. Seamos dignos beneficiarios de estos tesoros. Para quienes habitan en la capital, el recorrido es corto y hasta pueden celebrar en Otumba con unos chinicuiles, escamoles y un pulque local, que es otro de sus tesoros.
Foto principal: CPTM / Ricardo Espinosa-Reo