La ciudad de Orizaba, en el estado de Veracruz, ostenta un rincón muy peculiar. En el corazón mismo de Pichucalco, uno de los barrios más emblemáticos de la urbe, se localiza la base de un moderno teleférico, construido en el año 2013.
En ese sitio, exactamente a un costado del Paseo del Río, que lo mismo sirve para caminatas románticas que ecológicas, o bien, para disfrutar de la reserva animal que se ha instalado en sus márgenes, es donde comienza la historia.
Gracias a sus 917 metros de longitud, este teleférico es el tercero más largo del país. Su destino, a 320 metros sobre el nivel de la ciudad, es la cima del Cerro del Borrego, un hermoso escenario arbolado que igual presume bellezas que tragedias. Así es. Justamente en ese sitio tuvo lugar una de las batallas más desastrosas para el ejército mexicano durante la intervención francesa.
Todo sucedió entre el 13 y el 14 de junio de 1862. Para entonces, la gran victoria mexicana, conseguida en Puebla el 5 de mayo, aún estaba fresca. Con el ánimo arriba y la confianza de su lado, el general Ignacio Zaragoza tenía la idea de “echar al mar” a todos los invasores, pero algo salió mal.
Perseguidos y derrotados, aproximadamente seis mil franceses se refugiaron en Orizaba, pues su clima húmedo y no tan extremo como el que reina en los municipios vecinos, era propicio para ellos. Al enterarse, tanto Zaragoza como otros generales mexicanos enviaron misivas de advertencia al conde de Lorencez, el engreído militar galo que comandaba la expedición y que, meses antes, luego de su llegada al país, se sintió dueño de todo el territorio, pues consideró que eran tan superiores en lo militar que los mexicanos no significarían oposición alguna.
Contra todos los pronósticos, Lorencez se empeñó en quedarse en Orizaba. Incluso, fue más allá: lejos de sentirse intimidado por las amenazas, se instaló a sus anchas en diversos sitios que hoy son atractivos culturales e históricos de la ciudad, como la Alameda, que usó como caballerizas, el Oratorio de San Felipe Neri (hoy Museo de Arte del Estado) que sirvió como hospital, y los templos del Carmen (hoy Obispado) y de San José, que se convirtieron en cuarteles. Desde esos lugares los franceses prepararon su defensa, confiados en que los cerros que rodean a la urbe les servirían como eficientes murallas naturales. Para entonces, dos mil combatientes extranjeros habían marchado hacia el puerto en busca de provisiones, de modo que en Orizaba quedaban únicamente cuatro mil.
Zaragoza, al mando de quince mil hombres, conocía bien aquellos rumbos. Sabía cuál era el mejor y tal vez el único camino para ingresar a la ciudad y tomarla. Se trataba de un sitio llamado Garita de La Angostura. Para preparar el asalto, ordenó a sus tropas acampar en terrenos del actual municipio de Río Blanco, a poco más de un kilómetro de la Garita. Un punto estratégico era un peculiar cerro (hoy llamado Cerro del Borrego) que se ubicaba a un lado de la Garita, precisamente a la mitad del camino entre Orizaba y Río Blanco, en cuya cima se levantaba un pequeño fuerte. Desde ahí, todas las posiciones francesas (la Alameda, el Convento de San José, el Oratorio y demás) resultaban blancos fáciles, por lo que era fundamental controlarlo.
Mientras esto sucedía, el general Jesús González Ortega, quien comandaba a tres mil efectivos, había recibido la orden de apoyar a Zaragoza y se dirigía hacia allá. Aunque González Ortega no era un militar de carrera, había fungido ya como jefe del ejército del presidente Juárez, en 1860. Al año siguiente, fue nombrado ministro de Guerra, un puesto que le significó severas diferencias con otros miembros del gabinete que sí contaban con preparación militar, por lo que prefirió renunciar y quedarse únicamente al mundo de la división de Zacatecas.
Fue precisamente esta división la que tenía la orden de apoyar a Zaragoza, y el mejor modo de hacerlo fue tomando el Cerro del Borrego.
El general González Ortega ordenó el ascenso por un costado no visible para los franceses. Los mexicanos llevaban artillería pesada, por lo que el camino fue lento y muy cansado. Tan cansado que, al llegar a la cima, decidieron tomar un descanso que se volvió una prolongada siesta… sin tener la precaución de montar guardias.
Aparentemente avisados por un espía, poco más de una centena de franceses subieron el cerro y, al encontrar a los soldados mexicanos dormidos, fue sencillo acabar con ellos. Entre 250 y 400 soldados mexicanos murieron esa noche. La artillería, tomada por los franceses, sirvió para destrozar al resto de combatientes nacionales.
La leyenda asegura que la gente bautizó de este modo al cerro –Cerro del Borrego– para recordar que los soldados mexicanos fueron hallados dormidos, igual que mansos borregos.
Tras la muerte de Zaragoza (el 8 de septiembre de ese mismo año), González Ortega fue nombrado por el presidente Juárez jefe del ejército de oriente. Su misión principal fue la defensa de la ciudad de Puebla. El 16 de mayo de 1863, luego de dos meses de intensa batalla, y al encontrarse sin municiones, armamento ni víveres, entregó la plaza al ejército francés. Exactamente un año después, Maximiliano llegaría a México para convertirse en emperador. La Batalla del Cerro del Borrego jugó un papel por demás relevante en lo militar y lo anímico.
Actualmente, el recorrido por la cima del Cerro incluye los museos de sitio y las ruinas del antiguo fuerte. Aún existen algunos cañones de los que fueron capturados por los milicianos franceses.
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