En México, convertirse en un empresario que merezca reconocimiento tiene un doble mérito y una doble dificultad, pues además de los valores personales, se tiene que luchar contra el estigma asignado al emprendedor exitoso: ser empresario es casi un pecado. Este rechazo (que tiene connotaciones cívicas, políticas y religiosas) ha creado un estereotipo perverso donde el éxito y el deshonor caminan de la mano y un rico, un patrón, un jefe, está condenado de antemano al infierno eterno.
Ejemplos como el del regiomontano Lorenzo H. Zambrano ayudan, sin embargo, a desmentir el precepto. Humano, como todos, con defectos, como todos, supo no sólo colocar a una empresa mexicana entre las mayores del mundo en su ramo, sino crear una filosofía de trabajo, de reconocimiento a nuestras virtudes, además de apoyar el rescate de nuestro patrimonio, de promoción de nuestra cultura, para convertirse no únicamente en un líder de opinión sino, más importante, en un líder de acción.
Más allá de mantener la obra iniciada por su abuelo, Zambrano transformó a la cementera Cemex en una industria de avanzada y un referente mundial. A diferencia de muchos compatriotas que vendieron sus empresas, él se dedicó a consolidar la suya, a comprar más compañías y a integrarlas bajo un concepto y un liderazgo mexicano. El ejemplo de Cemex –con presencia directa en más de 50 países pero con relaciones comerciales con 106 naciones, más de 54,000 empleados y una de las 4 empresas más fuertes a nivel mundial– echa por tierra la idea de que los mexicanos no sabemos ser globales.
No únicamente se dedicó a producir riqueza, su apoyo a las artes, a la educación, al deporte y a la ciencia fue impresionante. Instituciones educativas, proyectos culturales, sistemas ecológicos y muchos más, como el Tec de Monterrey, el Museo MARCO o el equipo de futbol Tigres de la UANL cuentan su historia en hechos.
Amante de los avances tecnológicos, Zambrano era asiduo en redes sociales y no tenía miedo de expresar sus opiniones en temas donde muchos hombres públicos prefieren callar. Como una anécdota que finalmente lo reflejó, su segundo nombre era Hormisdas, de origen persa, que significa “el gran señor sabio”.
Reconocido como el prototipo del empresario que no únicamente se dedica a servirse del país sino que se compromete, participa, opina y se asume responsable de él, Lorenzo Zambrano, quien falleció a los 70 años hace unos meses, merece mucho más que un aplauso de sus colaboradores y debería ser considerado para ocupar un sitio en la Rotonda de las Personas Ilustres.