¿Alguna vez han escuchado el nombre de Matilde Montoya Lafragua? Ante la duda, san Google. Lo primero que aparece después de teclear dicho nombre en el buscador es, por supuesto, la entrada de Wikipedia que dice lo siguiente: “Nació en la Ciudad de México. Fue partera y al parecer la primera mujer en alcanzar el grado académico de médico”. Cierto o no, seguimos en la búsqueda. Otras páginas confirman que, en efecto, doña Matilde Montoya fue la primera mujer mexicana graduada en medicina, en 1887, y hoy es poco el reconocimiento que recibe.
Algunos pensarán que qué de valioso tiene ser mujer y haber recibido un título en medicina, si hoy es una de las carreras más solicitadas y, además, un área de trabajo donde existen muchas mujeres. Para entender el mérito de doña Montoya, sería preciso entrar en contexto. Era el último tercio del siglo XIX, en un México que todavía se debatía entre su pasado colonial y su presente medio independiente, pues si bien ya habían pasado varios años de la guerra contra la corona española, aún faltaba mucho por luchar en contra del colonialismo cultural y social.
Las costumbres seguían siendo las mismas: las mujeres tenían poco acceso a la educación, por ende, al ámbito político, económico o, en el caso de doña Montoya, científico, al grado de que en 250 años de historia de la Real Pontificia Universidad de México no hay registro de alguna mujer registrada como alumna. Con todas las adversidades por delante, Matilde Petra Montoya Lafragua ingresó a la Escuela de Parteras y Obstetras de la Casa de Maternidad en 1870, en donde, tres años después, obtuvo su título de partera, con tan solo 16 años de edad. Todo iba bien hasta que decide mudarse a la ciudad de Puebla, en donde, a pesar de su éxito y enorme prestigio entre sus pacientes mujeres, al poco tiempo fue tachada de “masona y protestante”, por lo que decide volver a la capital.
A su regreso, su situación tampoco mejoró, pues ingresó a la Escuela Nacional de Medicina, sin embargo, ni sus profesores ni compañeros estaban de acuerdo con que una mujer estudiara medicina con ellos. Incluso pidieron que se revisara su expediente, argumentando que sus estudios de bachillerato no eran válidos en la Facultad de Medicina, y así fue, en poco tiempo doña Montoya fue dada de baja.
Pero como buena mujer mexicana, buscó la manera de resolver dicha injusticia, por lo que escribió una carta externando su situación dirigida a nada más ni nada menos que al generalísimo Porfirio Díaz, quien dio instrucciones para que “la señorita Montoya cursara las materias en conflicto”, y así fue a pesar de sus detractares masculinos. Tras completar sus estudios, se tituló con una brillante tesis sobre microbiología, a cuyo examen asistió el mismísimo Díaz y su esposa Carmelita. Después, la vida por fin le sonrió a doña Matilde Montoya, quien siguió ejerciendo medicina en la capital, pero también apoyando proyectos altruistas y en defensa de los derechos humanos de la mujer. Participó en asociaciones femeninas como el Ateneo Mexicano de Mujeres y Las Hijas de Anáhuac, y en 1925 fundó junto con otra colega, la doctora Aurora Uribe, la Asociación de Médicas Mexicanas.
Tras largos años de lucha en contra de la sociedad conservadora que la vio crecer, doña Matilde Montoya Lafragua falleció en 1938, a los 79 años, dejando un gran legado, pues hoy más del 50 por ciento de los alumnos inscritos en la Facultad de Medicina de la UNAM son mujeres. Así que ya saben, cuando escuchen o les pregunten por el nombre de Matilde Montoya, sabrán contestar que fue la primera mujer doctora en nuestro país.