Por un accidente en una librería donde me topé con su libro, un ejemplar azul que no estaba buscando y que me agarró con la solapa, he pasado un año siguiendo la vida, el drama y la actitud ante la vida de Pablo Ferrara, a quien tuve el honor de conocer hace algunos meses, buscando hacer un artículo para la revista sobre mexicanos de valor. Conocerlo en persona y por sus letras ha sido para mí una de las experiencias más gratificantes y más humanas del último año.
Hace unos días, junto con otros importantes personajes, Pablo recibió la medalla que otorga su estado a gente indispensable en reconocimiento a su mérito cívico: la Presea Estado de Nuevo León. El mayor valor que le reconozco a esos premios es el de abrir ante los ojos de los demás vidas valiosas que nos reconfortan y sirven de ejemplo. Pablo, por lo tanto, la merece con creces, aunque no la necesita.
No voy a contar aquí su libro, pero los invito a comprarlo, es un repaso por una vida que de pronto se volvió cuesta arriba y la manera en la que una persona decide enfrentar el infortunio en lugar de tirarse en el rincón a llorar cada minuto y a lamentar su suerte. Lo más importante es que no es un relato de muerte sino de vida, la vida de un mexicano valioso, excepcional, de esos que a veces olvidamos frente a tanto agravio y tantas penas.
Pablo, arquitecto regiomontano afectado desde 2010 por ELA (esclerosis lateral amiotrófica) decidió que quejarse no era su camino y asumió que le tocaba enfrentar su situación personal con el mismo tesón con el que corría maratones y triatlones antes de la enfermedad. Asumió también el reto de hacer pública su vida para llamar la atención sobre una enfermedad que hoy sigue siendo incurable, así ha invitado a organizaciones y gobiernos a atender con más fuerza este padecimiento y ha sido un apoyo para otros enfermos que de pronto se encuentran en una situación similar, lo puedo decir por el invaluable apoyo que tanto él como su esposa (los heroísmos muchas veces son compartidos en familia) nos han dado en los últimos meses.
Por supuesto que no es una vida perfecta y que todo ha sido digno de Walt Disney, Pablo mismo lo cuenta y narra momentos crudos donde la luz parece apagarse; por supuesto que es una lectura complicada porque muestra la fragilidad en plenitud, pero es un libro hipnótico pues presenta el espíritu caminando en la dirección adecuada.
La medalla no lo hace más ni menos importante, la medalla es para que nosotros veamos hacia dónde dirigir la mirada para aprender de personajes célebres y, justo en este momento, la palabra queda perfecta, célebres porque son una celebración al espíritu humano.
Alrededor de Ferrara se ha creado uno de esos círculos virtuosos que tanto le hacen falta a este México, un círculo ciudadano que decide encontrar las posibilidades. Cada vez hay más personas y asociaciones trabajando en buscar respuestas, pues aún se sabe poco del ELA (¿recuerdan el famoso reto en redes sociales, al bañarse con un cubo de hielo? hablaban de esta enfermedad). Tarde o temprano, porque así es la voluntad, se encontraran caminos para tratarla. Mucho se le deberá a estos personajes que abren su experiencia y comparten sus triunfos y sus derrotas conviviendo con el demonio que puede ser una enfermedad hasta hoy sin cura.
Y Pablo sigue trabajando en Monterrey. Le mando un abrazo enorme, un abrazo agradecido porque me invitó a dejar de quejarme de las mínimas derrotas.
Por cierto, el libro se llama Voluntad de acero. Acérquense a sus páginas, no hace daño.