Desde que la música se me atoró en el cuerpo, he escuchado la voz de Jaime Almeida. Promotor del rock nacional, de los grupos que empezaban a cantar en español y que parecían miembros de una casta diabólica haciendo cosas prohibidas, Almeida recorrió la música, la desmenuzó, la promovió sin escándalos ni corruptelas, se volvió un historiador de los géneros y nos acercó a sus muchos lenguajes.
Bajista, baterista, cantante durante su adolescencia, Almeida formó parte del grupo organizador de aquel Festival de Avándaro en 1971, que se ha vuelto mítico y que convirtió a los jóvenes mexicanos de esa época en sujetos depravados y perniciosos que se encueraban sin ningún motivo y fumaban mota en lugar de sentarse, bien portaditos, a escuchar música como la gente decente. Hoy parece algo de risa, pero en esos años poco faltó para que enviaran a los organizadores a las Islas Marías.
Almeida se concentró en el periodismo musical y lo hizo bien. Aún recuerdo “Estudio 54” donde volvió ameno el análisis histórico de la música. Sabía mucho pero no hacía culto a su conocimiento, sino que volvía amable el acercamiento para quienes respiramos la música. Era un hombre dispuesto a compartir, más que exhibirse en los medios.
Tenía esa extraña cualidad para, sin volverse comparsa o aplaudidor gratuito, saber entrar a espacios donde la vanidad y las alabanzas normalmente exigen un cierto grado de bajeza y sumisión. Por eso se movía –y era bienvenido- en espacios de televisión, de radio, sitios alternativos o de rock pesado, salas de conciertos, eventos folklóricos y hasta en presentaciones oficiales de Conaculta. En esta maniobra de alto riesgo, este comunicador chihuahuense salió muy bien librado.
Como siempre sucede –y no es malo- existe gente a quien le gusta y gente que no; ¡que viva la diversidad y que viva la tolerancia!
Como final súbito de un concierto, Jaime Almeida falleció en Tabasco cuando su corazón se reventó de tanta música. Es de esos mexicanos decentes que serán olvidados pronto y lo lamento, por eso quiero retener su voz, muy característica, y su apertura para considerar las posibilidades de la música que se produce en México.