Las ciudades no eran vitales o sustentables sino marcadores o reflejos de lo que veían en los cielos.
En el Cervantino, el doctor José Franco, director de Divulgación de la ciencia de la UNAM, se refirió de manera general a la percepción que culturas como la olmeca y maya tenían de los cielos.
“Nuestras culturas originarias nos han mostrado con sus restos monumentales no sólo la gran arquitectura que tenían sino cómo el conocimiento del cosmos se convirtió en un determinante de la estructura de las ciudades”.
Todas las culturas originarias han querido ver algo en las agrupaciones de estrellas. Al mirar las constelaciones y los eventos del cielo, deseábamos los seres humanos creer que estábamos viendo los designios de los dioses.
“Se quería leer lo que los dioses estaban estableciendo para los humanos. El cielo atrae nuestra imaginación. En el cielo construimos la poesía, la ciencia, el comercio, la arquitectura. Los olmecas marcaron la pauta con grandes edificaciones. Su arquitectura monumental tiene como base eventos en el cosmos”.
Las culturas que dejaron monumentos hace más de tres mil años fueron los olmecas seguidos por los mayas, y las demás civilizaciones, zapotecas, chichimecas, tlaxcaltecas… Las ciudades en Europa, París, Frankfurt, Madrid, Londres… tienen un río que les dota de agua y planicies suaves cercanas al río, donde se desarrolló la agricultura y ganadería.
“Salvo excepciones, cuando vemos en el México antiguo, no vamos a encontrar eso. Teotihuacan no tiene un río para sus dimensiones. Monte Albán está en la cima de un cerro que no tiene dotación de agua. La construcción de las ciudades en Mesoamérica obedeció a una visión cósmica de los habitantes”.
La construcción de las ciudades precolombinas se regía por calendarios y un marcador geográfico que las orientaba. No por aspectos de sustentabilidad.
“Las ciudades monumentales de Mesoamérica fueron abandonadas por inviables. Obedecieron a marcas del cosmos, y no eran aptas para desarrollar la vida de poblaciones tan grandes. Algunas se asentaron en lugares privilegiados como la ciudad de México, junto a un lago”.
Recordó la pirámide de Kukulkán que marca momentos específicos del año y se aprecia a la serpiente bajar por las escaleras. O la gruta junto a las ruinas de Xochicalco, con un agujero en su parte superior, que marca el mediodía justo arriba de la cabeza.
“Era un referente para ajustar los calendarios. Cuando el sol pasaba perpendicular por la cabeza marcaba el transcurso de un año. Los calendarios en Mesoamérica eran más precisos que el calendario Europeo cuando vinieron los españoles”.
Los ciclos del cielo, los mesoamericanos lo conocían con precisión, no solo los ciclos lunar y solar sino los de Venus, Marte, y Júpiter, que son los planetas más brillantes.
“Conocían muy bien la eclíptica. La línea imaginaria por donde pasa el sol, la luna, y los planetas. Esta línea tenía un significado importante; la ubicación del ser humano en el cosmos estaba bien definida. Este conocimiento lo reflejaron en rituales y calendarios”.
La eclíptica y los ciclos de los planetas marcaron eventos específicos con los cuales los mesoamericanos rigieron su vida social, política y militar. Esperaban los signos propicios porque sabían cuándo ocurría la próxima conjunción entre planetas, o los eclipses de sol y luna.
“Las ciudades fueron edificadas por la orientación en el cielo. Cada ciudad se convirtió en una maravilla arquitectónica y en una representación misma de lo que veían en el cielo. Eran ciudades cósmicas. No pensadas para hacer la vida fácil sino para elogiar de manera cotidiana los signos del cielo”.
La Conquista no hubiera sido posible de no ser por la convicción de que los signos en el cielo anunciaban que así debía suceder.
“Los españoles llegan con una visión del espacio y tiempo diferente a la que se tenía aquí. La visión de los europeos estaba enraizada en la religión católica. El espacio era inmutable. De hecho, en Europa no registraron catástrofes como súper novas porque tenían la noción de que Dios habitaba en los cielos y era inmutable.