Rufino Tamayo (1898-1991) es un ejemplo magistral en el ejercicio del lenguaje visual. Los temas son un pretexto para abordar lo esencial: la realidad física de la pintura, su cualidad táctil y visual. Elige como recursos tanto la simplificación de la forma y su contundencia, como el color y la riqueza pictórica de sus texturas.
Aunque su iniciación artística coincide con el apogeo del muralismo mexicano, elude la retórica política. Crea signos que son metáforas poéticas en que podemos observar tanto intereses propios de la vanguardia de su tiempo, como aquellos que hereda de la tradición artística precolombina y el arte popular mexicano. Son estas elecciones el verdadero trasfondo de la obra y personalidad plástica, nacional e internacionala de Tamayo.
Para muestra, un botón: entre los personajes recurrentes en las naturalezas muertas de Tamayo, la sandía, una y todas, –ninguna–, pintada en su magnificencia cromática, sin detalles innecesarios que distraigan la atención ni nombren un tiempo o circunstancia específicos. Ella es, al menos, fase lunar, boca, mujer, sangre ritual y ofrenda. “¡Del verano, roja y fría / carcajada, / rebanada / de sandía!” (El Jarro de Flores, 1922), pareciera sostener Tamayo acorde al poema de Juan José Tablada.
El Comedor de Sandía es una obra gozosa, de un humor claro y juguetón, en el que la sonrisa del personaje representado es equivalente a la de la rebanada misma de la sandía. Amenazante, espera el momento con los brazos cruzados, en la esquina de la mesa, franco y dispuesto a devorar el fruto, cual presea suculenta. La figura, necesariamente masculina en esta escena, ocupa el centro visual del formato. Este terreno en el que los elementos visuales coexisten, interactúan y se afectan mutuamente, haciendo eco a la disposición geométrica rectangular, natural de nuestro cuerpo en el espacio.
El personaje ha sido reducido en el plano a una masa obscura en donde, sin embargo, presentimos cada hueso y forma correspondiente, experimentando su volumen y dimensión, balanceados en la sutil presencia del breve fruto a la izquierda, y en la luminosidad y pureza del color de la sandía en un primer plano.
El anhelante comensal ocupa la mayor extensión en la composición. La dirección de sus hombros es paralela a la diagonal de la mesa en la que el pintor se apoya para crear la ilusión de la profundidad del espacio en la habitación. Toda línea que permanezca paralela al plano nos mantiene frente a él como espectadores y subraya el carácter bidimensional de la pintura. No es el caso de los trazos diagonales, referentes directos de nuestra experiencia visual de la profundidad o espacio tridimensional, en la realidad natural. Tamayo juega con la semántica de la profundidad espacial y el volumen en el plano sin entrar al discurso de la pintura tradicional o clásica que la resuelve bajo las normas de la perspectiva y el claroscuro. Pareciera que la figura está por romper su estatismo y tomar la decisión de abordar la sandía. La acción refrenada está presente y la tensión es el tema y contenido.
Estas son decisiones expresas, ancladas a los sueños y audacias de un pintor, consciente de cosas que todos podemos observar pero pocos notan. Tamayo es dueño del lenguaje y de sus recursos.