Al echar mano a una buena dosis de humorismo realista hábilmente escondida detrás de una aparente seriedad, el dramaturgo, ensayista y narrador guanajuatense creó un universo literario en el que, apegándose a ciertos referentes de la realidad tangible, recreó en sus narraciones el paisaje de contradicciones irónicas, ricas en la mentalidad inherente a los buenos paisanos y matizadas por la genuina idiosincrasia del mexicano de principios del siglo XX.
Poco conocemos acerca de los primeros años de su vida, previo a su salida a la luz pública como escritor. Interpretaciones de ciertos cuentos incluidos en La ley de Herodes (1967) coinciden en que al menos tres de ellos destacan por su dosis autobiográfica: “La vela perpetua”, “La mujer que no” y el que otorga el título a la compilación, “La ley de Herodes”. Él mismo llegó a comentar, en una entrevista en 1985, que la novela Estas ruinas que ves (1975) también contiene elementos autobiográficos que narran experiencias de su época como estudiante, los viajes que realizaba, amoríos del pasado.
Dos años faltaban para que concluyera sus estudios de Ingeniería en la UNAM y decidió alternar éstos con prácticas agrícolas en el rancho de su familia. Sin embargo, Vicente Leñero en Los pasos de Jorge (1989) narra el encuentro accidental que tuvo Ibargüengoitia en casa de su madre, con Salvador Novo quien se encontraba en ese momento a cargo de la dirección de Rosalba y los Llaveros del recientemente fallecido dramaturgo, Emilio Carballido. En ese momento quedó fascinado, encontró su verdadera vocación y decidió ingresar a la Facultad de Filosofía y Letras de la misma institución.
“Cuando mi padre murió yo tenía ocho meses y no lo recuerdo. Por las fotos deduzco que de él heredé las ojeras […] Cuando yo tenía tres años nos fuimos a vivir a la capital […] Crecí entre mujeres que me adoraban. Querían que fuera ingeniero […] faltándome dos años para terminar la carrera, decidí abandonarla para dedicarme a escribir. Las mujeres que había en la casa pasaron quince años lamentando esta decisión […] Más tarde se acostumbraron”.
Siempre atribuyó su devenir como dramaturgo –que es como comienza su carrera– y posteriormente como escritor, en gran medida a Rodolfo Usigli, su mentor y maestro de Teoría y Composición Dramática. Lo tomó bajo su ala como discípulo e incluso impulsó varias de sus obras a ser montadas, como fue el caso de Susana y los jóvenes (1954) dirigida por Basurto y montada por la Unión de Autores. Con los giros con los que la vida nos deleita –como bien expresan sus irónicas novelas– más tarde tuvo una dolorosa ruptura amistosa con Usigli debido a una entrevista que éste concedió a Elena Poniatowska en 1961 en la que no lo mencionó al enlistar a sus alumnos predilectos.
En esa década Ibargüengoitia se sentía desolado. No tenía el éxito que esperaba con sus obras y la omisión de su maestro, marcó quizá el punto de quiebre que desencadenó una gran fortuna para el público lector ya que don Jorge descubrió el mundo de la narración. “El Atentado [1963, Premio Casa de las Américas] me dejó dos beneficios: me cerró las puertas del teatro y me abrió las de la novela. Al documentarme para escribir esta obra encontré un material que me hizo concebir la idea de escribir una novela sobre la última parte de la Revolución Mexicana”.
«…Cuando mi padre murió yo tenía ocho meses y no lo recuerdo. Por las fotos deduzco que de él heredé las ojeras…»
Ese mismo año –aunque en México fue editada hasta 1965– terminó la novela que lo haría acreedor del Premio Casa de las Américas de 1964, Los relámpagos de agosto. Y cómo olvidar Dos crímenes (1979), Las muertas (1977) y Maten al león (1969) novelas en las que hace excelentes parodias humorísticas, al echar buena mano tanto de su excelente intuición como de recursos lúdicos, irónicos y satíricos. Plantea en su obra una realidad verosímil, un “como si así hubiera sucedido” que no dista tanto de la realidad. Otro ejemplo de esto es Los pasos de López (1982) donde el teniente Matías Chandón narra en 24 capítulos y a manera de memorias, sus hazañas y la versión de los hechos al lado del hidalgo Domingo Periñón, evidentemente haciendo alusión a dos conocidas champañas.
«…Crecí entre mujeres que me adoraban. Querían que fuera ingeniero…»
El artista juega en sus obras con la mediocridad de sus personajes a la vez que opta por el lado festivo y carnavalesco. Aunque no tiene una intención nominal, crea siempre personajes y nombres sumamente ingeniosos para los ejecutores de sus tramas. El tono de Ibargüengoitia siempre pretendió resaltar el elemento de la conspiración, la creación de personajes reales, héroes humanos: viscerales, seres concupiscibles y corruptibles. Siempre humanizó, desmitificó y en general, planteó la premisa de que la Historia Oficial puede ser en sí una leyenda.
En noviembre de 1986 Jorge Ibargüengoitia murió en un accidente aéreo. Iba hacia Colombia para el encuentro de escritores. En el vuelo, también estaban el crítico uruguayo, Ángel Rama; Manuel Scorza, poeta peruano; y la escritora argentina Martha Traba. Los cuatro grandes compartieron el mismo destino, adverso para nosotros, pero quizá para ellos se concertó una reunión póstuma y nuestro querido Jorge, sigue sus pasos mientras lo recordamos con cariño.