México duele. A pesar de que durante toda la existencia de la editorial nos hemos enfocado en poner la mirada sobre lo mejor de México, esta semana nos obligaron a reconocer el dolor. El miércoles 27 de agosto, cuando llegamos a trabajar, vimos que nos habían robado, que ese día no podríamos –como lo teníamos planeado– continuar con nuestros nuevos proyectos editoriales, ni seguir a nuestros jóvenes atletas que están destacando en los Juegos Olímpicos de la Juventud, ni editar el artículo principal de nuestro próximo número sobre el maravilloso pueblo wixárika; no investigaríamos sobre los premios que reciben los mexicanos en todo el mundo, ni buscaríamos imágenes sobre las hermosas artesanías de barro en Metepec. Se convirtió, al contrario, en un día de desánimo generalizado en las oficinas, de impotencia, de angustia, de miedo, de desolación, de queja.