En la vida de muchas personas, los perros ocupan un lugar muy valioso. Son protectores, acompañantes, amigos. Incluso hoy, en la emergencia se han vuelto compañeros de terapia, tanto para quienes están en cuarentena como para el personal médico. Jamás pensaríamos en comernos a nuestro fiel compañero ni sacrificarlo pero en el México antiguo eran parte de la dieta, ¿lo sabías?
En el México prehispánico existían diferentes clases de perros: izcuintli, tehui, tehuitzol, tlalchichi, xoloitzcuintle.
Este último ha tenido una relación estrecha con el hombre, lo acompañaba diariamente y al término de su vida lo guiaba al Mictlán. Varias excavaciones dan cuenta de lo importante que era este can para la vida social y religiosa de las culturas prehispánicas pues se han encontrado numerosos restos óseos en sitios que muestran su papel en varios contextos así como la importancia que tuvo la domesticación.
El xoloitzcuintle tiene como característica principal la falta de pelo y de algunos dientes, de ahí su nombre: xolo ‘deformidad’, itzcuintli ‘perro’.
Tenía una presencia constante en rituales, pues al estar en contacto cotidiano con el hombre tenía la capacidad de sustituirlo en sacrificios. Lo representa ante los dioses.
Además de ser un animal de compañía, el perro era también una fuente de alimentación, incluso se documentó que tenían muy buen sabor y eran muy nutritivos. Se comía comúnmente entre los pobladores e igualmente se ofrecía como alimento sagrado en rituales.
Se le relaciona con el dios Xólotl, gemelo de Quetzalcóatl por sus atributos mortuorios: es quien guía el sol hacia el inframundo, mientras que el xoloitzcuintle guiaba a los muertos hacia su destino final.
Hoy hay medidas para que el xoloitzcuintle se proteja como especie, pues es representación y vestigio de nuestro pasado.