Nuestra literatura mexicana mayoritariamente ha sido masculina. Hasta hace algunos años la figura femenina ha sido reconocida en las letras. Parece una mentira esta aseveración, y creo que se relaciona con la idea de algo que hemos querido ignorar. Ahí están las sombras de la masculinidad que han padecido algunas escritoras mexicanas. Por ejemplo, Elena Garro e Inés Arredondo siempre esposas. Así podríamos nombrar a muchas escritoras que han sido apagadas, pero que afortunadamente las nuevas generaciones hemos empezado a recuperar.
Recuerdo que el diciembre pasado, tuve la oportunidad de hablar de dos libros de la Editorial Paralelo 21 en la FIL Guadalajara. Fueron Memorias de España de Elena Garro y Diálogos entre poesía y pintura de Pita Amor y Nacho Ortiz. Entre mis comentarios sobre estas obras hubo uno que causó escozor: “Es difícil ser escritor, es más difícil ser mujer y escritora”. Entre el público surgió el comentario de una mujer; dijo que no debería importar si somos hombres o mujeres, que al final somos seres humanos; que lo importante es la literatura por sí misma y la experiencia estética del texto. Su perspectiva no me parece descabellada, de hecho a sí debería ser, pero pensemos, por citar a alguien, en García Lorca, escritor maravilloso, que tuvo una muerte indigna a causa de su pensamiento político y por ser homosexual.
Los sectores más vulnerables a la violencia han sido afectados por la postura patriarcal y como se puede observar, también lo ha padecido la literatura. Hoy intentamos “ser” desde otro discurso, porque incluso las mismas mujeres tenemos muchas cosas aprendidas que cambiar. Dejemos de actuar desde el privilegio y comencemos, hablando desde la literatura, a leer a nuestras escritoras, a reconocerlas por sus plumas talentosas y no por sus maridos ni por sus hijos ni por su pasado.