Era difícil llegar a consensos en medio de una guerra civil como la Revolución Mexicana. Los opositores militares seguían en los campos y, aunque debilitados, mostraban otros de los muchos rostros de México, imposibles de ignorar cuando se trataba de establecer una nueva Carta Magna. No era de extrañar, por lo tanto, que el equipo del gran jefe coahuilense, Venustiano Carranza, tuviera que hacer ciertas concesiones e inclusive fuera vencido en la redacción de algunos artículos.
Es más, la debilidad con la que los representantes de don Venustiano llegaron a las sesiones enriqueció el cuerpo constitucional, ya que la redacción no tuvo un único dueño que manipulara los acuerdos. Pese al ambiente enrarecido, el Congreso Constituyente pudo llevar a término las discusiones y el 5 de febrero, en Querétaro, se proclamó una Constitución con espíritu liberal y preceptos innovadores que hablaban de un país que aspiraba a reconfigurarse.
Sesenta años después de su predecesora, la nueva Constitución emergió, dándole a Carranza un lugar histórico que iría más allá de su propio talante autoritario. 1917 fue un año coyuntural por lo que dejó asentado en nuestro máximo libro, y “el Varón de Cuatro Ciénegas” es su gran referente.
Faltaría mucho por hacer, pero las enormes aportaciones de los constituyentes de esa época dieron forma al Estado que hoy tenemos. En mayo de ese mismo año, Carranza se convirtió finalmente en presidente constitucional y, aunque la Revolución no terminó en 1917 e incluso cobró en su enorme cuota de sangre la vida de Venustiano, el nombre de este rígido personaje de barba larga quedaría ligado al fruto de los trabajos celebrados en Querétaro.
Nacido en 1859 y asesinado en Tlaxcalantongo el 21 de mayo de 1920, Carranza era un hombre complejo y sobrio, más afecto a los estilos porfiristas que la revolución había intentado extirpar que a la modernidad promovida por la Carta Magna. Diputado, senador y gobernador de Coahuila, Carranza era un político curtido cuando se inició la Revolución y, a la muerte de Madero, integró alrededor suyo a varias personalidades para desconocer a Huerta por medio del Plan de Guadalupe, donde ya se posicionaba como el primer jefe del Ejército Constitucionalista.
Siempre incómodo ante Villa y Zapata, Carranza trató de hacer las cosas a su modo y la Convención de Aguascalientes lo desconoció, con lo que las batallas se recrudecieron y los muertos se acumularon en los campos. Pero la suerte –y su terca constancia– estuvieron de su lado y regresó al poder apoyado por quien, años más tarde, lo desconocería en el Plan de Agua Prieta: Álvaro Obregón. Su muerte, violenta como la época, era cosa de tiempo.
En una época de traiciones y asesinatos, el vínculo entra Carranza y la Constitución fue lo que le dio una permanencia histórica y lo colocó como la mayor personalidad de 1917.
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