“Los olmecas (…) nos hacen pensar en los sumerios: largo tiempo desconocidos, como ellos; y precursores, como ellos; hundidos bajo los escombros de los milenios, como ellos, y ocultos a nuestros ojos por los vestigios de los pueblos que les han sucedido”. – Jacques Soustelle
Hermann Beyer, arqueólogo conocedor y con una visión creativa de las cosas fue quien determinó a principios del siglo pasado la existencia de “lo olmeca”, no como civilización, sino como el conjunto de rasgos distintivos de manifestaciones artísticas conscientes de los habitantes del Olman, “país del hule”.
El “complejo olmeca” se desarrollaba en el sureste de México y en la zona costera del golfo. Las obras que allí se creaban tenían detalle, realismo y usaban iconografías específicas, como la siempre presente figura del jaguar, los humanos con deformaciones craneales, cejas flamígeras, labios carnosos, facciones asiáticas y dientes limados, como los de los felinos.
El jaguar era el dios de los olmecas, enemigo y contraparte, una figura que se representaba de forma idealista y figuraba como una aspiración humana. El salvaje felino era negro con manchas amarillas, un cielo nocturno decorado con brillantes estrellas que se peleaba con el sol durante los eclipses y era el paso hacia la muerte, el acompañante y guía para llegar al mundo de después de la vida.
Los patrones iconográficos olmecas se basaban en la locomoción acuática y terrestre, lo que se podía interpretar como una “aleta” opuesta a una “garra”. Observamos vasos de cerámica decorados con jaguares, altares en donde se observa a un sacerdote (reconocible por el tocado en su cabeza) saliendo de una cueva, que a su vez es la boca de un jaguar; tenemos hachas votivas y figurillas de hombre-jaguar, esa alianza y dualidad de la naturaleza y el hombre, de un ser poderoso con otro ser fuerte de espíritu.
La dualidad olmeca se representaba de forma visual, expresada con imágenes incisas en una variedad de objetos y medios. La dualidad era algo natural para su cultura, algo que era y no tenía naturaleza ni buena, ni mala, sino simplemente existía y era así, opuestamente complementaria en todos sus sentidos, como la vida.
Se decía que los olmecas eran artistas, pues había personas que se dedicaban específicamente a esculpir y a producir los monolitos tallados. Tres Zapotes, La Venta, San Lorenzo y la Laguna de los Cerros fueron los espacios en los que se comenzaron a hallar las colosales cabezas que normalmente representaban a reyes, sacerdotes o guerreros. Las rocas que se utilizaron para esculpir las famosas cabezas colosales olmecas no eran de la zona, lo que sugiere que los artistas tenían sirvientes o gente a su cargo que las transportaba hasta su localidad para poder tallarlas.
Utilizando al material como guía, los olmecas solían hacer esculturas en bajo relieve, aprovechando las hendiduras y formas de las piedras para dar efectos realistas a lo que buscaban representar.
El sello olmeca inició en el periodo preclásico y no por casualidad, investigadores arqueológicos como Betty J. Meggers aseguran que los rasgos culturales y artísticos olmecas indican un paralelo con civilizaciones asiáticas. De esta forma, se entienden los rasgos físicos de algunas piezas de cerámica y piedra, así como la importancia de los jades, de una deidad felina y del culto a las montañas, expresado en la “pre-pirámide” de La Venta.
Los olmecas tenían un desarrollo cultural y artístico, pero no llegaron a consolidarse propiamente como civilización dado que no existen registros de un sistema de escritura formal. Ellos fueron más bien una especie de imperio en estado difuso, con presencia esporádica en zonas y épocas distintas que, además, no desapareció misteriosamente como muchos asumen, sino que permaneció como rasgo implícito en algunas de las manifestaciones artísticas de culturas posteriores, como los zapotecos, los mixtecos, los teotihuacanos e incluso los mayas. Fue entonces gracias a la perfección en el arte del cincel, a los grabados y a las frágiles figuras de cerámica que produjeron, que se logró conocer a la “cultura madre” mesoamericana y sus características artísticas.
Foto principal: «From head to toe» de Jorge Díaz, CC BY-SA 2.0
Fotografías: «Olmec head (replica) in situ at La Venta» de Jeremy Weate, CC BY 2.0