Non fecit taliter omni natione (No hizo cosa igual por otra nación) fueron las palabras expresadas en 1754 por el papa Benedicto XIV al confirmar el patronato de la Virgen de Guadalupe sobre el territorio novohispano. El pontífice sencillamente –narran documentos de la época– quedó extasiado al ver una copia al óleo de la Morenita del Tepeyac, realizada por el pintor Miguel Cabrera.
La basílica
Contar con un templo digno para venerar a la imagen mariana más importante de Latinoamérica ha sido desde hace siglos un anhelo vuelto realidad en dos ocasiones; la primera, en época novohispana; la segunda en los años 70 del siglo XX. Cada una de las piezas arquitectónicas es reflejo de su tiempo y necesidades. Sin embargo, comparten la esencia de haber sido erigidas para preservar la invaluable obra y recibir a miles de devotos.
Uno de los conjuntos arquitectónicos religiosos fundamentales para comprender el catolicismo mexicano y latinoamericano es la morada de la Virgen de Guadalupe, la Morenita del Tepeyac, patrona de México y de América Latina quien este 12 de diciembre cumple un año más de habérsele aparecido –conforme relata el milagro mariano– al indígena Juan Diego, y de haber quedado plasmada su imagen en un sencillo ayate, motivo que ha generado que por siglos millones de personas visiten el sagrado lugar. En este sentido, se calcula en la actualidad que cada 12 de diciembre acuden a “La Villa” más de 9 millones de peregrinos a rendirle tributo a esta poderosa imagen.
La construcción de un templo
Fue en 1531 que, según cuentan los relatos guadalupanos, la Virgen de Guadalupe se le apareció a Juan Diego en el cerro del Tepeyac. Sin embargo, habrían de pasar muchas décadas para que se pensara en construir un templo, entre otras razones, dado que la misma devoción no fue motivo de reconocimiento oficial durante el siglo XVI. La primera gran construcción dedicada a la Morenita inició a mediados del siglo XVII, con el proyecto y ejecución del maestro mayor Pedro de Arrieta –genio del barroco novohispano y autor de obras como el Convento de Corpus Christi y el Templo de la Profesa–. Del primer templo guadalupano, sin duda, destaca su fastuosa portada barroca plena de ornamentación simbólica.
De enorme belleza, este edificio fue reconocido como Colegiata en 1749 y como Basílica en 1904. Posee cuatro torres, así como con una cúpula ornamentada con talavera. Destaca el hecho de que durante la guerra Cristera, una bomba estalló en su altar mayor, dañando seriamente algunos objetos; pero quedando a salvo –de manera milagrosa– la advocación mariana. Con el paso del tiempo, este recinto tuvo que ser clausurado al mostrar severos daños estructurales que lo ponían en peligro de colapsar. Para 1941 fue abierto ahí el Museo de la Basílica, que resguarda tesoros valiosos, así como exvotos que los fieles le han regalado a la Virgen.
Otro punto a visitar dentro del conjunto es la Capilla de Pocito, joya del Barroco mexicano realizada por Francisco Guerrero y Torres en el siglo XVIII, así como la Calzada de los Misterios, rosario de piedra para que el viandante pueda orar en su camino al gran templo. Importantes también resultan el Templo del Cerrito, el mismo cerro del Tepeyac –donde tuvieron lugar las apariciones–, así como el convento y capilla de las monjas. Capuchinas.
El proyecto de Ramírez Vázquez
El segundo gran templo fue consagrado el 12 de octubre de 1976. De esta interesante pieza de la arquitectura contemporánea, hecho en coautoría por Pedro Ramírez Vázquez, destaca sobremanera la techumbre en forma de carpa, remembranza de las antiguas tiendas que los judíos utilizaron en su peregrinar por el desierto. Sin embargo, también es una reinterpretación en metal del manto de la Virgen que protege a todos los mexicanos. La nueva basílica cuenta con una columna-edificio, que sirve de eje, de 43 metros de altura y en cuyo interior están las oficinas administrativas.
El interior de la iglesia puede albergar a 10 mil personas. Sin embargo, cuando son abiertas todas sus puertas, desde cualquier punto del atrio –el segundo más grande del mundo después del de la Basílica de San Pedro–, el devoto puede admirar el ayate dieguino. Amén de que puede posarse, literalmente a los pies del ayate, gracias a un andador automatizado que se encuentra bajo la tilma enmarcada.