El 18 de octubre de 1763, en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, nació José Servando Teresa de Mier y Noriega y Guerra, quien pasaría a la historia simplemente como Fray Servando. Sacerdote, fraile dominico, pensador y escritor liberal, su relevancia para nuestro país es múltiple, pues fue también uno de los principales precursores de la Independencia de México.
Inquieto desde muy temprana edad, a los 16 años ingresó a la Orden de Predicadores, conocidos como Dominicos. Su facilidad para los estudios se demuestra por un singular hecho: a los 27 años ya era doctor en teología.
Otro de los motivos de su fama fue un peculiar sermón que, con vehemencia, articuló el 12 de diciembre de 1794, durante los festejos de las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Frente al virrey Miguel de la Grúa Talamanca de Carini y Branciforte, del arzobispo Alonso Nuñez de Haro, así como de distinguidos personajes de la nobleza novohispana, se atrevió a asegurar que la imagen guadalupana tenía un origen distinto al conocido por todos.
Aseveró que la imagen de la Virgen no estaba estampada en el ayate de Juan Diego, sino en la capa del apóstol Santo Tomás, quien, movido por aquel mandato que recibió de Cristo, de “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio”, había llegado hasta costas mexicanas, donde había logrado un buen número de conversiones. Su bondad, su santidad y su tono de piel, lo habrían elevado, ante los ojos de los indios, a la categoría de dios, por lo cual lo habrían llamado Quetzalcóatl.
A decir verdad, este sermón no logró agitar las aguas como el buen fraile deseaba, pues su finalidad era convencer a las autoridades de que el cristianismo en México era más antiguo que la llegada de Cortés, por lo tanto, la nación mestiza nada tenía que agradecerle a España en cuestión de ideología y civilización. Sin embargo, muy pronto sus palabras fueron utilizadas en su contra por otro motivo.
Dadas sus inclinaciones liberales, y sobre todo dado que para nadie era un secreto que fray Servando era partidario de la independencia de México, sus enemigos encontraron el pretexto perfecto para deshacerse de él.
El arzobispo lo acusó de herejía y blasfemia, por lo cual fue excomulgado y encarcelado por dos meses en la fortaleza de San Juan de Ulúa. Luego de despojarlo de sus libros (lo cual para él debió ser un castigo por demás severo), se le condenó a vivir en el exilio durante diez años.
En vano fue su defensa. Aunque se demostró que careció de juicio justo, de desahogo de pruebas, que quienes lo sentenciaron no tenían las atribuciones necesarias para condenarlo, se supo que el castigo venía “de arriba”, es decir, de boca directa del arzobispo, y nada se pudo hacer para ayudarlo. De este modo, llegó al convento dominico de Las Caldas, en España, donde se le informó que, a perpetuidad, se le prohibía enseñar, dictar sermones y escuchar confesiones. Por si esto no bastara, se le despojó de su grado de doctor.
Fray Servando tenía dos caminos: obedecer… o ser él mismo, y optó por el segundo. Escapó rompiendo los barrotes con martillo y cincel. Fue recapturado y reencarcelado, aunque nuevamente escapó de su prisión. Llegó a París, donde entabló amistad con personajes que resultarían muy relevantes para la historia de México, como Lucas Alamán y Alexander von Humboldt. En los siguientes años, y a causa de sus discursos a favor de la independencia de América, sería encarcelado un par de veces más, mismas de las que escaparía con puntualidad.
¿Qué tan liberal era este fraile? Aquí van ejemplos, extraídos de su obra:
“¿Puede ser libre la Nueva España? No debía proponerse la cuestión sino así: ¿por qué no ha sido ya libre la Nueva España?”.
“Solo en la absoluta ignorancia de los pueblos, y en una opresión tan feroz como poderosa, cabe el mantener atado a un rincón miserable de la Europa, distante dos mil leguas de océano, un mundo sembrado de oro y plata con las demás producciones del universo”.
Pues bien, tal vez porque se lo merecía, tal vez para evitar el ridículo teatro en el que se había convertido este juego del gato y el ratón entre el fraile y las autoridades eclesiásticas, recibió el perdón papal. Luego de participar en la guerra entre España y Francia, y de ser parte activa de las Cortes de Cádiz, logró regresar a su tierra natal, donde siguió sin estarse quieto.
Esto es literal: jamás se detuvo, ni siquiera después de la muerte. Falleció el 3 de diciembre de 1827 y fue enterrado con honores en la cripta del antiguo convento de Santo Domingo, en la Ciudad de México.
Sin embargo, 30 años después, cuando, a causa de las Leyes de Reforma, aquel hermoso convento fue abandonado, saqueado y salvajemente destruido, algo por demás notable sucedió. Mientras algunos codiciosos derrumbaban los muros en busca de supuestos tesoros escondidos, se toparon con 13 momias vestidas con los hábitos propios de la orden religiosa.
Al principio se pensó que se trataba de reos ajusticiados por el Santo Oficio. Personas que habían sido emparedadas con vida, para que purgaran sus pecados; por este motivo, se expusieron en el atrio del templo. Aprovechando la oportunidad, un empresario compró cuatro de estas momias y creó un espectáculo itinerante al que llamó Víctimas de la Santa Inquisición y las presentó en las principales ciudades del continente.
Cuando los restos humanos se encontraban en Argentina, y para sorpresa de todos, un doctor que había estudiado el caso dio a conocer la identidad de los 13 cuerpos: definitivamente no eran víctimas de la Inquisición, sino frailes que habían sido sepultados en cámaras ocultas. Es más, no eran simples frailes, sino que uno de ellos era el mismísimo Servando Teresa de Mier.
En este punto, la historia se vuelve leyenda: algunas versiones aseguran que su momia se perdió en aquel lejano país, y otras que fue traída y sepultada en alguna de las 365 capillas de Cholula, o bien que se encuentra en plena plaza de Santo Domingo, en el centro de la Ciudad de México.
¿Qué versión es la verdadera? Es parte del encanto de esta historia: la incertidumbre.
Entre la fantasía y la realidad, la vida de fray Servando será siempre una aventura.
Foto: «Frayservando» por Jaontiveros, CC BY-SA 4.0.