Hace unos días conté una anécdota personal, del día que jugué ajedrez con Juan José Arreola y quedamos tablas. Esa anécdota aparecerá nuevamente en mi página de Facebook, este viernes 21, para conmemorar mi encuentro con uno de mis héroes particulares, uno de los charros de mi película. Yo era entonces un adolescente y la famosa Casa del Lago –que debería ser llamada “La Casa de Arreola”– fue el escenario del suceso. Este jalisciense nació en lo que hoy es Ciudad Guzmán, el 21 de septiembre de 1918. Escritor, académico y editor, aunque también conversador, jugador de ajedrez y, como él dijo: «He sido vendedor ambulante y periodista; mozo de cuerda y cobrador de banco; impresor, comediante y panadero. Lo que ustedes quieran».
Tras un viaje por la diversidad laboral, Arreola comenzó su carrera de escritor a los 31 años y fue corrector y autor de solapas para el Fondo de Cultura Económica. Su primer libro de cuentos fue Varia invención. Para 1952, apareció su primera gran obra: Confabulario.
Para 1963, cuando ya era un personaje de todos los ambientes –similar a Monsiváis y, anteriormente, a Novo–, recibió el Premio Xavier Villaurrutia y salió a la luz otra de sus grandes obras, la novela «La feria».
Arreola “le hacía a todo”. En 1964 comenzó a enseñar en la UNAM. En 1977 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo de México en divulgación cultural, por su trabajo en Canal 13. En 1979 recibió el Premio Nacional en Lingüística y Literatura, en la Ciudad de México, y en 1992 recibió el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Hablar de él es complejo, ya que fue un personaje sobreesdrújulo que sabía encantar a todos. Algunos inclusive mencionan que era mejor conversador que escritor. Fue uno de los pioneros en los aportes culturales en televisión abierta no oficial.
En 1995, recibió el Premio Internacional Alfonso Reyes y en 1998 el premio Ramón López Velarde.
Siempre vestía de manera inesperada, a ratos jacarandosa y a ratos de alegre luto. Viajaba por el planeta haciéndose notar y mostrando que la inteligencia y la simpatía no están peleadas. Era un gran personaje, lo sigue siendo en sus letras. La obra de Arreola se caracteriza por una inteligencia profunda y lúdica. Era amante de las parodias y del texto corto. Todo un gozo.
Víctima de una hidrocefalia que lo aquejó durante sus últimos tres años, Juan José murió a los 83 años, en 2001. Celebramos su centenario con una sonrisa festiva, porque engalanó a nuestro país con su paso rumbero y brillante, inesperado y profundo. Lo recuerdo como jugador de ajedrez, lo disfruto como cuentista.
Foto: UdG.