“Todo se lo debo a mi manager y a la Virgencita de Guadalupe”. Con esta frase inmortal pasó a la historia. Pero también con sus golpes, con su agilidad, con su valor, que le permitió enfrentar a los gigantes y salir victorioso. Y también con su carisma, con su fuerza, con su juventud eterna. Fue un auténtico ídolo, una leyenda; para muchos, el más grande boxeador que México ha dado.
En 1934 el mundo cambiaba. En los Estados Unidos se publicaba por primera vez la historieta Flash Gordon; en Nicaragua Augusto César Sandino era asesinado; la actriz Katherine Hepburn recibía su primer Oscar; Alemania despojaba de su nacionalidad a Albert Einstein debido a su origen judío; Adolfo Hitler era elegido presidente y autonombrado Führer. En México, mientras tanto, comenzaba a gestarse una leyenda inmortal.
Raúl Macías Guevara nació el 28 de julio de ese mismo año, en el corazón del barrio de Tepito, en la Ciudad de México. Su gusto por los guantes le vino de familia: dos de sus hermanos mayores practicaban el boxeo. Su cuna fue humilde, su barrio pobre, el cariño que lo rodeó, infinito. Desde niño trabajó. Fue bolero, periodiquero, voceador, chalán. No existían trabajos pequeños. Había solo una consigna: ganarse la vida honradamente.
El apodo de “Ratón”, que lo acompañó durante toda su vida, se lo ganó a pulso, por su tamaño. Su metro con 61 centímetros y esbelta figura le otorgaban una apariencia por demás curiosa cuando, en los entrenamientos, debía enfrentarse con peleadores mucho más corpulentos que él. Desde entonces, Raúl afinó la que sería una de sus principales armas: la velocidad.
Su talento nato y la rapidez con la que ascendía de categoría lo llevaron a participar como amateur en los Juegos Panamericanos de 1951, donde obtuvo medalla de bronce. Al año siguiente, en los Olímpicos de Helsinki, se ubicó en sexto lugar. Sin embargo, tanto para él como para México entero, hubo solo una explicación: le robaron la pelea para favorecer al ruso Genaddij Garbussov. Entonces, al regresar al país, fue recibido como sería recibido siempre: como un auténtico campeón. El héroe que nuestra tierra anhelaba.
Su primera pelea profesional fue el 10 de noviembre de 1952. Once meses después, aquel glorioso 17 de octubre, Raúl consiguió el título nacional de peso gallo. Y el 9 de marzo de 1955 conquistó el título mundial al ganar por nocaut al tailandés Chamrern Sonkitrat, en San Francisco, California.
Raúl Macías fue mucho más que un boxeador. Fue un verdadero hombre de acción, un personaje impecable que supo mantenerse fuera de escándalos y excesos. El “Ratón” logró popularizar el boxeo, sacarlo de sus sótanos oscuros y trasladarlo a plazas abiertas, convertirlo en un auténtico deporte de pasiones. Cuando peleaba, el país entero se paralizaba. Sus combates eran seguidos con atención por televisión, pero principalmente por radio. Los periódicos le dedicaban grandes espacios. Los hombres rudos se emocionaban, los devotos rezaban, en todo el territorio se encendían veladoras para pedir a Dios que le concediera la victoria.
Su primer combate como profesional fue contra Memo Sánchez. Después vendría Chucho Tello, contra quien pelearía dos veces. Estas tres presentaciones tuvieron como escenario Culiacán, Sinaloa.
En su presentación ante su público, en la Ciudad de México, Raúl recibió la peor parte. Su oponente Manuel Armenteros era duro y hábil. El “Ratón” venció a base de coraje: se levantó de la lona para apoderarse de la victoria.
Esta es una de las cualidades que vio en él Pepe Hernández, el hombre que lo descubrió: el joven Macías estaba hecho para grandes vuelos. Era un muchacho, casi niño, pero en realidad se trataba de un hombre de espíritu invencible.
Raúl tenía solamente 19 años y ocho peleas profesionales cuando venció a Beto Coaury, con lo que conquistó el campeonato nacional de peso gallo, aquel 17 de octubre de 1953.
Ya con la categoría de estrella, fue adquirido por el maestro Pancho Rosales, quien logró su consolidación y lo elevó a la inmortalidad. Rosales pagó 40 mil pesos por él. Negocio muy redondo y muy rentable, considerando que Macías era llamado “El peleador del millón de pesos”.
Para entonces, su carrera era sólida, como sus puños. Había derrotado contundentemente a peleadores imponentes como Otilio Galván, Alberto Reyes, Billy Peacock y Nate Brooks. A este último, en aquella famosa batalla en la Plaza de Toros México, el 26 de septiembre de 1954, cuando logró congregar a 45 mil aficionados. Raúl lo había logrado: no solo era campeón de Norteamérica y aspirante al campeonato mundial, sino que él solo convirtió al box en un espectáculo al aire libre, en un espectáculo de masas.
Vendría la pelea esperada, la que definiría al monarca mundial de peso gallo. Por aquellos días, la Asociación Nacional de Boxeo, precursora de la Asociación Mundial de Boxeo, había desconocido al entonces campeón Robert Cohen. La cita, pues, tenía nombre, lugar y fecha: 9 de marzo de 1955, en San Francisco, California, contra el tailandés Chamrern Songkitrat. Macías lo venció por nocaut. No había duda. El “Ratón” era el mejor libra por libra y lo había demostrado.
Después de esta brillante actuación se detonó la bomba de la locura. México entero se echó a los pies del ídolo. En las calles se repetía su nombre, en las iglesias se pedía por él, en las casas, en las oficinas, en todos lados Raúl “Ratón” Macías era el personaje de moda.
El reverso de las corcholatas del refresco Mexicola ofrecían premio. Con la leyenda “El ratón paga” regalaban gaseosas. Casi todas traían premio. Era el tiempo en que la televisión comenzaba a levantarse y, por este medio, el público mexicano continuó disfrutando de las victorias del “Ratón”, pero también compartiendo su enorme sufrimiento. El 15 de junio de aquel año, Raúl sufrió la primera derrota de su carrera: Billy Peacock obtuvo su revancha. Le fracturó la mandíbula al “Ratón”. Cuatro meses más tarde, sin embargo, el campeón desquitó sus frustraciones al propinarle una golpiza a Cecil Schonmaker. Su prestigio estaba a salvo.
Frente a Leo Espinosa ofreció una espléndida función, de nueva cuenta en la Plaza México, cuando consiguió la corona otra vez. Esta vez estableció récord de recaudación: 705 mil 910 pesos. Raúl cobró la extraordinaria suma de 219 mil 931 pesos. También en este renglón se mostraba como un campeón imbatible.
Macías defendió su cetro exitosamente ante peleadores como Bombon Kiriz, Héctor Ceballos, Ramon Young y Pastor Panchito González. Finalmente, el 6 de noviembre de 1957, perdió la corona ante Alphonse Halimi. Para entonces, le costaba trabajo dar el peso gallo.
Combatió cuatro veces más, contra el “Kid Irapuato”, Luis Trejo, Carmen Iacobucci y Ernesto Parra. Contra este último dijo adiós, el 28 de febrero de 1959. El escenario fue la Arena México, ante 17 mil espectadores. Raúl tenía 24 años y un récord de 41 victorias, dos derrotas y 25 nocauts. Una carrera por demás impresionante.
El 13 de octubre de 1962 regresó por una causa noble. Venció al “Chocolate Zambrano”, en Guadalajara, Jalisco.
El “Ratón” Macías no necesitó demostrar nada más. Fue un ídolo, un triunfador, amigo de actores, empresarios y periodistas. Tras su retiro fue manager, e incluso actor de películas y telenovelas. Pero su gran legado ya estaba escrito: fue el mejor. Por él, por este pequeño y poderoso “Ratón”, el público lloró, se emocionó, el país se detenía al oír su nombre y mirar sus prodigiosos combates. Fue el mejor, por eso es una leyenda.
Raúl “Ratón” Macías murió el 24 de marzo de 2009, a los 74 años. Su paso por la tierra fue sólo un escalón más hacia la inmortalidad.
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