Es la festividad más importante del estado de Oaxaca y una de las más emblemáticas de nuestro país. Su esencia es mística, religiosa y mundana a la vez. Sus raíces, prehispánicas y españolas. Es un festín, una celebración de vida, de amor y de respeto. La Guelaguetza es tantas cosas juntas que resulta difícil no rendirse a sus pies y comenzar a disfrutarla.
Durante dos lunes del mes de julio, las ocho regiones que integran la geografía de Oaxaca se reúnen en el cerro del Fortín con la finalidad de bailar. La danza se convierte así en un medio de trascendencia, de unión con lo divino, en una oración, en una fiesta.
Todos los mexicanos hemos escuchado hablar sobre ella. Pero, ¿qué más hay? Es decir, ¿cómo surgió, cuál es su importancia, dónde termina la memoria y comienza el mito? Vayamos al principio.
Los orígenes
Para encontrar las raíces de esta fiesta debemos hurgar entre los antiguos pobladores de Oaxaca. Como en prácticamente todas las culturas americanas, aquellos hombres le rendían culto al maíz o a alguna divinidad relacionada con él.
En la zona de Oaxaca veneraban a Cintéotl, dios del maíz tierno que podía asumir el sexo masculino o femenino. En aquellos lugares lo representaban con apariencia femenina. Así pues, a esta diosa se le rendía culto mediante danzas, ofrendas y grandes honores, además de que era el centro de atención durante ciertas celebraciones.
Curiosamente, Cintéotl era una divinidad mexica. La razón de esto es que la influencia militar, política y filosófica de Tenochtitlan alcanzaba a prácticamente toda la zona central del continente. De hecho, los estudiosos han determinado que la Guelaguetza es tan antigua como la influencia mexica en Oaxaca.
En términos sociales, la importancia de Cintéotl era de primer orden, pues estaba ligada a las cosechas, la abundancia, la estabilidad, la riqueza, el poderío, la alimentación y todo aquello relacionado con la agricultura. Su leyenda aseguraba que, al morir y “meterse bajo la tierra”, de sus cabellos salió el algodón, de sus orejas y de su nariz brotaron semillas diversas, de sus dedos nació el camote, de sus uñas, el maíz. De cada parte de su cuerpo emanó un fruto distinto que fue aprovechado por el ser humano para subsistir. Rendirle culto era, entonces, una manera de celebrar también la vida.
Uno de los ritos culminantes de la celebración era el sacrificio de una joven, a quien previamente se había elegido, vestida dignamente y adorada como si se tratara de Cintéotl en persona.
Pues bien, cuando los primeros misioneros españoles arribaron a la región, sucedió algo peculiar: no impidieron de un solo golpe todas las creencias antiguas, sino que las fueron sustituyendo poco a poco. Así, determinaron que estas festividades continuarían, con la diferencia de que ya no serían en honor a Cintéotl, sino a la Virgen del Carmen.
La Patrona
Santa María del Monte Carmelo es una de las advocaciones más populares de la madre de Jesucristo. En todo el mundo han puesto bajo su resguardo a diversos países, a múltiples ejércitos y a flotas enteras durante tiempos de guerra.
En nuestro país, los templos dedicados a ella se multiplican, al igual que sus devotos, quienes portan con fidelidad un escapulario. Se le venera de manera especial en Ciudad del Carmen, Catemaco, Tecolutla, Teziutlán, Buenaventura y Celaya, entre muchos otros lugares.
Como su fiesta se celebra el 16 de julio, la Guelaguetza se lleva a cabo los dos lunes siguientes a esta fecha. Por ello, se le conoce también como Lunes del Cerro. Según las autoridades locales del estado, el festejo moderno, como lo conocemos ahora, se creó en 1906 para conmemorar el centenario del natalicio de Benito Juárez.
Ahora bien, ¿qué significa la palabra “guelaguetza”? Se trata de un término zapoteco y por demás rico que posee diversos significados. En sentido literal, puede traducirse como “compartir” o “regalar”. También, intercambiar regalos, servicios, ayuda e incluso buena voluntad. De igual modo, es tratar con amabilidad a los demás. Incluso, amar al prójimo. En fin, más que una definición, es una actitud de verdadera hermandad. Por ello, durante las celebraciones se acostumbra intensificar la ayuda entre familias, amigos y vecinos.
No es extraño que, en estas mismas fechas, se organicen grandes celebraciones, como fiestas de quince años, bodas y bautizos, y los festejos se realicen por medio de guelaguetza. Es decir, todos los miembros de una comunidad aportan dinero para cubrir los costos de la comida, la música y la bebida. Se trata de un signo completamente desinteresado. Sin embargo, quien recibe la ayuda adquiere también el compromiso moral de, a su vez, ayudar en otras causas.
¿Cómo se celebra?
Los festejos oficiales se realizan en el Auditorio Guelaguetza del Cerro del Fortín, donde se exhibe una de las muestras más impresionantes de colores, sabores, texturas, danzas, lenguas, costumbres, danzas y vestidos que pueda imaginarse. Sin embargo, las calles más céntricas de la ciudad se contagian con esta explosión infinita, así que los desfiles, las artesanías, los bailes, la comida y las costumbres tapizan como mariposas todo el lugar. Más de 50 pueblos pertenecientes a las ocho regiones del estado se encargan de demostrar la multiculturalidad de Oaxaca.
Estas ocho regiones son Costa, Cañada, Papaloapan, Mixteca, Sierra Sur, Sierra Norte, Valles Centrales e Istmo. Al final de cada participación, y como muestra de la hermandad de la que se habla, cada grupo reparte su guelaguetza. Es decir, regalan frutas, comida, artesanías, sombreros y demás productos provenientes de sus respectivas regiones. Se trata de compartir, de dar.
Aunque los eventos principales tienen un calendario definido, parte del encanto de esta gran fiesta es que se trata de una celebración continua a la que cotidianamente se van agregando festejos, sitios alternativos y toda clase de muestras culturales durante sus dos semanas de duración.
Donají
Una de las actividades más entrañables de la Guelaguetza es sin duda la representación teatral de la vida y muerte de la princesa Donají y de su amor por el pueblo zapoteco.
La leyenda, vuelta ya una intensa épica romántica, asegura que, en los tiempos en los que Oaxaca era gobernada por un grupo de señores pertenecientes a las culturas zapoteca y mixteca, existió un rey de nombre Cocijoeza, quien regía la ciudad de Zaachila. El soberano tuvo una hija a quien llamó Donají, que significa “alma grande”. Los magos pronosticaron que aquella pequeña estaba destinada a cosas muy grandes e importantes, pero también trágicas, las cuales ocurrieron durante la invasión mexica a sus territorios.
Para poder afrontar el poderío encabezado por Tenochtitlan, que parecía imbatible, zapotecos y mixtecos lucharon bajo un solo escudo. Sin embargo, luego de su inesperado triunfo, las discordias entre ambos pueblos aparecieron y provocaron una feroz guerra entre los antiguos aliados. Entre los prisioneros tomados por los zapotecos, la princesa descubrió a un joven príncipe herido, de quien se enamoró sin remedio. Luego de cuidarlo y de curar sus heridas, y ya con el amor verdadero uniendo sus almas, lo liberó. Se habían prometido mutuamente tratar de que sus pueblos alcanzaran la paz, y lo lograron. No obstante, los mixtecos pusieron una condición para dar por terminados los combates: exigieron que la joven princesa les fuera entregada como prenda de paz. Ante cualquier hostilidad por parte de los zapotecos, la princesa sería asesinada. Ella aceptó por amor a su pueblo.
Cierta noche, lo joven se enteró de un plan de ataque en contra de su gente, así que dio aviso a su padre. Le aseguró que podrían adelantarse y encontrar desprevenidos a los mixtecos en la ciudad de Monte Albán y así terminarlos. Cuando los mixtecos se enteraron de estos planes, no tuvieron misericordia y cumplieron su palabra: para vengarse, asesinaron a la princesa y la sepultaron cerca de un río. Tiempo después, cuando el cadáver fue hallado, la sorpresa fue mayúscula: el cuerpo estaba incorrupto. En su cabeza había nacido un lirio, el cual se convirtió desde entonces en el símbolo de los zapotecos.
Destrozado por la pérdida, el príncipe juró velar por el pueblo de su amada hasta el último día de su vida, y así lo hizo. Cuando los españoles conquistaron la región, el cadáver del príncipe, ya convertido en rey, fue sepultado junto con el de la princesa en la iglesia de Cuilápam de Guerrero, donde la leyenda asegura que permanecen los dos.
Artículo presente en el número 87 de la revista Mexicanísimo.