Vasco Vázquez de Quiroga y Alonso de la Cárcel nació en Madrigal de las Altas Torres, un municipio español que pertenece a la provincia de Ávila, a su vez, territorio autónomo de Castilla y León.
Se desconoce la fecha de su nacimiento (se calcula que fue entre 1470 y 1479), pero se sabe con certeza que falleció el 14 de marzo de 1565 en Uruapan, Michoacán, y que sus restos descansan en la Basílica de Nuestra Señora de la Salud, en Pátzcuaro.
Don Vasco era un personaje relativamente conocido. Había estudiado jurisprudencia y fungido como visitador de la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid. Posteriormente, fue nombrado juez de residencia en Orán (una ciudad al norte de Argelia) y representante de la Corona en los tratados de paz con el rey de Tremecén (urbe localizada también en aquel país africano). Sus muchas virtudes llamaron la atención del obispo de Badajoz, quien lo recomendó con la reina. Sin demasiados trámites, Vasco de Quiroga se convirtió en oidor de la Segunda Audiencia de México, donde arribó en enero de 1531.
La primera misión de la Segunda Audiencia fue abrir juicio de residencia en contra de Nuño de Guzmán y el resto de los integrantes de la Primera Audiencia. El veredicto: todos fueron encontrados culpables y se les regresó encadenados a España. La situación en Michoacán, sin embargo, era delicada. La brutalidad del conquistador había puesto al pueblo purépecha al borde de la insurrección, por lo que la nueva Audiencia decidió enviar a Don Vasco como testigo y pacificador.
Una vez en territorio michoacano, puso especial interés en la situación social de los indígenas. Se sintió con la obligación moral de remediar de algún modo la esclavitud y la destrucción a la que habían sido sometidos aquellos seres humanos. Entonces creó una especie de pueblos-hospitales, los cuales eran instituciones de vida comunitaria, influidas directamente por las teorías de Platón, Ignacio de Loyola y, muy marcadamente, por Tomás Moro y su Utopía. La primera de estas instituciones se llamó Santa Fe de México y se erigió en la capital del país. El resto vieron la luz en Michoacán, entre ellas Santa Fe de la Laguna (en Pátzcuaro) y Santa Fe del Río.
En este punto, sus obras a favor de los purépechas se multiplicaron: fundó el Real y Primitivo Colegio de San Nicolás Obispo (primer seminario de la Nueva España); también, un hospital de cuna, donde vivían y eran educados los niños, mismo que se considera el precursor de los actuales jardines de niños mexicanos. Por otro lado, estableció un “colegio-seminario para indios” donde aprendían lectura, escritura, canto y oficios; un colegio para niñas en Pátzcuaro (dedicado a hijas abandonadas de indígenas y españoles), en el que se les enseñaba doctrina y “oficios propios de la mujer”.
Además, dividió la región purépecha y a cada zona le estableció un oficio artesanal al que debían dedicarse. De este modo, comenzaron a desarrollarse la talla de madera (muebles, figuras, máscaras, juguetes), la creación de guitarras (laudería), alfarería, cobre martillado, cestería, textiles y cantería, entre otros. Oficios que subsisten en nuestros días y que han colocado a los habitantes del estado de Michoacán como un ejemplo de maestría ante el mundo entero.
A su herencia se suma la primera plaza en Pátzcuaro, la cual tenía como finalidad convertirse en un centro de comercialización para los diversos productos de la región; una especie de tianguis, a imagen y semejanza del mercado de Tlatelolco. Igualmente, inició la edificación de la primera Catedral, que no pudo terminarse debido a diversos problemas políticos, pero que actualmente es la Basílica donde sus restos reposan.
Sin embargo, su principal herencia fue la humanidad, el amor con el que trató a los purépechas. No en balde lo llamaron “Tata Vasco”, pues veían en él a una figura paterna. Y lo fue en varios sentidos, incluso como predicador de la fe, al convertirse en sacerdote y ser nombrado primer obispo de la diócesis de Michoacán.