Antes de que Hernán Cortés hiciera su aparición en nuestra historia, dos expediciones españolas arribaron al actual territorio mexicano. Ambas venían desde Cuba y su misión principal era simple: explorar, evangelizar y, sobre todo, descubrir nuevas tierras en las cuales poderse surtir de esclavos y riquezas. Aunque esas dos primeras expediciones se consideraron un fracaso, no fueron del todo infructuosas. Prácticamente desde el primer contacto con los indígenas, los españoles se enteraron de la existencia de un gran imperio.
La segunda expedición española, al mando de Juan de Grijalva, recibió una inesperada visita: un grupo de nobles mexicas les traían los saludos del gran Moctezuma. Los saludos, desde luego, venían acompañados de metales preciosos, joyería, plumajes y manjares exquisitos. No por casualidad, poco tiempo después, Hernán Cortés se empeñó en visitar el hogar del huey tlatoani: México-Tenochtitlan.
Los conquistadores se toparon con una imponente ciudad, más grande y en muchos sentidos más moderna que cualquiera de las urbes europeas. Una gran ciudad, perfectamente trazada, construida en un islote, a su vez, asentado en un lago salado, el cual se encontraba a la mitad de un hermosísimo valle verde coronado por montañas y volcanes nevados.
Aquello parecía un sueño, pero aquel esplendor que tanto impactó a los españoles no surgió de la nada ni se logró en un puñado de años. Todo imperio, sin excepción, tuvo sus modestos orígenes. Es el caso del pueblo mexica y de un curioso personaje que resulta indispensable en esta historia, pues gracias a su liderazgo se alcanzó la grandeza que los españoles pudieron admirar. El nombre de este personaje era Tenoch.
En un principio, el pueblo mexica habitaba un sitio indefinido, ubicado en alguna parte de los áridos territorios del norte mexicano o del sur estadounidense. En ese lugar eran esclavos. Según la leyenda, su dios tutelar, Huitzilopochtli, viendo su sufrimiento, los liberó y les prometió un lugar maravilloso para habitar y forjar un gran imperio. Sin embargo, para llegar a su destino, tendrían que esperar y permanecer errantes por tiempo indefinido hasta encontrar la mítica señal que les indicaría el lugar: un águila, posada en un nopal, que devoraba una serpiente o pájaros de hermosos plumajes.
Los aztecas fueron nómadas por 200 años. Alrededor del año 1255 arribaron al actual valle de México. Cuando se hallaban asentados en Chapultepec sucedió un hecho notable: cerca del 1299 nació un sacerdote que habría de labrar el terreno hacia la gloria: Tenoch (Tuna de piedra).
Cuando Tenoch se convirtió en dirigente, su pueblo comenzó a prosperar. Ante este inusitado auge, Culhuacán, el señorío al que le rendían tributo, les hizo la guerra y los obligó a refugiarse en Tizapán, que por entonces se consideraba el peor lugar para vivir. Contra todos los pronósticos, sobrevivieron y continuaron progresando. Entonces, para acabar con el peligro que representaban, los de Culhuacán se dijeron horrorizados por su costumbre de sacrificar seres humanos. Con este pretexto, los persiguieron otra vez.
El pueblo entero salió huyendo y llegó a la rivera del gran lago de Texcoco. Al adentrarse entre los juncos, Tenoch, junto con algunos de sus hombres, observaron el prodigio: sobre una roca había nacido un nopal, y sobre ese nopal, un águila devoraba una serpiente.
Tenoch fue el encargado de solicitar al señorío de Azcapotzalco su permiso para asentarse en ese lugar. Fue también quien ordenó, antes que nada, que comenzara la construcción del teocalli (casa de dios) que habría de convertirse en el Templo Mayor. Era el año de 1325.
Como primer tlatoani mexica que fue, realizó la primera ceremonia del Fuego Nuevo en el Cerro de la Estrella, derrotó a Culhuacán, promovió que los conceptos heredados de los toltecas se enseñaran a las nuevas generaciones, estableció la nobleza y de su linaje emanaron todos y cada uno de los huey tlatoanis con que la ciudad contó hasta su caída.
Cuando, aproximadamente en 1363, falleció, Tenochtitlan (llamada posteriormente así en su honor) era ya una ciudad bien asentada y con un templo digno de la grandeza que habían comenzado a construir.