Curioso cómo pasamos de medios de transporte muy primarios, hasta llegar a los más sofisticados. Los vehículos utilizados en el virreinato eran caballos, mulas, «acallis» (canoas que transportaban chinampas), «jangadas” (balsas de bambú), carretas y coches.
El primer Reglamento de Tránsito fue expedido en 1830 por el gobierno de la capital. Por vez primera, establecieron límites de velocidad –no fuera a ser que atropellaran a don Anastasio Bustamante–, control sobre las tarifas y el uso de los automóviles.
En 1885, la Ciudad de México contaba con 270 kilómetros de vías públicas para 300 mil habitantes que se movían en ella.
A finales del siglo XIX, don Andrés Sierra importó de Francia el primer automóvil de combustible: un Delaunay Belleville.
Los primeros mexicanos que usaron los automóviles fueron los generales, en la época de la Revolución, por lo que el trabajo más emocionante era chofer de general.
Nadie se imaginaba el tráfico que se generaría cien años después. Pero eso sí, para poder manejar en la vía pública también necesitaban una licencia para conducir, como el “Certificado de Aptitud” de 1908 que aquí presentamos, expedida por el gobierno del distrito, válido para el manejo de automóviles de gasolina.