Aunque hay algunos que ya declaran su amor por Twitter, o hacen un grupo en Facebook para determinar si se casan o no, no podemos dejar de reconocer el gran valor que siguen teniendo los mensajes personales enviados por carta.
La tecnología ha cambiado nuestras vidas, pero aún quedan tradiciones por mantener y recuperar, como el enorme sabor de recibir una carta, con timbre postal y todo, donde alguien comparte sus ilusiones y sinsabores, sus planes y sueños, sin miedo de que mañana aparezcan nuestras pasiones en Wikileaks. Es cierto que las nuevas generaciones ya no recuerdan dónde está una oficina de correos o no conocen un timbre postal. Es lamentable, porque las cartas tienen propiedades curativas, poderes afrodisíacos, instintos que pueden ser desde maternales hasta salvajes, recuerdos perfectos y confidencias exquisitas. Pueden ser releídas en la intimidad y conservadas para la historia; el papel conservado es parte de la persona que lo envía, pregúntenle si no a las abuelas. Recordemos los grandes diálogos epistolares entre grandes personalidades, algo que difícilmente se puede dar hoy por correo electrónico. La carta es, por mucho, el clásico de la comunicación.
¿No sabes dónde comprar los timbres postales? Averígualo en la red, que para eso sí sirve. Visita la dirección www.sepomex.gob.mx. Y, cuando compres los sellos, fíjate en la belleza del diseño, tal vez hasta te puedas enrolar en el maravilloso pasatiempo de la filatelia, que no es una enfermedad, sino el arte de coleccionar timbres, una diversión que tiene 150 años.
Recuerda: todo mundo escribe un twit, pero una carta es como un platillo especial que, normalmente, se cocina a fuego lento y se disfruta con calma.