La hiperrealidad en el cine contemporáneo ha logrado en la nueva ola de cine rumano una expresividad descarnada y cruel que deja plasmadas contradicciones puntuales entre un mundo que busca su modernidad con firmes bases medievales o comunistas. Un recurso de la imagen como este invita al espectador a mirarse desde afuera y contemplar su realidad para provocar una catarsis dura y más “pura”.
En el debut autoral de Gabriel Ripstein con 600 millas, el enfoque “hiperrealista” se nota a leguas, una clara influencia de los rumanos y una búsqueda de la denuncia de un contexto y tema específico que vive México como lo es el tráfico e industria de armas, que nos hermana con Estados Unidos.
Sin embargo, algo que quizá no se entiende del cine rumano es que la “realidad” mostrada por Cristi Puiu y Cristian Mungiu es simplemente una dramatización de la misma y que en toda su expresividad, “muestra cosas”. Ejemplo, el viaje que hace el Señor Lazarescu en la búsqueda de cura presenta un desarrollo del tema y el personaje que plantea Puiu, en cambio, Ripstein se centra en banalidades y situaciones que no generan más que reiteración y apatía.
La “normalización” de la situación social de las armas resulta efectiva en ciertas escenas, así como la implicación de la policía mexicana y la estadunidense en el tráfico drogas-armas. Pero pierde fuerza al poner foco en un personaje que se desdibuja por momentos que es el que protagoniza Krystian Ferrer, y que aborda con mucha naturalidad pero que las decisiones de edición y dirección le restan fuerza.
La construcción del filme se dilata una hora completa en mostrarnos a un joven que es usado para trasiego de armas desde Estados Unidos pero que se detiene en momentos sin mucha sustancia, a esto, se agrega un incidente detonante un tanto forzado en donde aparece Tim Roth. A partir de ello arranca verdaderamente la película, donde aparece el entramado dramático de dos personajes anclados entre sí por una realidad, pero pierde de vista el tema con el cual se vende el filme.
600 millas se convierte en realidad en 20 minutos de metraje con uno que otro chispazo temático y dramático. La escena donde aparece Mónica del Carmen es brutal y la actriz se roba la película en su breve aparición; también el mercado de armas resulta una escena similar a la de los esclavos en 12 años de esclavitud. Pero de allí en fuera, la multiplicidad de escenas donde las groserías y las pláticas explicativas lapidan lo que pudo ser una trama mucho más arriesgada que plantea una “aparente” road movie como esta.