Ahora que estamos a punto de celebrar las fiestas patrias, hablemos de un hecho curioso. Se trata de la estrecha relación que, gracias a nuestro país, existe entre dos personajes de universos distintos. El primero de ellos fue real; habitó en la Nueva España, de la cual, incluso, intentó proclamarse rey. El segundo pertenece al terreno exclusivo de la ficción, aunque sus películas son muy populares en la actualidad. Bien, entremos en materia: ¿qué relación guarda el Ángel de la Independencia con Batman?
No, la pregunta no es exagerada ni fuera de lugar. Veamos por qué.
Al interior de la columna del “Ángel” (que en realidad es una Victoria Alada, que en una mano sostiene una corona de laurel y en la otra una cadena rota, en señal de triunfo y libertad) se encuentra el mausoleo donde descansan los restos de algunos de los héroes de la independencia nacional. Hidalgo, Allende y Aldama son vecinos de urna de Morelos, Matamoros y Guerrero, entre otros. Sin embargo, estos personajes no están solos. Los acompaña la estatua de un hombre muy peculiar que, por razones que nadie logra entender del todo, se encuentra ahí, a pesar de que trató de adueñarse de toda la Nueva España. Se trata de Guillén de Lampart, un irlandés que vino al Nuevo Mundo con sueños de grandeza y libertad.
Nacido en la localidad de Wexford en 1611, su biografía oficial lo describe como un inmigrante, conspirador, soldado, revolucionario, poeta y místico de su tiempo. Lo cierto es que desde niño sus padres y su abuelo lo educaron en contra de las injusticias. Como católicos tradicionalistas, estaban en contra de la ocupación protestante, así que toda la familia se unió a la resistencia. Su abuelo puso especial cuidado para asegurarse de que Guillén aprendiera tácticas guerrilleras y conspiratorias, así como teología, latín y retórica.
Luego de radicar un tiempo en España, logró colarse entre la comitiva del virrey Diego López de Pacheco y trasladarse entonces a la Nueva España, a donde llegó en 1640. Una de sus funciones fue la de investigar el grado de corrupción que se alcanzaba en estas tierras. Su conclusión fue simple: existen “muchas y muy diversas corruptelas”.
Al mismo tiempo de que realizaba su trabajo, comenzó a fraguar una peculiar pero titánica idea: apoderarse de los territorios de la Nueva España. De Lampart estaba convencido de que el rey de España – Felipe IV– no era el legítimo propietario de estas tierras, sino que sus ancestros las habían obtenido de manera ilegal, por lo tanto se propuso regresárselas a sus verdaderos dueños: a los indígenas, a los mestizos y también a los mulatos.
Para ello planeó falsificar documentos oficiales que lo acreditaran como hijo natural del finado Felipe III. Luego de ser reconocido como tal, sería elevado a la categoría de emperador de la Nueva España, o cuando menos rey de México, puestos que utilizaría para terminar con las injusticias y devolver todas las tierras y riquezas a sus dueños legítimos. Otra versión asegura que pretendía alcanzar el poder mediante una revuelta armada que él mismo encabezaría.
Sea como sea, su principal error fue confiar en la persona equivocada. Le contó sus planes a un tal capitán Felipe Méndez, quien lo denunció a la Inquisición. Al ser enjuiciado, no solamente se le encontró culpable de conspiración, sino también de hechicería, herejía, de mantener un pacto con el diablo y de hacer uso del peyote. La verdad es que las ideas de Guillén resultaban peligrosas para la corona, por lo que decidieron terminar con él. Al registrar su casa, las autoridades encontraron documentos escritos con su puño y letra en los que proponía, entre otras cosas, convertir a Irlanda en un protectorado español a cambio de preservar la religión católica, además, la libertad inmediata de indios y negros americanos, así como la restitución de todas sus tierras y riquezas. En suma, la independencia total de la Nueva España.
Tras ocho años en prisión (otras versiones afirman que fueron 17 años), logró escapar. Antes de huir de la ciudad, se dio tiempo de clavar en la puerta de la Catedral su Pregón de los justos juicios de Dios, que castigue al que lo quitare, que era una denuncia en contra de las injusticias cometidas por la corona española. Pero también tuvo la osadía de introducirse a la habitación del virrey y dejarle una copia de este documento en su mesa de noche. Cuando por fin iba en camino hacia el exilio que había elegido (San Lorenzo de los Negros – el primer municipio libre del continente – hoy llamado Yanga, en el estado de Veracruz) fue apresado y condenado a morir en la hoguera. Eso sucedió el 19 de noviembre de 1659.
La estatua que se encuentra dentro de la Columna de la Independencia presenta a Guillén de Lampart precisamente en su posición de martirio. Atado a una columna, con los brazos atrás, y a punto de ser quemado. La versión poética asegura que la estatua se encuentra allí para que custodie los restos de los héroes patrios. La verdad, no obstante, es que se desconoce quién la colocó en ese sitio y desde cuándo. Sin embargo, en el siglo XIX, Vicente Riva Palacio conoció la historia y tan fascinante le pareció que escribió una novela, fiel al estilo de la obra de Alejandro Dumas. El emocionante libro se llamó Memorias de un impostor. Don Guillén de Lampart. No sorprendió a nadie que la novela fuera un éxito rotundo. Después de todo, para entonces Riva Palacio era ya un autor consumado. Su Martín Garatuza (escrito cuatro años antes) era conocido y gustado en todo el mundo. Pero, además, la historia lo valía. Se trataba de un héroe de carne y hueso, precursor de la independencia de nuestro país.
Una copia del libro llegaría a las manos de un periodista norteamericano llamado Johnston McCulley, quien para entonces publicaba en el tabloide The Police Gazette. La vida de Guillén de Lampart lo impresionó de tal manera que prácticamente a la par comenzó a escribir la obra que lo inmortalizaría: el cuento La maldición de Capistrano o La marca de El Zorro, el cual vio la luz en 1919 en la forma de cómic. Al poco tiempo, sería traducido y publicado en al menos 26 idiomas.
La historia del noble novohispano don Diego de la Vega, el cual, enmascarado, lucha en contra de las injusticias y defienden al desvalido, al tiempo que busca la independencia de California, tuvo también un impacto inmediato. La trama conjuntaba todos los elementos clásicos que un buen libro de aventuras debía tener: un héroe misterioso, un gran villano (el capitán Rafael Montero), un fiel sirviente (el sordomudo Bernardo) y una damisela en apuros (Lolita Pulido).
En 1920, el cuento fue llevado al cine de la mano del director Fred Niblo, quien se había convertido en un hábil artesano del cine mudo. El papel de El Zorro recayó en el actor estadounidense Douglas Fairbanks, quien para entonces había filmado ya cerca de 34 películas. Desde el momento de la filmación estaban seguros de que sería un éxito. Y así fue.
La gente la veía y la volvía a ver sin dejarse de emocionar por las aventuras de aquel justiciero enmascarado. Ese rico hacendado que solía enfundarse en un traje negro y salir por las noches a combatir el mal. Nadie sabía su verdadera identidad. Nadie, excepto su fiel sirviente y un fraile bueno que lo ayudaba y protegía.
Uno de los asiduos espectadores era un niño que entonces contaba con cinco años de edad. El pequeño, de nacionalidad estadounidense, se llamaba Robert Kahn y se había enamorado del oscuro personaje. Tanto que, años después, y ya con su nombre artístico, Bob Kane, inventaría uno de los héroes de cómics más populares de la actualidad: un justiciero nocturno y millonario; un hombre solitario que, enfundado en negro traje, protegía su identidad gracias a un antifaz que después se convertiría en una capucha. Además, un par de guantes para no dejar huellas. Batman aparecería por vez primera en la revista Detective Comics en el año de 1939, sin que nadie supiera que, lejos de ahí, en la Columna de la Independencia de la ciudad de México, se encontraba la estatua del hombre que de alguna manera había ayudado en su nacimiento.