Contar con agua potable ha sido una necesidad histórica; de ahí que, desde hace milenios, numerosos asentamientos humanos hayan sido levantados en riberas. Sin embargo, eso no bastó y fue necesario hacer canales y acueductos para mayor comodidad del hombre. En vestigios de la Grecia antigua, como Priene (en Turquía), existen restos de los canales y fuentes que los ingenieros hidráulicos hicieron para que los ciudadanos accedieran fácilmente al vital líquido. Luego llegarían los romanos, quienes con audacia constructiva levantarían cientos de kilómetros de arcadas, algunas de las cuales siguen en pie.
En el caso del México prehispánico, la gran Tenochtitlan, en 1416, Chimalpopoca –aconsejado por su abuelo Tezozomoc– ordenó construir un acueducto para introducir agua proveniente de los manantiales de Chapultepec a la ciudad, dado que la laguna en la que estaba asentada no contaba con agua potable. Sin embargo, esta obra no duró mucho, debido a los materiales con que fue hecha y a los conflictos que provocó. Décadas después, tras una de las regulares inundaciones, Nezahualcóyotl, que a decir de historiadores como Chimalpain, tenía experiencia en “el arte” de la ingeniería hidráulica, ordenó y vigiló personalmente la creación de un albarradón y de un acueducto, el cual, después de cuatro etapas constructivas, tuvo su última renovación en 1507. Esta obra fue destruida parcialmente durante la Conquista.
La época novohispana
Con el arribo de los españoles al territorio americano no todo fue guerra y destrucción. También se dio un proceso de sinergia cultural que generó, entre otras cosas, notables construcciones. En materia de canales conductores de agua, uno de los más antiguos es el acueducto del padre Tembleque, localizado en el municipio de Zempoala, en el estado de Hidalgo. Esta arquería espera pronto ser declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, por ser la obra más importante de ingeniería hidráulica del México virreinal.
El canal por donde se transporta el agua de esta obra iniciaba en las faldas del volcán Tecajete y llegaba, tras 44 kilómetros de recorrido, al pueblo de Otumba. Construido con roca basáltica a mediados del siglo XVI por Francisco de Tembleque, el alarife organizó a 400 indígenas que estuvieron a las órdenes del experto en cantería Juan Correa de Agüero. Sin duda, esta arquería no solo hace referencia al conocimiento que tuvieron algunos de los religiosos que vinieron a tierras americanas sino a la tenacidad con que buscaron “civilizar” los territorios que habitaban.
Un olvidado acueducto
En la zona conurbada de la Ciudad de México subsisten los restos del Acueducto de los Remedios, a unos cuantos metros del santuario del mismo nombre, en Naucalpan, Estado de México. Se trata de una arquería esbelta y audaz, hoy olvidada y víctima del vandalismo, cuya historia arranca en el siglo XVII, cuando se buscó la forma de dotar de agua a la ermita de los Remedios, donde los españoles veneraban a la virgen del mismo nombre.
En los extremos de esta arcada de medio kilómetro, existen dos depósitos de agua conocidos como “los caracoles”. Al interior de estas torres, existe un conducto vertical que servía para regular la presión y eliminar el aire de la tubería subterránea pues, en un principio, así estuvo planeada la transportación del líquido. La arcada que ahora vemos data del siglo XVIII. Son 50 arcos de cantera labrada en bloques rectangulares; el de mayor altura llega a los 16 metros. La construcción estuvo a cargo de Ildefonso Iniesta, quien en 1765 descontinuó el trabajo de “los caracoles” para hacer una arquería donde el agua corría a cielo abierto. Hoy resulta impresionante ver cómo algunos de los vecinos de la zona usan este acueducto como “paso peatonal”, lo que no solo resulta un peligro, sino un daño al patrimonio.
Conoce más sobre los acueductos de México en la edición no. 25 de Mexicanísimo:
http://www.mexicanisimo.com.mx/tienda/numero-25/#revista-25