Para el arquitecto Javier Senosiain, principal exponente de la bio-arquitectura en México, la línea recta en la naturaleza casi no existe; por ejemplo, desde el microscopio se puede observar a las moléculas del ADN que giran en espiral, la Tierra (nuestro hábitat) es esferoide oblato y los planetas transitan en orbitas elípticas, entonces, él planteó —a partir de esa concepción—, el diseño de un parque ecológico en el que se aprovechara la orografía del terreno y las construcciones reflejaran un movimiento ondular.
Así surgió la idea de construir en un predio ubicado en Paseos del Bosque, Naucalpan de Juárez, Estado de México, El Nido de Quetzalcóatl, un espacio surrealista en donde el visitante encontrará armonía y serenidad.
Con 70 años de edad y egresado de la hoy Facultad de Arquitectura de la UNAM, Javier Senosiain imaginó y proyectó la creación de un complejo habitacional en medio de un lugar pedregoso, lleno de cuevas, arboladas y una cañada.
Al hacer la maqueta colocó una estructura tubular que podría albergar perfectamente diez departamentos. En el momento de ejecutar ese modelo en el parque, el edificio da la impresión de ser el cuerpo de una víbora que sale de la tierra, se eleva entre los árboles, serpentea y vuelve a enterrarse. El resultado quedó constituido en diez viviendas.
En paralelo, Senosiain inspeccionó una cueva existente en el predio y detectó que el espacio no representaba peligro alguno. En la entrada de la oquedad colocó una cabeza de serpiente, con las fauces abiertas, hecha de concreto y que funge como mirador; posteriormente, la recubrió con donas de cerámica y mosaicos multicolores realizados en talleres de alfarería de Dolores Hidalgo, Guanajuato y que honran el arte ritual en chaquira de la comunidad wixárika o huichol.
De la cabeza de serpiente a una altura de veinte metros, el arquitecto dispuso la construcción del acceso al recinto y optó por diseñar ahí el crótalo o cascabel de la cola del reptil para que simulara una serpiente virtual que desciende al terreno. El interior de esa área se destinó para albergar el almacén del conserje, un cuarto de máquinas y diez bodegas pequeñas.
En consecución a estos trabajos, se levantaron en todo el parque muros de piedra de 90 centímetros de altura a manera de barandales que serpentean de acuerdo a las curvas del terreno. En los extremos de los muros fueron edificadas cabezas y colas de serpiente más pequeñas que la ya mencionada, por lo que, en apariencia, al ingresar al recinto pareciera que se accede a un nido de víboras.
Para comodidad de la gente, también se construyeron bancas de descanso que no rompen con el ambiente arquitectónico y la armonía del espacio. Los asientos están recubiertos con piedra traída de una cantera cercana al parque y pedazos de azulejo regalados por una empresa de artesanía.
Tarea fundamental del nido —añadió Senosiain— es el aprovechamiento del agua pluvial, que se capta y almacena en un estanque ubicado en el jardín, justo debajo de las fauces de la serpiente mayor, lo que asemeja un espejo. Durante la temporada de secas, un porcentaje de ella es destinada para irrigar la vegetación.
“El murmullo del agua siempre es interesante y contrasta con el silencio del nido, espacio que, al situarse dentro de una cañada, no deja oír el ruido de la ciudad”, explicó Javier Senosiain.
La majestuosidad de El Nido de Quetzalcóatl, evoca inevitablemente a pensar en la relación que guarda con los Jardins Artigas, de Gaudí, ubicados en el Pirineo de Barcelona, España; o en el Jardín Escultórico de Edward James, en San Luis Potosí, México.
Momentáneamente, el recorrido inicia en el crótalo o cascabel de la víbora, se pasa por túneles y pasillos con abundante vegetación hasta llegar a un teatro al aire libre con gradas de pasto natural; posteriormente, se ingresa al cuerpo de uno de los reptiles que conduce a un invernadero conocido como “El Jardín de las Flores”; y concluye el paseo en el área de los departamentos, cuyo acceso es restringido y bajo reservación (la estancia mínima es sólo de dos noches).
El parque está en proceso y podría quedar listo en 2021. El autor creativo de dicha obra manifestó que la idea a futuro es que se acceda por la ruta de Chamapa-Lechería, ingresar al estacionamiento, pasar por el centro de visitantes que contará con sanitarios, tienda ecológica, cafetería y servicios administrativos; y visitar los tres reinos.
El primero de ellos será El Reino Mineral, ubicado en el interior de una cueva; el segundo El Reino Vegetal, integrado por un invernadero, plantas medicinales, jardín de las mariposas, área de cultivo de las tres hermanas: frijol, haba y maíz, zona de las hortalizas; y finalmente, El Reino Animal, que contará con fauna como conejos, cabras, venados, un pequeño aviario y acuario.
¿Por qué Quetzalcóatl?
El arquitecto refirió que el nombre del lugar fue dado por su esposa al titular un artículo sobre el parque, “como sabemos, Quetzalcóatl se compone de dos vocablos del idioma náhuatl: quetzali y coatl, el primero alude a aquella ave de plumas preciosas y el segundo a la serpiente, lo que se puede traducir como serpiente de plumas preciosas o preciosa serpiente emplumada, entonces, ya teníamos al reptil representado en las construcciones, nos faltaba expresar algo del quetzal y su iridiscencia, por ello, el parque y las habitaciones se pintaron con destellos multicolores”, aclaró.
Sobre el encasillamiento que tiene su proyecto con la arquitectura orgánica, Javier comentó que el concepto sí puede empalmarse dentro de ella porque remite una filosofía que busca el equilibrio entre el hábitat del hombre con el mundo natural.
“Juan O’ Gorman decía que la arquitectura orgánica es la que toma en cuenta las condicionantes del lugar: las vistas, topografía, orientación, el entorno y la identidad de la sociedad. Los mexicanos tenemos raíces culturales muy fuertes y el uso de la volumetría pesada en la arquitectura es muy típica de nosotros”.
Esa volumetría, dijo, se manifiesta desde tiempos prehispánicos en los templos y pirámides, después se verá en los recintos conventuales de la época novohispana y se repite en construcciones del siglo XX como Ciudad Universitaria.
Alumno de Mathias Goeritz y heredero del propio Juan O’Gorman o Ricardo Legorreta, así como de Luis Barragán; Javier Senosiain aprendió de éste último que el ser y el habitar en armonía deben de ir siempre de la mano.
“Yo pensé en una construcción volumétrica que estuviera en armonía con el entorno y en donde se atiendan las necesidades físicas y psicológicas del hombre. El arquitecto tiene la misión de proporcionar al ser humano comodidad en el lugar donde se desarrolla, una buena temperatura, iluminación, humedad, higiene, pero también serenidad”, acotó.
Reflexionó que la intención original del nido no parte propiamente del concepto prehispánico de Quetzalcóatl. Puntualizó que todo se dio por la orografía del terreno y, aunque en el diseño final sí coincide un poco con el pensamiento mesoamericano, al conjugar metafóricamente la idea del aire (quetzal) y la tierra (serpiente), todo surgió teniendo como modelo la casa orgánica que edificó para su familia en 1984.
A manera de consejo, Senosiain concluyó: “lo importante es disfrutar lo que se hace diariamente para alcanzar un proyecto, trabajar en un ambiente de armonía y no hacer caótico el proceso creativo, sólo así habrá un gusto con el resultado obtenido”.