El 28 de febrero de 1950 se inició la construcción de la Torre Latinoamericana.
La importancia de este edificio es de primer orden, pues no se trata solamente de uno de los emblemas de la Ciudad de México, sino que su historia misma nos habla de cierto momento de nuestro pasado, cuando los sueños se convirtieron en realidad a causa de la necesidad.
El crecimiento demográfico, que se había mantenido más o menos ordenado en la capital del país, explotó con preocupación en la década de los cuarenta del siglo pasado. Claramente, para cubrir con las necesidades de vivienda y empleo no eran suficientes los espacios tradicionales, que consistían en casas de una o dos plantas o edificios de hasta 15 pisos. Esta situación se agudizó en el Centro Histórico y en la avenida Paseo de la Reforma, en donde la demanda por inmuebles destinados a oficinas privadas o de gobierno iba en constante aumento.
Una serie de empresarios tuvieron la acertada visión de reconocer que el futuro de la ciudad no se encontraba hacia los lados, sino hacia arriba. Construir edificios altos era la solución; al menos lo sería durante un buen puñado de años. De este modo, en 1934 se inauguró el Edificio Corcuera, en Paseo de la Reforma. Este hecho se trató de un gran acontecimiento, pues hasta 1946 fue la torre más alta de la ciudad gracias a sus 24 pisos y 125.4 metros de altura. Por desgracia, fue destruido por el terremoto de 1957.
En 1946 comenzó la operación del edificio El Moro, de la Lotería Nacional, el cual aún existe, en la colonia Tabacalera, y que fue durante un año el edificio más alto de la capital. A la par existieron construcciones emblemáticas como la Torre Anáhuac, de 125 metros de altura, y el edificio Miguel E Abed, ubicado en el Eje Central Lázaro Cárdenas, y que en cierto sentido puede considerarse el gran precursor de la Torre Latinoamericana.
El empresario mexicano-libanés Miguel E. Abed decidió invertir en esta riesgosa idea. Construir un edificio en una zona altamente sísmica y en terreno inestable y fangoso (producto de su pasado lacustre) no resultaba sencillo, pero el premio era muy atractivo: contar con amplios espacios para oficinas en una zona cuyo valor iba en aumento. Así, con un costo de 36 millones de pesos, de aquellos tiempos, fue inaugurado en 1952. Durante cuatro años ostentó la marca de ser el edificio más alto de Iberoamérica gracias a sus poco más de 125 metros.
Aunque la grandiosidad de la construcción era evidente, su verdadera importancia recaía en los detalles invisibles: para contrarrestar la sismicidad del terreno, la estructura fue equipada con aislamiento sísmico, la cual básicamente se resume en dos características. La primera, 195 pilas de concreto y acero incrustadas en pozos de concreto reforzado. Estas pilas penetran el subsuelo a una profundidad de 60 metros, con lo que se supera el relleno pantanoso del antiguo lago. La segunda, los soportes en forma de rombos, que disipan la energía proveniente de los sismos. Esta tecnología ha probado con creces su efectividad, pues el edificio ha soportado 15 terremotos de más de seis grados en la escala de Richter.
Gracias a estos eventos avances en el terreno de la ingeniería, fue posible pensar en un edificio que batiera todas las marcas. Así, a unos cuantos metros del edificio Miguel E Abed, y en terrenos que alguna vez fueron ocupados por el zoológico de Moctezuma y posteriormente por el convento de San Francisco, la compañía La Latinoamericana, Seguros S.A., inició el gran sueño. Para ello fue necesario hincar 361 pilotes a una profundidad de entre 33 y 50 metros para cimentar la torre. El avance más notable fue su cimentación de concreto especialmente elaborada para la zona, lo que logra que la torre “flote” en el subsuelo y soporte el embate de los sismos gracias a un sistema de inyección de agua. Esta tecnología es originaria del país, se usó en esta torre por primera vez en el mundo, y se sigue utilizando para cimentar rascacielos en todas las zonas sísmicas del planeta. Actualmente, la Torre Latinoamericana es considerada uno de los edificios más seguros del mundo, pues puede soportar sismos de hasta 8.7 grados.
Inaugurada el 30 de abril de 1956, fue en su momento el edificio más alto de América Latina. Hasta 1972, lo fue también de la ciudad, cuando fue desbancado por el entonces Hotel de México, hoy World Trade Center Ciudad de México. Sin embargo fue el primero en el mundo (y por ende, el más alto) en presentar una fachada cubierta enteramente de vidrio y aluminio, sin hablar de que fue el primer edificio de sus dimensiones en ser construido en una zona sísmica en cualquier parte del globo.
Sus 188 metros de altura lo convirtieron en el rascacielos más alto del mundo fuera de los Estados Unidos. Fue, de igual modo, el tercer edificio más alto del planeta.
Un detalle curioso y sumamente alentador: la Torre Latinoamericana junto con los edificios La Nacional (ubicado en la avenida Juárez), Miguel E Abed, la Torre Anáhuac (hoy Torre Contigo) y el Edificio El Moro son los únicos edificios en todo el mundo que han soportado cinco fuertes sismos y siguen intactos y de pie.
En nuestros días, la Torre Latinoamericana es el noveno edificio más alto del país, el número 53 en América Latina, y el 415 en el mundo.