La historia es una de mis ficciones favoritas, pues siempre hay una nueva manera de contarla, una nueva visión subjetiva que ayuda a entretejer las cientos de miradas sobre un acontecimiento o serie de acontecimientos. Cada vuelta, cada nueva versión, enriquece nuestros conocimientos. Por ejemplo, la Independencia de México, no es un hecho cerrado a una “historia oficial”, ni mucho menos. Al contrario, el trabajo de los historiadores abre constantemente nuevas líneas de investigación para contar tal o cual episodio de una nueva manera, con una nueva voz. El trabajo queda entonces en las manos de los lectores que deben cerrar los círculos. Lo mismo pasa con los personajes. Tal vez existan cientos de descripciones diferentes de don Miguel Hidalgo o el cura de Dolores, como quiera mirársele.
La reunión del chocolate (Editorial Paralelo 21, 2014), novela histórica de Luis Jorge Arnau aporta doblemente en este sentido: alimenta la ficción con historia y a la historia con ficción. El libro comienza en Filipinas, en 1837. Capítulo seguido, nos encontramos en el México de 1808, cuando se realizaron los primeros movimientos con fines independentistas. La novela, más que buscar dar respuestas, abre nuevas preguntas, por ejemplo, sobre la muerte en circunstancias poco claras de Primo De Verdad; o bien, sobre el tipo de reuniones “conspiratorias”, en torno a una taza de chocolate caliente, con o sin piquete; pero, sobre todo, de los participantes, sus teorías, sus maneras de ser, sus visiones, sus encuentros y desencuentros. En el libro aparece la historia con todos sus matices de ficción, pero también con esa compleja red de personajes y acontecimientos, de discusiones y propuestas, llamada “realidad”.
En la novela, Arnau da un punto de vista de los inicios del movimiento independentista, desde un punto de vista original. No parte de los llamados “grandes héroes”, no parte de los personajes que aparecen hasta en el Grito, sino de un personaje aparentemente secundario: Epigmenio González, un personaje un tanto olvidado por la historia a quien Arnau le regresa un honor que tal vez nadie la había otorgado hasta la fecha, a saber, el del primer héroe realmente mexicano.
Casi tres décadas después, tras años de olvido en el exilio, González es liberado de una cárcel en Manila, sin saber qué había pasado en su país, sin estar al tanto de los acontecimientos en los 11 años de guerra y sus postrimerías. Ya libre, buscará regresar sin saber qué le espera.
Sin embargo, hay algo que no cuadra, ahí donde Arnau deja que la ficción brille con todo su esplendor, al mismo tiempo que propone una “fantasía personal”, como respuesta a los acontecimientos que la historia no ha terminado por descifrar o proponer.