Desde Morelia
Birdman (Birdman or The Unexpected Virtue of Ignorance, 2014), el largometraje número cinco de Alejandro González Iñárritu, levantó mucho entusiasmo y fue saludada en la apertura del Festival de Morelia como la mejor película que ha hecho hasta ahora el cineasta mexicano, que cuenta en su haber con notables filmes como Amores perros (2000) y Babel (2006), con la que obtuvo el premio como mejor director en el Festival de Cannes.
Birdman es un filme brillante tanto en lo narrativo como en lo técnico. Cuenta la historia de un veterano actor, Riggan (Michael Keaton), cuya carrera fue marcada por el papel de un superhéroe que interpretó en el pasado, precisamente el tal Birdman, un hombre-pájaro. Para relanzar su carrera, prepara en Broadway una obra de teatro de Raymond Carver, la cual dirige y protagoniza. Riggan es obsesivo y se enfrenta a una crisis interior que lo atormenta y se manifiesta en alucinaciones inquietantes con la voz y la presencia de Birdman. El vértigo de los ensayos y las representaciones ante el público se entreveran con su vida personal, en la deteriorada relación con hija Sam (Emma Stone), y con sus dos intensos actores, Lesley (Naomi Watts) y Mike (Edward Norton).
Birdman resulta un ejercicio de virtuosismo en el que se aprovecha el ambiente del teatro para diseccionar la vida de unos personajes que se desdoblan ampliamente arriba del escenario, pero mucho más afuera de él, con lo que sucede tras bambalinas o en los camerinos. El director se sirve del talento del fotógrafo Emmanuel Lubezki, quien una vez más ofrece una lección de técnica en la construcción de las atmósferas y especialmente en los larguísimos y complejos planos secuencias que nos llevan por los laberintos del teatro, en sincronía con una puesta en escena más que sobresaliente. El mexicano Lubezki, quien ya se había consagrado con el Oscar por Gravity, pone en Birdman más alta la vara para medir su genio. Asimismo, la música de Antonio Sánchez juega un papel fundamental en la creación de ambientes e intenciones, orgánicamente unida a lo que sucede en la pantalla.
Pero las soluciones técnicas siempre están al servicio de una estructura narrativa muy sólida, gracias al estupendo guion del propio Iñarritu, Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris y Armando Bo, quienes con lucidez construyen asombrosas transiciones de ánimo, de tiempo y de espacio.
Otros aspecto notable es el cuadro actoral al que González Iñárritu le saca todo el petróleo posible, tanto a Keaton —cuyo papel le queda como mandado a hacer con la evidente alusión al Batman que interpretó en 1989 y 1992— como a Watts y el siempre solvente Birdman, pero igualmente obtiene un convincente desempeño de Emma Stone e incluso de Zach Galifianakis, quien interpreta al productor de la obra.
Por otro lado, Birdman, con su humor mordaz y sus ribetes agridulces de tragicomedia, ofrece un amplia gama de lecturas desde diferentes ángulos, a partir del conflicto de la creatividad, la necesidad del reconocimiento público —ahora en grado superlativo con la enajenación de las redes sociales— y los lazos emocionales de padre-hija, e incluso la perversa pugna del artista con la crítica. Sin duda, es una película que merece ser vista y pensada más de una vez.
Escucharemos mucho de ella en los próximos meses, durante la temporada de premios en Estados Unidos y, seguramente, la veremos competir por el Oscar.