El día de ayer, arqueólogos mexicanos y de todo el mundo mostraron su emoción cuando salieron a la luz imágenes de Balamkú, “la cueva del dios jaguar”, un espacio en la ciudad maya de Chichén Itzá que alberga cientos de objetos rituales con siglos de antigüedad. El hallazgo es considerado de los más importantes en la historia de la exploración del sitio, que es una de las siete maravillas del mundo moderno.
Los especialistas que se adentraron al interior de Balamkú fueron los miembros del proyecto Gran Acuífero Maya (GAM), liderado por Guillermo de Anda, que se dedica a estudiar el área subterránea de Chichén Itzá. En conferencia de prensa, el propio De Anda explicó que el sitio se encuentra a 2.7 kilómetros hacia el este de la Pirámide de El Castillo. Ya se sabía de la existencia del espacio, que fue descubierto en 1966, pero fue hasta este año que se le volvió a encontrar, todo gracias a la ayuda de Luis Un, un hombre de 68 años que formó parte de la expedición original cuando era niño y que ayudó a los arqueólogos a llegar hasta él.
Uno de los aspectos más importantes de Balamkú es que presenta una oportunidad única para entender mejor los procesos rituales de los mayas que habitaban la ciudad de Chichén Itzá. Es por ello que los investigadores quieren explorar la cueva sin extraer los objetos, para estudiarlos en el contexto de su uso, algo que no se hizo en ocasiones anteriores con hallazgos del estilo y que derivó en la pérdida de información invaluable, como lo ocurrido con la cueva de Balamkanché.
Durante la conferencia de prensa del día de ayer, Guillermo de Anda explicó que hasta ahora se han documentado cientos de artefactos arqueológicos que pertenecen a siete ofrendas, todos en un estado de preservación extraordinario. El hecho de que la cueva siguiera sellada por tanto tiempo significa que contiene información sobre la formación y caída de la Ciudad de los Brujos de Agua. “Balamkú ayudará a reescribir la historia de Chichén Itzá”, puntualizó.
Por su parte, Pedro Francisco Sánchez Nava, coordinador de Arqueología del INAH, señaló que las características de la cueva, especialmente su difícil acceso y morfología, permiten inferir que tiene se utilizaba netamente para fines rituales.
El equipo del GAM han presentado como hipótesis que durante los periodos Clásico Tardío, que duró del 700-800 d.C., y Clásico Terminal, del 800-1000 d.C., ocurrió una fuerte sequía en el norte de Yucatán que provocó que los pobladores de la zona llevaron a cabo rituales para pedir lluvia y que los llevaban a adentrarse en las entrañas de la tierra, donde decían que habitaban las deidades de la fertilidad. Esto explica la presencia de artefactos y ofrendas que se encuentran en cuevas a las que es difícil acceder.
Hasta el momento, en Balamkú se han encontrado restos de cerámica, que incluyen cajetes, piedras de molienda, malacates, metates miniatura y tapas de incensarios con representaciones de jaguar, así como más de 200 incensarios, algunos con la imagen de Tláloc, el dios de la lluvia. Muchas de las piezas todavía tienen restos de alimentos, semillas, jade, concha y huesos, que se usaban en las ofrendas de la época.
Llegar a la zona de ofrendas dentro de la cueva no es cosa fácil, pues hay que recorrer, por momentos pecho tierra, un túnel de más de 400 metros de largo y con trazo serpenteante. El trabajo de exploración los investigadores tomará tiempo, apenas se encuentra en la primera fase, y mucho esfuerzo, mismo que habrá que seguir de cerca, pues con solo lo que se ha encontrado hasta ahora en Balamkú ya nos pusimos a soñar y fantasear sobre nuestro pasado mexicano y la riqueza de la cultura maya, de la que aún queda mucho por descubrir.
Fotos: Karla Ortega, Proyecto Gran Acuífero Maya.
Con información del INAH.