Se llamó Eduardo Humberto del Río García. Nació en Zamora, Michoacán, el 20 de junio de 1934, y falleció hace exactamente un año (8 de agosto), en Tepoztlán, Morelos. Fue caricaturista, monero, historiador, periodista y escritor. Su nombre de batalla fue simple pero inconfundible: Rius.
Sus creaciones aparecieron, de una u otra forma, en prácticamente todos los periódicos y revistas del país. Del mismo modo que sus libros, que obtuvieron una inusitada difusión y algunos de ellos, como el Marx para principiantes, se convirtieron prácticamente en libros de texto.
Hombre de izquierda, enemigo declarado del neoliberalismo, anticlerical convencido, a él le debemos la existencia de Los agachados y Los supermachos, el auge de las revistas Ja-já, La Gallina, Marca Diablo, La Garrapata, El Chahuistle, El Chamuco y los hijos del averno, entre otras, sin mencionar sus decenas de libros.
De su imaginación brotaron personajes emblemáticos de la cultura popular como Nopaltzin, Chon Prieto, Don Perpetuo del Rosal, Don Lucas Estornino y el que es sin duda mi favorito: Juan Calzonzin, un humilde y pobre indígena que, sin embargo, es una verdadera eminencia en lo que se refiere a cultura e historia mundial.
Precisamente es Calzonzin el personaje de este texto.
Su nombre es una parodia de “cazonci” o “caltzontzin”, la forma en que los purépechas llamaban a sus gobernantes; Rius, como buen michoacano, lo sabía, y utilizó la derivación como una eficiente sátira.
En 1974 llegó a los cines la película Calzonzin inspector, una estupenda comedia política dirigida tal vez por el único hombre que podía hacerla con eficacia: Alfonso Arau.
Surgido de la casualidad (pues conoció a Sergio Corona cuando era su chofer por ser parte del escuadrón de motociclismo de la policía de la Ciudad de México), pero educado después tanto en la dramaturgia clásica como en el teatro frívolo, el cabaret y las carpas, había debutado como director un par de años antes gracias a El águila descalza, una comedia en la que fungió también como protagonista y coguionista.
El águila descalza era una especie de Batman mexicano. Más que un héroe, un justiciero enmascarado que lucha contra el crimen, pero de una manera por demás deficiente e improvisada.
El Ariel que obtuvo en 1972 le valió que los productores se fijaran en él y le encomendaran la tarea de llevar la esencia de Los Supermachos a la pantalla grande con el curioso nombre de Calzonzin inspector.
Al año siguiente, con un guión a seis manos (Héctor Ortega, Juan de la Cabada y el propio Arau) y supervisado por el mismo Rius, se filmó en Huiramba, Michoacán, esta historia que hace burla de los viejos caciques priistas, así como de los usos y costumbres de la vieja política mexicana.
Don Perpetuo del Rosal (un espléndido Pancho Córdoba), el cacique de la región, se entera de que el gobierno central enviará a un inspector a supervisar su administración, por lo que decide “maquillar” la situación, como solían y suelen hacer los gobernadores y presidentes municipales cada vez que el presidente en turno realiza giras de trabajo.
Por mera coincidencia, Calzonzin, indígena muy vivo, llega a la región, por lo cual la gente lo confunde con el inspector, pues creen que llega disfrazado. La cinta es una sátira certera, dolorosamente divertida, de la política mexicana, en la cual los espectadores vieron encarnado, en la figura de Don Perpetuo, a Alfonso Corona del Rosal, quien fungió como Jefe del Departamento del Distrito Federal entre 1966 y 1970.
Pese a su temática, el gobierno de Echeverría le dio un impulso muy notorio. En 1974 y 1975, la película fue incluida en la Muestra del Cine Mexicano de Hoy, y se proyectó exitosamente en diversos países de América Latina y el Caribe, como Venezuela, Jamaica y Cuba. En México consiguió dos premios Ariel: mejor fotografía y mejor escenografía. En el primer Festival Cinematográfico de El Cairo, por su parte, recibió una distinción por demás singular: mejor película del tercer mundo.
Con un elenco integrado por actores y cómicos espléndidos, entre los que se incluyeron Arturo Alegro, Virma González, Héctor Ortega, Carmen Salinas, Mario “Harapos” García y Raúl «Chato» Padilla, la película, para evitar la censura, se editó con dos versiones: una más ágil y corta, y la original, que tiene una escena controvertida, en la cual un policía asesina a un campesino por la espalda.
Hoy, Calzonzin inspector es un clásico del cine mexicano. Clásico, sí, aunque curiosamente el resultado no le convenció a Rius.
Foto: Museo del Estanquillo Colección Carlos Monsiváis.