¿Qué es la ancianidad? Con frecuencia tendemos a reconocer a los ancianos por el simple hecho de llegar a viejos, lo que es de por sí meritorio, pero cuando además se llega a esa madurez conservando una actividad acorde, sin encerrarse a contar el goteo de los minutos que faltan para la siguiente medicina, esas vidas parecen asombrosas. Podría hablar de Rufino Tamayo, pintando hasta pocos meses antes de morir a los 91 años; de Pedro Ramírez Vázquez, lúcido y activo tras nueve décadas; de don Jesús Silva Herzog, referente intelectual en nuestro país y quien falleció a los 92 años, en 1985, y descansa en la Rotonda de las Personas Ilustres… historias existen, si sabemos buscar con calma.
Como muchos ejemplos de vitalidad y vigencia, Ignacio López Tarso mantiene un ritmo de vida que cansaría a alguien 30 años menor. Me parece sorprendente –e impulsa al trabajo de los demás– verlo aparecer en cartelera, salir al escenario, recordar sus diálogos en la obra, agregar intensidad a la trama con su voz, una voz ruda de siempre, clara como trueno, majestuosa cuando recita, demostrando que el cansancio aún no le pega en la parte más importante del cuerpo: la voluntad.
A su edad, la inmensa mayoría de los que no han muerto resisten los días en casa, al abrigo de las corrientes de aire, las caídas o los achaques, sometidos a la costumbre de sobrevivir un poco más. Durante el día aspiran a llegar a la noche y en la noche sueñan con amanecer al día siguiente. Otros, con la salud mermada, suelen ser relegados al cajón de la obsolescencia. La vejez, abrumadora, compleja, es una mentada de madre cuando la sociedad se lava las manos, se aleja o, lo que es peor, considera a la persona incapaz de hacer alguna aportación que merezca la atención familiar.
El de López Tarso es un caso excepcional. A ratos pareciera que, como el dinosaurio, siempre ha estado ahí. No me tocó verlo interpretar Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, obra con la que, según cuentan, se inició en los escenarios en 1948, pero sí recuerdo al López Tarso de Macario, en aquella cueva llena de veladoras enfrentándose al demonio, una de las escenas clásicas de nuestro cine; me parece escucharlo recitando corridos en la radio, con entonación profunda que resaltaba las esquinas desconocidas de los poemas, de las canciones (aún retiembla: “Caballo prieto azabache, cómo olvidar que te debo la vida”); lo recuerdo, descarnado y salvaje, en Rapiña; o hace poco, en una obra que me marcó en el cine: El cartero, representando a Neruda; personificando a Cri Cri y hasta en una telenovela de hace 35 años, El derecho de nacer. Su presencia no ha pasado desapercibida, sin importar que interprete un clásico o que nos haga reír con una comedia ligera.
A los 93 años, Ignacio López López, su nombre real, sigue actuando en teatro. Parece que no quiere escuchar de ancianidad este polifacético actor, miembro honorario de la Academia Mexicana de Ciencias y Artes Cinematográficas, un lujo nacional del que podemos extraer mil momentos. Uno de esos instantes, otra escena memorable aparecida en La vida inútil de Pito Pérez, cuando, desde el campanario de una iglesia, López Tarso/Pito Pérez increpa a los feligreses: “Mírelos, llenos de sus porquerías, ir a rezar por el miedo de que haya eternidad”. Otra más reciente, formando parte del elenco teatral de Doce hombres en pugna.
Cuando uno lee sobre la vida de algunos personajes, no deja de sorprenderse frente a vidas que parecen extraídas de una novela: un hombre que vuelve de Estados Unidos, a donde había ido en busca de trabajo para regresar casi paralítico a causa de una caída mientras cosechaba naranjas en California. Al paso de los años, por esfuerzo propio, ese individuo se convierte en uno de los grandes personajes de la escena nacional.
La santidad no existe y la perfección tampoco. No me gusta el López Tarso político, el diputado, el líder, pero no se puede tener todo en la vida. Quizá su error fue no reconocer que ese no debía ser su papel, pero el poder seduce y lo hace más fuerte que casi cualquier otra tentación. Yo prefiero al López Tarso maestro, actor profesional que durante decenios fue el mandón, el referente cuando se hablaba de primeros actores, el dueño de los telones y las bambalinas, un mexicano que se robó nuestro recuerdo. Ese me encanta.
Foto principal: «MEX AN HOMENAJE LOPEZ TARSO» por Secretaría de Cultura Ciudad de México, CC BY-SA 2.0.